Vimos como el salmista en el salmo 119 describía la Palabra de Dios como maravillosa, justa, pura, verdad, eterna, fiel, dulce, una delicia que trae gozo y alumbra el camino. Vimos lo que esta Palabra significaba para su vida y lo que él había hecho, hacía y pensaba hacer con ella.
Hacia el principio del salmo 119 se nos presenta una pregunta: ¿Con qué limpiará el joven su camino?
Y es que todos tenemos un deseo de vivir una vida limpia. Nos gusta un entorno limpio y ordenado, nos gusta sentirnos limpios y bien arreglados, y es normal que deseemos llevar una vida limpia y sin enredos incómodos. Sí, es cierto que hay mucha gente que tiende a meterse en jaleos, y es cierto también que es difícil mantener una casa limpia y una vida pulcra. Pero eso no significa que aquellos que viven vidas desordenadas no deseen el orden en sus vidas. Si les preguntáramos, seguramente nos dirían que les gustaría ser capaces de mantener una vida ordenada.
Así que la pregunta del salmista es una cuestión de interés universal. ¿Cómo puede uno desde su juventud vivir una vida limpia?
La respuesta llega de inmediato, en el mismo versículo: “Con guardar tu Palabra.”
Recordemos que esto es una oración del salmista. Está hablando con Dios, y su respuesta va dirigida a Dios. Dice que guardando la Palabra de Dios podemos limpiar nuestras caminar diario.
Como vimos, la Santa Palabra de Dios da vida, sustenta, da sabiduría, protege del pecado, ordena nuestros pasos, consuela, y da libertad.
Pero la Palabra de Dios solo es eficaz si la guardamos. No en el armario; ni siquiera en nuestra mente. Más bien, este “guardar” nos indica que ponemos en práctica aquello que nos dice. Si leemos la Palabra y guardamos sus mandamientos, se notará en nuestras vidas. Si la leemos para luego ignorar lo que nos dice, no habrá limpieza; será solamente un engaño a nuestra propia conciencia. Esto nos dice la carta de Santiago en el capítulo 1:22-25:
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.
Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Cuando te miras en un espejo y ves algunas cosas que necesitan cambio, tienes dos opciones: puedes ignorar lo que te ha mostrado e irte como llegaste, o puedes trabajar para arreglar aquello que has descubierto gracias a lo que te ha mostrado el espejo.
Del mismo modo, vayamos a la Palabra de Dios con el deseo de mirar atentamente y hacer aquello que Dios nos ha pautado.
El salmista rogaba a Dios que hiciera en él una obra a través de su palabra:
En el versículo 10 pide: “No me dejes desviarme de tus mandamientos.” y en el 43 “No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad.”
Pide en el 18: “Abre mis ojos, y miraré Las maravillas de tu ley”
No que no pudiera verlas físicamente, sino que necesitaba que los ojos de su entendimiento fueran abiertos para poder percibir aquello que Dios había revelado en Su Palabra.
En múltiples ocasiones el salmista ruega a Dios que le enseñe sus estatutos, y que le haga entender sus mandamientos.
(12 Enséñame tus estatutos.
33 Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos
64 Enséñame tus estatutos.
66 Enséñame buen sentido y sabiduría,
68 enséñame tus estatutos
108 Y (que) me enseñes tus juicios.
124 enséñame tus estatutos
135 “Haz que tu rostro resplandezca sobre tu siervo, Y enséñame tus estatutos.”)
Le pide a Dios que le de el deseo de estudiar Su Palabra:
36 “Inclina mi coraz