Episode Transcript
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Speaker 2 (00:09):
Momentos antes de que empezara la misa de 10 de la mañana,
ese domingo el sacristán cruzó corriendo la calle llevando en
sus manos las cadenitas de las que colgaba el quemador
para el incienso o el incensario. Entró a la casa
a través de ese gran portón de dos hojas de
madera de carreto que, como todos los días, desde las 5
de la mañana y hasta las 9 y media de la noche,
(00:31):
cuando se fueran las últimas visitas, permanecía abierto. Atravesó el
amplio saguán con piso de baldosas con diseños y figuras.
Pasó el vello entramado de madera o mampara pintada de
blanco y saludó apresurado a las mujeres de la familia
que a esa hora conversaban ahí en voz baja mientras
que frente al espejo o al lado de la sala
(00:52):
de estar se ajustaban los velillos obligatorios para asistir a
la misa. El sacristán siguió por el corredor lateral bordeando
el patio central, pasó frente al cuarto de los niños
en donde alcanzó a escuchar sus risas alegres y juguetonas
y llegó hasta la cocina en donde Matilde, sentada en
(01:13):
un taburete apoyado en el marco de la puerta, con
sus manos percudidas pero sabias, rayaba trozos de pulpa de
coco para el arroz del almuerzo. Buenos días, Mati, le
susurró casi al oído. Ella levantó la mirada diciéndole, niño,
otra vez se te pegaron las sábanas. Apúrate antes de
(01:35):
que Monseñor se ponga bravo contigo. El pelado puso el
incensario sobre el piso de cemento y le quitó el opérculo,
la tapa. Se acercó a la estufa de leña, tomó
la palita de hierro que estaba al pie del fogón
y la enterró con fuerza entre las brasas del carbón.
Enseguida sintió que el vaho ardiente quemaba su cara. Con
(02:00):
cuidado retiró la palita y con movimientos lentos y precisos
poco a poco llenó con las brasas la base del quemador.
Parado ahí frente a Matilde, quien lo miraba por encima
de sus gafas, levantando las cejas y con la sonrisa
espontánea de siempre, se levantó la sotana y sacó del
bolsillo de su pantalón un pedacito mínimo de las resinas
(02:20):
aromáticas esas del incienso y también lo echó en el quemador.
Te van a regañar, tú sabes que eso solo lo
puedes hacer allá en la iglesia, le dijo con voz
suave Matilde.¡ Nombe qué! De aquí a que llegue al
altar eso ya no va a oler a nada y
nadie se va a dar cuenta, pero ahorita va a
oler bien rico. Le dijo el pelado a la señora
(02:44):
con una amplia sonrisa que mostraba hasta sus muelas grandes
y blancas. Entonces se bajó la sotana, se la acomodó
tratando de que no le quedaran arrugas, cogió el quemador
levantándolo por las cadenitas, y salió de la cocina despidiéndose
de la mujer y de los niños que ya estaban
parados frente a Matilde pidiéndole los últimos pedacitos del coco,
(03:04):
que ya estaban tan chiquitos esos pedazos que la mujer
no alcanzaba a rayarlos sin rayarse los nudillos de los dedos.
Speaker 4 (03:14):
¡Oh, no!
Speaker 2 (03:17):
El sacristán salió nuevamente a la calle en el momento
en que el humo empezaba a salir del quemador y
la brisa de la mañana alborotaba su peinado y revoloteaba
la sotana mientras él avanzaba buscando con la mirada de
niño emocionado el reloj de la torre principal. Cualquiera que
lo hubiera visto podría asegurar que, como una aparición divina,
(03:39):
el muchacho atravesó la calle sin poner los pies sobre
el concreto, sino más bien flotando por el aire, envuelto
en el humo perfumado del incienso, desde el andén de
la casa hasta el atrio de la catedral. No había
entrado aún a la nave principal de la iglesia cuando
ya el humo y el olor a incienso inundaban el
(04:02):
ambiente y se metían por las puertas y ventanas de
todas las casas de la cuadra. Las campanas daban ya
el tercer toque, lo que indicaba que la misa de
las 10 estaba por empezar. Esto es Del Caribe y Otros Tulipanes,
(04:35):
yo soy Carlos Flores Urbina, soy biólogo, samario, pero sobre
todas las vainas, soy un man nacido a orillas del
mar Caribe y a los pies de la majestuosa Sierra
Nevada de Santa Marta. Les estoy hablando desde Holanda. Episodio 91
(05:01):
Los olores de esta calle Primera parte Antes de continuar,
debo decirles que este podcast es posible gracias al apoyo
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(05:23):
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del caribe y otros tulipanes. Muchas gracias. Resulta que, en
(05:50):
toda la calle, esta era la única casa en la
que el sacristán podía conseguir fácil y diariamente el carbón
al rojo vivo para encender el incienso, puesto que en
todas las demás casas, desde hacía unos años, ya se
habían pasado de cocinar en fogones de carbón vegetal a
estufas de petróleo. A propósito,¿ ustedes acuerdan que el petróleo
(06:10):
lo vendía por las calles del centro de un señor
en un carrito de mula que llevaba en la parte
de atrás uno o dos tanques metálicos con el petróleo?
Y el man pasaba semanalmente tocando una campanita y todo
el mundo salía con unos galones a comprarle el litro
o los dos litros de petróleo al viejo. Sobre esto
(06:33):
de los vendedores de petróleo en carros de mula, voy
a hacer un paréntesis aquí y les voy a dejar
escuchar un audio de una entrevista que le hice hace
algunos días al señor David Aveche de Andrés, primo hermano
de mi papá y quien junto con su hermano Alejandro Aveche,
fueron quienes iniciaron ese negocio de la venta del petróleo
o querosene que se usaba para las estufas de cocina
(06:53):
en Santa Marta desde mediados de los años 50 del siglo XX.
Los hermanos Abeche, David y Alejandro, muchos los recuerdan por
el almacén de combustibles, aceites y repuestos para automóviles que
atendieron en la calle de la sequía y que inició
el papá de ellos, el señor Alejandro Abeche Guzmán, de
origen libanés. Así que aquí está entonces David contándome esa
(07:16):
historia de muchas otras que me contó y que poco
a poco iré compartiendo con ustedes. Los inicios de la
venta de petróleo o kerosene en los carros de mula
en las calles de Santa Marta. La
Speaker 3 (07:28):
Shell necesitaba que vender combustibles
Speaker 2 (07:30):
en Colombia, pues no
Speaker 3 (07:31):
vendía. Entonces el gerente Barranquilla le dijo a
Speaker 2 (07:34):
Alejandro
Speaker 3 (07:36):
tenemos que vender kerosene porque es una línea que la
Shell quiere incrementar y tal y cual. Le dijo, bueno,
si la Shell me ayuda... Dile a la gente que
nos preste para montar, hacer seis carros para vender en
los barrios. Nos prestaron la plata, hicimos los carros de Palermo,
compramos las mulas. Me tocó aprender vainas de mula y
(07:58):
de vainas. El chiquillo y yo íbamos a los montes
a traer las mulas,
Speaker 2 (08:02):
terredas,
Speaker 3 (08:03):
y aquí las poníamos. Y empezamos con poquito y llegamos
a venderle, que yo me acuerdo, unos más de 30 mil
galones al mes. La Chele nos dio la plata para
los carros, para las mulas. El esquí tanque nos lo dio,
el combustible nos lo vio. Entonces, con las primeras utilidades
(08:25):
pagamos a la Chele.
Speaker 2 (08:26):
Y la Chele entonces era con su base ahí en
Aruba y Curazao? Sí, ellos todo lo traían de
Speaker 3 (08:31):
allá.¿
Speaker 2 (08:32):
Entraban por aquí, por el
Speaker 3 (08:33):
puerto de Santa Marta? En Santa Marta trajeron también por ahí.
Speaker 2 (08:37):
Cómo les quedó el ojo? Interesante, ¿eh? Hombre, y pensar
que en esa época cuando yo era un peladito, un
día le dije a mi mamá que cuando yo fuera
grande quería ser ingeniero de petróleos. Y mi mamá toda
asombrada y feliz de que yo conociera esa profesión. Imagínate tú, oye,
y ella decía,¿ y este man de dónde aprendió eso
(09:00):
o qué? Toda orgullosa, hasta me felicitó y tal. Pero
su felicidad se desvaneció ahí mismo cuando le dije, sí mami,
ingeniero de petróleo, pero ya sabes, cuando yo pase con
mi carrito de mula vendiendo petróleo, tú sales y me compras.
Ay hombre, mi mamá, de la ilusión materna a la
(09:20):
desilusión profunda en un santiamén. Bueno, bueno, hasta aquí el
paréntesis sobre la historia del petróleo kerosene en las calles Samarias.
Regresemos ahora más bien a la única casa esa en
la cuadra que nos ocupa que tenía fogón de carbón
y leña. Esa era una casa muy grande y bellísima
(09:43):
de un solo piso de arquitectura colonial a la que
se entraba efectivamente. Por un saguán hasta la antesala donde
se recibían las visitas informales de amigos y la familia,
porque es que las visitas formales o de gente importante
se recibían en la sala principal que era la que
tenía las ventanas grandes hacia la calle, hacia la catedral.
(10:04):
Mientras que la antesala o sala de estar daba hacia
el patio interior, en donde había un árbol inmenso de
níspero y al pie del cual había una tinaja de
barro con agua fresca de lluvia, que era la que
se le ofrecía a las visitas. Y los niños de
la cuadra iban especialmente hasta allá a tomar de esa agua,
que tomaban usando un vasito de peltre que estaba puesto
(10:24):
ahí al lado de la tinaja. Pues alrededor de ese
patio había un corredor amplio al que daban las puertas
y las ventanas de todos los demás cuartos de la casa.
Y en el último cuarto, en la parte de atrás
del patio, decían que allí salían los muertos. Y todo
el mundo en Santa Marta hablaba y sabía eso. Y
(10:46):
así decían, no, en esa casa, en el cuarto de atrás,
salen los muertos. ¡Uy! ¡Ja, ja, ja! Y la vaina
era tan cierta que, a pesar de que todos en
esa familia tenían sus cuartos con sus camas, escaparates, armarios
y todo lo demás, Pues cuando llegaba la hora de dormir, todos,
(11:10):
pero así todos, dormían en la sala, en la sala
grande que daba hacia la calle. Me dicen que eso
a la hora de dormir, todo el mundo en esa familia,
el papá, la mamá, los hijos, las muchachas, las visitas,
todos se empillamaban, cogían sus colchones de algodón, sus almohadas,
las sábanas y arrancaban a dormir en la sala. Y
(11:33):
al amanecer del otro día, otra vez, todo el mundo
con sus motetes de vuelta, de regreso para su cuarto
y ya. O sea que los cuartos, las habitaciones, no
las usaban para dormir, sino más bien para tener sus
cosas personales y listo, y para pasar el día. Pero
en la noche, nada, mi hermano, los fantasmas mandaban a
todo el mundo para la sala de adelante. Y si
(11:56):
a medianoche alguno tenía que ir al baño a orinar
o algo, que quedaba preciso al lado del cuarto de
los muertos. Nadie se atrevía ni a salir solo al
corredor para llegar hasta el baño, así que siempre despertaba
a alguien más para que lo acompañara. Oye, oye, despiértate,
acompáñame al baño. Pues esta era la casa de la
(12:18):
familia Correa Granados, del señor Luis Carlos Correa y la
señora Adriana Granados y sus seis hijos, cinco mujeres y
un hombre. El señor Luis Carlos era muy conocido porque
en el barrio Pescadito él tenía una herrería y dicen
que ese señor era el mejor fabricante de rejas de
hierro de toda la ciudad en esa época, años 50, 60 del
(12:38):
siglo XX. En esa familia, la Correa Granados, dos de
las hijas eran costureras. Bueno, una era costurera, costurera de
hacer vestidos y todo eso para señoras y señoritas, y
la otra era además de costurera también tejedora o bordadora,
hacía bordados. A esa, que se llamaba Carmen, la contrataban
(13:01):
para que hiciera todos esos escudos bordados para las banderas
cuando se celebraba algún evento histórico u oficial en Santa
Marta o algo en la Quinta de San Pedro Alejandrino
o en la Alcaldía o cosas así. Y resulta que
Carmen tenía otra especialidad, o mejor, un talento. Era contadora
de historias, de cuentos, como en un podcast, pero eran
(13:25):
cuentos de miedo, de suspenso o de terror. Esos cuentos
eran inventados todos por ella misma y se los contaba
especialmente a los niños de la cuadra, a los vecinitos.
Imagínense que al final de cada tarde, cuando terminaba sus
oficios de la casa y de bordura, Carmen se iba
de visita donde los vecinos, donde ella sabía que había
(13:47):
muchos niños dispuestos a escucharle sus cuentos y a comerse
todas las uñas muertos de miedo. Antes de salir de
su casa, Carmen se bañaba, se alistaba y... Imagínense ustedes,
se empolvaba todo el cuerpo. Ella usaba esos polvos perfumados
que se vendían en los almacenes como el almacén La
(14:09):
Coraza en la Plaza de la Catedral y que venían
en unas cajitas redondas, aunque algunas tenían forma de pera
o de manzana, y que traían además una mota o
un cojincito, como una espumita envuelta en algodón bien suave
y que servía para espolvorearse todo el cuerpo. Las marcas
más conocidas de esos polvos eran la faraway, la castillón,
(14:30):
el talco de maja, el abón. Y tenían olores a
pétalos de violeta o a pétalos de rosas. Pues esos
polvos o esos talcos, entre otras vainas, eran los regalos
más comunes del Día de la Madre. Y es que,
en serio, olían bien rico. Y su olor o aroma
duraba muchísimo hasta el otro día. Bueno y entonces Carmen
(14:53):
salía por ahí a las 5 de la tarde toda empolvada,
el cuello, los brazos, los pechos, la espalda y ese
aroma a pétalos se regaba por todo el ambiente y
a medida que ella avanzaba por el andén se iba
metiendo por los saguanes de las casas confundiéndose con el
aroma de los jazmines de los patios. Muchas veces terminaba
(15:16):
en la casa de la familia Polo Macías, que eran
los vecinos, y ahí estaban los niños haciendo tareas en
la mesa del comedor, un comedor muy fresco, de techos
altos y abierto hacia el patio interior. Una delicia. Pues
Carmencita Correa llegaba entonces toda empolvada y fresquita y olorosa,
y se sentaba a la mesa con los niños, y
de un momento a otro, cuando ya todas las miradas
(15:38):
infantiles estaban concentradas en ella, Empezaba a echarles el cuento
de la tarde.
Speaker 5 (15:56):
Y en la casa aquella, que queda en la segunda,
que permanecía cerrada esa casa, hay unos ventanales y oscura.
En esa casa salía un hombre como de cuatro metros,
con unas cadenas y empezaba a caminar por toda la calle.
Y cuando no lo tuvo.
Speaker 2 (16:14):
Decía cosas como, en tal casa de tal calle sale
un hombre todas las noches, un hombre como de cuatro
metros con unas cadenas que va arrastrando por la calle
y a esa hora todo el mundo debe estar dormido
porque si no pasa tal y tal cosa y tal.
O un cuento sobre un trapo negro que volaba por
(16:34):
encima de las casas en las noches de diciembre y
que se podía meter en las casas. Mejor dicho.
Speaker 4 (16:41):
Estaba yo así, cuando sonó así, y de pronto vi
que la puerta agarró un trapo negro. Y la debió
ser la muerte porque ese trapo ahí no tiene amor.
Speaker 2 (16:55):
Pobres pelados oyendo todas esas historias, me imagino a los
niños con los ojos espernancaos y sentados en el borde
de las sillas, muertos de miedo, aunque con ganas de
seguir escuchando cada día esos relatos de Carmen Correa, en
los que se entremezclaban el miedo y el horror con
el delicioso aroma de las rosas y los jazmines. Y
(17:17):
así todas las tardes inventaba un cuento diferente.¡ Qué creatividad!
Yo me imagino que ella tenía como un pensamiento mágico
que quizás se le desarrolló por haber nacido y crecido
en esa casa de los Correa Granados en donde, como
ya les dije, tenían al fondo del patio el tal
cuarto de los muertos o de los fantasmas. Tan tan
(17:38):
tan tan... Tan tan tan tan... Tan tan tan tan...
Pues esa casa, mis queridos amigos, tristemente después que la
familia Correa Granados la vendió hace años, fue demolida, ni
(18:00):
la fachada dejaron y hasta arrancaron de raíz el bellísimo
palo de níspero del patio del que todos los vecinos
disfrutaban sus deliciosos frutos, en jugos o en pulpas. Y bueno,
ya solo nos quedan estas historias que les he contado,
así que espero que la hayan disfrutado tanto como yo
al prepararla. Me imagino que muchos de ustedes ya saben
(18:29):
en qué calle quedaba esta casa, ¿verdad? Aunque por ahí
debe haber uno que otro despistado que todavía no se ubica.
Pues a esos despistados les va a tocar esperar hasta
el siguiente episodio cuando les seguiré contando más historias de
esas casas, de las familias, de los personajes muy particulares
que allí vivían y sobre todo de los olores y
(18:50):
los aromas que se esparcían y se sentían por esa
calle muy samaria. No se lo vayan a perder. No
me voy sin recordarles que el podcast solo es posible
hacerlo con el apoyo que ustedes me brinden. Pueden hacerlo
entonces a través del programa de membresía que encuentran en
la plataforma www.patreon.com slash del caribe y otros tulipanes. Esto
(19:21):
es del caribe y otros tulipanes y yo soy Carlos
Flores Urbina. Muchas gracias por escucharme y chao.