Un apagón es molesto pero también tiene algo de pintoresco: iluminar con velas, soltar la tele o la computadora, quizás hasta desconectarse de internet por un rato.
Otra cosa es cuando el apagón se alarga y comienzan a peligrar los alimentos en la heladera o si hace mucho calor o frío y nos quedamos sin aire acondicionado. Más todavía cuando empiezan a fallar las telecomunicaciones. Ni que hablar si se ven afectadas las bombas eléctricas que distribuyen el agua potable.
Además, quedan fuera de servicio los medios de pago electrónico, ¿y quién anda siempre con efectivo encima? Los semáforos fallan y el tránsito se vuelve caótico y peligroso. Las escaleras mecánicas se detienen, los bomberos deben correr a a sacar a gente de ascensores paralizados, los hospitales pasan a depender de generadores de emergencia que no son infinitos.
De golpe la sociedad retrocede al siglo XIX.
Suena exagerado pero eso que acabo de describir es, a grandes rasgos, lo que ocurrió el lunes pasado al mediodía en España y Portugal: un apagón masivo que se extendió durante horas y que sumió a la población en una catástrofe sin precedentes.
Además de todo lo que ya mencioné, el sistema de trenes y subterráneos quedó detenida, con los pasajeros dentro de los vagones. Las industrias, como la automotriz, pararon su actividad. Los aeropuertos redujeron el tránsito, los ómnibus se vieron superados, las calles se llenaron de personas que eligieron caminar largas distancias en vez de sentarse a esperar. Y volvieron a sonar radios a pila, el único medio de comunicación que seguía funcionando.
Con el correr de las horas, y con las autoridades tan desconcertadas como la gente sobre las causas de la crisis, la electricidad fue regresando de a poco a partir del atardecer.
Si el apagón hubiese durado más, los data centers donde se aloja físicamente internet podrían haber fallado y el parón podría haber tenido consecuencias más a largo plazo ahí donde a veces creemos que las cosas duran para siempre.
Cuatro días después de ese incidente tan grave, todavía no está claro cuál fue el motivo. Pero una de las teorías puso en entredicho a algunas de las energías renovables: se sostiene que la apuesta fuerte que España ha hecho por la generación eólica y solar tendría como contracara una red eléctrica más frágil.
¿Qué hay de cierto en eso?
Y dado que Uruguay es también un país muy volcado a las energías renovables, ¿nuestro país también está expuesto a accidentes o incluso ciberataques que nos arrojen al siglo XIX?
Profundizamos En Perspectiva con dos ingenieros eléctricos y matemáticos, ambos vinculados en su momento con el GACH durante la pandemia: Fernando Paganini, vicedecano de Investigación de la ORT, catedrático de Teoría de las Telecomunicaciones en la Facultad de Ingeniería de esa universidad, investigador Nivel III del Sistema Nacional de Investigadores; y Andrés Ferragut, catedrático de Redes y Sistemas de Comunicación también en la ORT.