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October 19, 2025 38 mins
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Episode Transcript

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Speaker 2 (00:12):
Buenas noches, inframundo. Mi nombre es Eduardo Molina, y lo
que voy a contarles ocurrió una noche de Halloween, el 31
de octubre de 2008, en la carretera que conecta Fresnillo con Guadalupe,
en Zacatecas. Esa tarde salí de trabajar más tarde de

(00:32):
lo habitual. No tenía planeado manejar de noche, pero me
confié y pensé que nada pasaría. El aire estaba helado,
el cielo cubierto de nubes negras y la carretera desierta,
apenas iluminada por los faros de mi camioneta. Iba con prisa,
pero a la vez con la mente cansada. En el

(00:55):
asiento del copiloto llevaba una calabaza de plástico llena de
dulces para mis sobrinos. Era Halloween y me esperaba mi
familia en casa. Lo que jamás imaginé fue que esa
noche me toparía con algo que me helaría la sangre.
Kilómetro tras kilómetro, el camino se volvía más oscuro. Los

(01:21):
árboles a la orilla de la carretera parecían gigantes retorcidos
que se inclinaban hacia mí, y cada ráfaga de viento
hacía que los arbustos parecieran susurrar. Fue en una de
esas curvas solitarias donde lo vi por primera vez. Un
hombre vestido de charro negro, alto, con sombrero ancho y

(01:44):
traje impecable, estaba de pie a la orilla del camino.
Parecía esperar a alguien. Lo que me hizo frenar de
golpe no fue su presencia, sino sus ojos rojos que
brillaban como brasas encendidas bajo el ala de su sombrero.

(02:04):
El corazón me dio un vuelco. Pensé que era un iluso,
que tal vez era un campesino o alguien disfrazado por
la fecha. Pero cuando reduje la velocidad, él levantó la
mirada y me sonrió. Aquella sonrisa no era humana. Era
una mueca torcida, oscura, como si se burlara de mí. Aceleré,

(02:27):
intentando dejarlo atrás. El retrovisor me mostró su figura quedándose
en la oscuridad. Suspiré aliviado, convencido de que solo era
mi imaginación jugando conmigo. Pero minutos después, cuando tomé otra curva,
ahí estaba de nuevo, en medio del camino. Frené bruscamente,

(02:48):
el motor se apagó y las luces se extinguieron como
si la camioneta hubiera muerto en ese instante. Sentí un
escalofrío recorrerme la espalda. El hombre se acercaba despacio, con
pasos firmes, haciendo sonar las espuelas que retumbaban como campanas

(03:09):
fúnebres en el silencio de la carretera. Intenté encender la
camioneta varias veces, pero no respondía. Fue entonces cuando escuché
su voz. Un susurro grave, profundo, que parecía venir desde
adentro de mi cabeza. Me puedes llevar, muchacho. El miedo

(03:32):
me paralizó. No podía moverme, apenas respirar. El charro apoyó
una mano en la puerta del conductor. Vi como sus
dedos eran huesudos, casi esqueléticos, cubiertos por guantes de cuero gastado.
El aire dentro de la camioneta se volvió pesado, difícil

(03:53):
de inhalar, como si todo el oxígeno se hubiera ido.
El rostro del charro permanecía oculto bajo las sombras, salvo
por esos ojos incandescentes que no dejaban de mirarme. Yo
sabía lo que contaban los ancianos, que quien aceptaba darle

(04:13):
un aventón nunca regresaba. que él se llevaba las almas
en noches de brujas y aparecía en los caminos solitarios
para atentar a los vivos. Me armé de valor y
cerré los ojos, apretando fuerte las manos al volante. Sentí
el frío de su respiración cerca de mi cuello. De pronto,

(04:36):
un viento gélido atravesó la camioneta y el motor volvió
a encenderse por sí solo. Sin pensarlo dos veces, pisé
el acelerador a fondo. El vehículo avanzó rechinando, y en
el retrovisor alcancé a ver cómo la figura del charro

(04:57):
negro quedaba atrás, pero no desaparecía. Galopaba junto a mí
sobre un caballo negro que parecía hecho de humo. El
animal avanzaba a la misma velocidad que la camioneta. Sus
cascos golpeaban el asfalto sin dejar huella, y cada resoplido
lanzaba chispas ardientes al aire. El charro reía, una carcajada

(05:21):
grave y hueca que me retumbaba en el pecho. Aceleré más.
El velocímetro marcaba 120. luego 140 pero él seguía ahí paralelo a
mí extendiendo una mano como si en cualquier momento pudiera
arrancarme del asiento cuando estaba a punto de alcanzarme escuché

(05:44):
un claxon un trailer venía de frente y yo estaba
invadiendo el carril contrario gire el volante con todas mis
fuerzas y logré esquivar el impacto por centímetros El trailer
pasó rugiendo, y en ese instante, al mirar de nuevo
al costado, el charro y su caballo ya no estaban.

(06:09):
llegué a casa casi al amanecer temblando con los nudillos
blancos de tanto apretar el volante nadie me creyó del
todo cuando conté lo sucedido pero aún hoy cada halloween
cuando conduzco de noche siento la misma presión en el
aire como si en cualquier curva el charro negro pudiera

(06:32):
aparecer otra vez dicen que es un ánima errante un
emisario de la muerte que vaga en busca de almas
solitarias en el camino. Yo sé lo que vi esa noche,
y lo único que me queda claro es que sobreviví
de milagro. Así que, si alguna vez viajan de noche

(06:52):
el 31 de octubre y ven a un charro vestido de
negro en la carretera, no se detengan, porque puede que
no regresen para contarlo. buenas noches inframundo mi nombre es

(07:22):
raúl salazar y lo que voy a contarles me ocurrió
en san luis potosí para ser más exacto el 31 de
octubre de 2005 esa fue la noche en que me encontré
con algo que marcó mi vida para siempre el jinete
sin cabeza yo crecí en el rancho del álamo un

(07:43):
lugar apartado, rodeado de lomas secas y caminos de terracería
que parecían perderse en la nada. Los más viejos siempre
advertían que por ahí rondaban ánimas y aparecidos, pero uno
nunca toma en serio esas historias hasta que le toca vivirlas.
Ese día había estado trabajando desde temprano con el ganado.

(08:07):
Cuando la noche cayó, Recordé que había dejado abierto el establo,
así que tomé mi linterna y salí, aunque ya pasaban
de las once. El viento soplaba fuerte, arrastrando polvo y
hojas secas. Los perros ladraban sin parar, y los caballos
estaban demasiado inquietos, como si presintieran algo. Mientras aseguraba la

(08:31):
tranca del corral, escuché el sonido de cascos golpeando la tierra.
no eran los de mis animales este ruido venía del
camino gire la linterna y entonces lo vi un caballo
negro avanzaba hacia mí sus ojos rojos brillaban como brasas
encendidas y sobre él montaba una figura humana pero no

(08:55):
tenía cabeza Me quedé helado. El espectro llevaba un uniforme antiguo,
raído por el tiempo, y sostenía una espada oxidada en alto.
El caballo bufaba, echando vapor por la boca, como si
viniera del mismo infierno. Los caballos en el establo comenzaron

(09:17):
a patear y relinchar con desesperación. Yo quise correr, pero
mis piernas no respondían. recordé entonces algo que mi abuelo
me había dicho años atrás si lo llegas a ver
nunca lo mires directo porque busca reemplazar su cabeza con
la de los vivos con un esfuerzo enorme me tiré

(09:40):
al suelo y baje la mirada la linterna rodó lejos
y se apagó dejándome en completa oscuridad El jinete se
detuvo justo a mi lado. Podía escuchar el crujido del
cuero de la silla, sentir el calor sofocante del caballo y,
lo más aterrador, una respiración hueca que provenía del vacío

(10:06):
donde debía estar la cabeza. El silencio fue insoportable. Mi
corazón latía tan fuerte que creí que él lo escucharía. Entonces,
el espectro soltó un grito espantoso, un rugido hueco que
hizo temblar la tierra. El caballo se levantó en dos

(10:27):
patas y después salió disparado hacia el monte, perdiéndose en
la oscuridad. Yo me quedé tirado, paralizado por el miedo.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que reaccioné. Cuando lo hice,
corrí hacia la casa y cerré la puerta con pestillo.
Esa noche no pegué un ojo. Escuchaba cascos dando vueltas

(10:50):
alrededor del rancho, como si el jinete estuviera buscando el
momento de volver por mí. A la mañana siguiente encontramos
huellas enormes de cascos hundidas en la tierra del corral,
y mi linterna estaba partida en dos. Nadie en la
familia se atrevió a decir nada, pero todos sabíamos lo

(11:14):
que había ocurrido. Con el tiempo me enteré de lo
que contaban los viejos del pueblo, que ese jinete era
el espíritu de un hacendado decapitado en tiempos de la revolución.
Desde entonces cabalga cada octubre, buscando una nueva cabeza que ocupar.

(11:34):
Han pasado los años, pero cada fin de mes de
octubre siento lo mismo. El viento helado, los perros inquietos
y el eco de casco retumbando en mis pesadillas. No
sé cuánto tiempo más pueda huir de él, pero estoy
seguro de que algún día volverá por mí. Buenas noches, inframundo.

(12:14):
Mi nombre es Mariana Herrera y esto me ocurrió en
Halloween del año 2008 en Guanajuato. Esa tarde me encontraba con
una amiga en casa. Quise gastarle una broma y le
conté que el charro negro se había parecido a mi
abuelo muchos años atrás. Inventé detalles sobre cómo lo había maldecido.

(12:37):
Como cada seis años un árbol cerca de la casa
se ennegrecía desde el tronco hasta las ramas como advertencia
de que volvería por un alma joven. Mi amiga se
asustó tanto que casi lloraba, mientras yo no paraba de
reírme de su reacción. Nunca imaginé que esa burla me

(12:58):
costaría tan caro. Esa noche me acosté tranquila, pero por
más que lo intenté, no pude dormir. Me revolvía en
la cama, revisaba el celular, rezaba un padre nuestro, pero
el sueño no llegaba. Cerca de las tres de la
madrugada me quedé quieta fingiendo dormir, cuando escuché un ruido extraño.

(13:22):
Un galope lejano, lento, como si alguien caminara con caballos
sobre piedras sueltas. Al principio pensé que era algún vecino
moviendo ganado, pero al mirar la hora en el celular
me paralicé. Eran las 3.44 de la madrugada, una hora en

(13:42):
la que nadie en el cerro tenía razón para andar
con animales. El sonido se fue acercando cada vez más
hasta que escuché claramente cascos alrededor de la casa. No
eran pasos normales, eran golpes pesados, secos, como si las
pezuñas de un caballo marcaran la tierra dura. Lo más

(14:04):
extraño fue el silencio absoluto. Mis tres perros estaban en
el patio y ninguno ladraba. ni un solo ruido salía
de sus hocicos parecía que toda la casa contenía la
respiración de pronto escuché un golpe en la puerta principal
luego en la trasera y después en la pared de

(14:26):
mi habitación Algo enorme rondaba mi casa y lo sabía.
El galope se transformó en pasos lentos, firmes como botas
arrastrando tierra, mezcladas con el repiquetear metálico de espuelas. Mis
escaleras crujieron. Alguien o algo estaba subiendo hacia la planta alta,

(14:52):
hacia mi cuarto. Yo estaba frente a la puerta y
vi como la manija comenzó a girar sola. El chirrido
me heló la sangre. La puerta se abrió lentamente y
una sombra se deslizó dentro. no vi un rostro ni
una silueta clara solo una figura enorme vestida como un

(15:12):
charro completamente oscura como si la luz no pudiera atravesarla
sentí su respiración frente a mi rostro caliente húmeda con
un olor a tierra mojada y sudor rancio mis sábanas
se empaparon con mi propio sudor mientras me obligaba a
no abrir los ojos pero la curiosidad me ganó entreabrí

(15:37):
apenas los párpados y lo vi un sombrero enorme cubriéndole
el rostro traje de charro gastado las botas manchadas de
barro se inclinó sobre mí como examinándome escupió al suelo
con un sonido áspero, como de desprecio, y dio media vuelta.

(15:59):
Sus pasos resonaron bajando las escaleras y poco a poco
el silencio volvió. Me quedé inmóvil hasta que el primer
rayo del sol iluminó la ventana. Al despertar, le conté
todo a mi madre. Ella me escuchó seria y solo asintió.
Me dijo que no era la primera vez que alguien

(16:20):
en esa casa lo veía. Que el charro negro merodeaba
en los caminos del cerro y aparecía en noches donde
alguien lo nombraba en vano. Ese día entendí que lo
había llamado sin querer. Desde entonces nunca más repito su
nombre en voz alta. Mucho menos en Halloween. Porque descubrí

(16:46):
en carne propia que cuando Él escucha su llamado, siempre acude.
Buenas noches, inframundo. Mi nombre es Ernesto Vargas y quiero

(17:10):
contarles lo que viví en Halloween del año 2006, en un
camino rumbo a Chalma, Estado de México. Desde joven hice
una promesa a mi madre, caminar cada año en peregrinación
hacia Chalma, sin importar la fecha ni la distancia. Siempre
cumplí esa promesa acompañado de amigos y familiares. A lo

(17:34):
largo de los años aprendí los senderos de memoria, incluso
las historias que los locales cuentan sobre apariciones en los
cruces de caminos. Uno de esos relatos advertía de un
hombre vestido de charro que ofrecía atajos a los peregrinos.
Un camino más rápido, según él, pero a cambio de

(17:56):
algo que jamás debía pagarse. Recuerdo bien que en cada peregrinación,
justo en una vereda solitaria, se nos aparecía esa figura.
Un hombre muy alto, vestido de negro, con un sombrero
tan grande que le cubría por completo el rostro. Nunca
hablaba demasiado, solo repetía con voz grave,« Si quieren llegar antes,

(18:21):
yo les muestro el camino». Nosotros, acostumbrados a esa presencia,
bajábamos la mirada, rezábamos y seguíamos de frente sin responderle.
Esa rutina se repitió cada año hasta aquel Halloween de 2006.

(18:43):
Ese año me enfermé y no pude ir con el grupo.
Entre las coincidencias de la vida, muchos otros también faltaron.
Solo un vecino decidió emprender el viaje. Miguel, un muchacho
serio y testarudo que nunca creía en nada de lo paranormal.
Era la primera vez que asistía a la peregrinación. Cuando

(19:06):
Miguel no regresó a casa tras los días acostumbrados, todos
pensamos que se había quedado en otro pueblo o que
había perdido el rumbo. Lo buscaron por veredas, carreteras, incluso
pusieron su foto en carteles. Nadie sabía nada. fue como
si se lo hubiera tragado la tierra tres meses después

(19:30):
ocurrió lo impensable una tarde nublada lo encontraron detrás de
una roca grande cerca de su propia casa estaba flaco
sucio con la mirada perdida y murmurando cosas sin sentido
apenas podía sostenerse en pie lo llevaron de inmediato a

(19:51):
su familia y ahí dijo las palabras que jamás olvidaré
entre balbuceos confesó que aquella noche justo en el cruce
de caminos aceptó seguir al hombre del sombrero pensó que
era un simple desconocido que conocía un atajo pero pronto

(20:12):
se dio cuenta de que se equivocaba contó que el
sendero nunca terminaba que caminó durante días enteros sin ver
amanecer ni anochecer sólo oscuridad y piedras infinitas El charro
cabalgaba delante de él, siempre en silencio, siempre con el

(20:32):
sombrero cubriéndole el rostro. Miguel comenzó a perder la noción
del tiempo, hasta que el hambre, la sed y el
miedo lo consumieron. Desde ese día ya no fue el mismo.
Adelgazó aún más, dejó de hablar con claridad y parecía
consumirse por dentro. Apenas un año después murió de manera repentina,

(20:57):
como si algo invisible le hubiera arrebatado la vida. Yo
nunca lo olvidaré, porque entendí que no había sido un
simple extravío. El charro negro lo había reclamado. Por eso,
cada vez que vuelvo a Chalma y paso por aquel cruce,
hago una pausa y coloco una cruz en la tierra.

(21:20):
Una cruz en memoria de Miguel y como advertencia para
quien llegue a ese lugar en Halloween. Porque sé, y
lo digo con certeza, que en esas noches el charro
vuelve a ofrecer atajos, esperando que alguien lo siga, y

(21:40):
quien lo siga nunca regresa igual. Buenas noches, inframundo. Mi

(22:01):
nombre es Ramiro Pérez, y lo que voy a contarles
me ocurrió en Halloween del año 2004, en un pequeño pueblo
de Puebla. Cuando era adolescente vivía en el campo con
mi familia. Éramos de costumbres sencillas. Mi padre agricultor, mi
madre dedicada al hogar, y nosotros los hijos ayudando en

(22:25):
lo que podíamos. Tenía una hermana menor, Vanessa, de apenas 13
años en aquel entonces. Todo empezó como un detalle extraño.
Vanessa comenzó a caminar dormida. Al principio era algo inofensivo.
Se levantaba en silencio, deambulaba por la casa y después

(22:46):
regresaba a su cama sin despertar. Pero con el paso
de los días, sus sonambulismos se volvieron más inquietantes. Cada
vez que salía de su cuarto murmuraba una misma frase,«
Tengo que ir, él me está esperando, el hombre del
caballo negro». Mis padres decían que nunca debíamos despertarla de golpe,

(23:13):
que podía ser peligroso. Así que cada vez que la
veíamos caminar, la guiábamos suavemente de regreso a su cama.
Pero en Halloween de 2004, algo mucho más oscuro ocurrió. Eran
casi las tres de la madrugada cuando noté que su
cama estaba vacía. Corrí por la casa buscándola y no

(23:37):
fue hasta que miré por la ventana que la vi
sentada en la banqueta frente a la calle, descalza y
con la mirada fija en la oscuridad. Su expresión era vacía,
casi como si estuviera esperando algo. Me acerqué y la
escuché murmurar con voz apagada.« Está cerca, ya viene, puedo oírlo».

(23:59):
Sentí un nudo en el estómago. Recordé las palabras de
mi madre y decidí no despertarla, solo acompañarla. Me senté
a su lado con el corazón latiendo con fuerza. De pronto,
un viento helado recorrió la calle y el aire se
volvió pesado. Fue entonces que lo vi. Al principio era

(24:24):
solo una sombra que se alargaba desde el final del camino,
pero poco a poco tomó forma. Un caballo negro apareció
de entre la bruma. Sus ojos brillaban como brasas encendidas.
Encima de él, erguido y amenazante, estaba un hombre vestido
de charro, con un sombrero ancho que ocultaba su rostro.

(24:47):
Cada paso de aquel caballo hacía crujir el suelo, como
si las piedras se quebraran bajo sus cascos. mi hermana
se puso de pie aún dormida y extendió las manos
hacia el jinete murmuraba con una voz ansiosa vino por
mí yo estaba paralizado el miedo me tenía atrapado incapaz

(25:09):
de moverme fue entonces que reaccione y tome a mi
hermana del brazo ella forcejeaba con una fuerza extraña como
si algo dentro de ella quisiera entregarse desesperado comencé a
gritar pidiendo ayuda mientras arrastraba su cuerpo hacia la puerta

(25:30):
de la casa mis padres salieron alarmados entre los tres
logramos meterla de vuelta al interior justo en ese instante
el jinete se detuvo frente a la banqueta donde ella
había estado sentada No avanzó más, solo permaneció inmóvil, observándonos.

(25:53):
No puedo explicar cómo, pero sentí su mirada clavándose en
mí con una furia indescriptible. Entonces su caballo relinchó con
un bramido profundo, y la figura dio media vuelta, perdiéndose
lentamente entre la niebla hasta desaparecer por completo. Vanessa seguía dormida,
extendiendo una mano hacia la calle, suplicando por él. Al amanecer,

(26:19):
mis padres la llevaron a la iglesia, y desde ese día,
colgamos crucifijos sobre cada puerta de la casa como protección.
Desde entonces, aunque nunca, volvió a caminar dormida. En las
noches frías de octubre, todavía creo escuchar el eco de
cascos en la distancia, y temo que algún día vuelva

(26:43):
por ella. Buenas noches, inframundo. Mi nombre es Eusebio Morales,
y lo que voy a contar le sucedió en Halloween

(27:04):
del año 2003, en un rancho a las afueras de Oaxaca.
Siempre he sido cazador, pero no por deporte sino por necesidad.
Conocía bien los cerros, las huellas de los animales y
los sonidos de la noche. Esa madrugada, sin embargo, olvidé
las advertencias que de este niño me hacía mi abuelo.

(27:27):
Nunca dispares a una madre con cría, porque no cazarás carne,
cazarás desgracias. Me interné en el monte con mi rifle
colgado al hombro. La luna apenas iluminaba el sendero y
el viento helado hacía crujir las ramas secas. Tras una
hora de caminar, vi lo que buscaba, una cierva con

(27:49):
su cría. El animal apenas se movió, solo me miró
y bajó la cabeza como si me entregara su vida.
Sin pensarlo, apreté el gatillo. El disparo retumbó y la
cierva cayó muerta. La cría temblorosa no huyó. Tenía los
ojos brillantes, demasiado humanos para ser normales. La amarré en

(28:12):
la camioneta y regresé al rancho. Esa noche, mientras todos dormían,
el chillido del animal retumbó en la casa. Un lamento
tan agudo que atravesaba las paredes. Ni mi esposa ni
mis hijos lograban conciliar el sueño. El tercer día ocurrió

(28:34):
lo peor. Estaba limpiando la camioneta al atardecer cuando el
viento se detuvo de golpe. Los pájaros se enmudecieron y
el ambiente se volvió pesado. Entonces escuché una voz profunda,
que no venía de ningún lado, pero que resonaba en
todo mi cuerpo. Devuelve lo que tomaste antes del amanecer,

(28:56):
si no, me llevaré a tu hija. Me giré y
lo vi, un hombre altísimo, vestido de charro completamente de negro,
montado en un caballo oscuro cuyos ojos brillaban como carbones encendidos.
El sombrero le cubría el rostro, pero de él emanaba
un aura de muerte. El miedo me paralizó. Apenas podía

(29:21):
respirar mientras aquella figura me observaba en silencio. Y de repente,
con la misma calma con la que apareció, se desvaneció
en la bruma. No le conté nada a mi esposa.
Sólo tomé la camioneta con la cría aún viva y
manejé hasta el mismo claro donde la había atrapado. El

(29:42):
monte parecía vigilarme, como si cientos de ojos ocultos me
siguieran en cada curva. Cuando solté al animal, este corrió
sin mirar atrás, perdiéndose en la espesura del cerro. El
viento volvió a soplar y los sonidos del bosque regresaron

(30:03):
como si nada hubiera pasado. A partir de esa noche
dejé de cazar. Comprendí que el monte no era mío,
que hay fuerzas que custodian lo que nosotros creemos tener
derecho de tomar. Mi hija, la misma que esa noche
estuvo en peligro, aún vive conmigo. Pero siempre que llega

(30:25):
el 31 de octubre, escucho el eco de cascos en la distancia,
como un recordatorio de lo cerca que estuve de perderla.
sé que fue el charro negro quien me advirtió y
si cumplí con su exigencia no fue por compasión sino
por puro terror porque esa noche aprendí que cuando la

(30:48):
muerte cabalga en halloween no hay rifle ni oración que
pueda salvarte salvo obedecer y no tentar al destino aquella

(31:15):
noche de halloween en dolores hidalgo me sentía invencible había
bebido más de la cuenta y salí de la cantina
cuando el pueblo ya estaba vacío y helado elegí el
camino de terracería hacia la parcela de mis padres confiado
en que las canciones que tarareaba espantarían cualquier miedo Fue

(31:39):
entonces cuando escuché un galope firme que subía por la curva.
Me detuve y lo vi, un charro vestido de negro
sobre un caballo oscuro que parecía tragar la luz de
la luna. Los bordados de su traje relampagueaban como escamas y,
aun con el ala del sombrero encajonándole el rostro, supe

(32:02):
que me estaba mirando. intenté mantener el humor del borracho
que no se deja intimidar pero el aire a su
alrededor olía a metal y tierra recién abierta me pareció
que quería acompañarme hasta la casa tuve esa certeza absurda
como si lo hubiera escuchado dentro de la cabeza Se

(32:24):
ofrecía a escoltarme como si yo necesitara un guardián. Me
nació la soberbia y rechacé la idea, primero riendo, luego
con esa agresividad idiota que dan las copas. El jinete
no se inmutó. Noté que algo caía a mis pies.

(32:45):
Una bolsa de cuero. La abrí y la vista se
me inundó de brillo. Monedas antiguas, amarillas, pesadas. Entendí el
mensaje sin que nadie lo pronunciara. Podía quedarme con aquello
si entregaba lo único que valía más que el oro.
Mi borrachera se me evaporó de golpe. Sentí que el

(33:05):
caballo exhalaba un aliento caliente con sabor a azufre. eché
para atrás con un temblor que me subía por la
nube decidí correr el camino se volvió un laberinto cada
vez que creía haber dejado atrás el galope ese sonido
me aparecía adelante como si me cortara el paso Hubo

(33:26):
un momento en que me atreví a mirar y lo
encontré unos metros más allá, clavándome una mirada de brazas.
No recuerdo cuánto corrí. Solo recuerdo el suelo, frío y áspero,
pegándose a mi cara cuando caí. Me encontraron al amanecer, adolorido,

(33:46):
con los brazos llenos de moretones como si me hubieran
sujetado con la fuerza de una garra. Desde entonces no
vuelvo solo por ese camino en octubre. Aprendí a reconocer
el orgullo como una trampa y el oro como un anzuelo.
Un año después me tocó a mí. Regresaba de la

(34:09):
milpa con la luna jugando a esconderse tras unas nubes plomisas.
Traía en el morral un solo taco, la cena de
esa jornada larga. En la orilla del camino escuché un
quejido y encontré a una perra flaca rodeada por sus crías.
Las vi raras desde el principio. Ojos encendidos, cuerpo demasiado alargado.

(34:33):
Una quietud que no era de cachorro, sino de cosa
que calcula. Les aventé el taco movido por un impulso simple,
casi vergonzoso. Nadie debería terminar el día con hambre. No
di ni diez pasos cuando el galope me hizo voltear.
El charro negro salió de la sombra del mezquite como

(34:54):
si la noche fuera su corral. Lo reconocí sin esfuerzo,
como si lo hubieran dibujado dentro de mí desde niño.
Sentí que me agradecía haber alimentado a su familia. Sí, familia.
Eso fue lo que entendí con una claridad insoportable. La
compasión me supo a error. Noté el peso en el morral.

(35:17):
Lo abrí y encontré monedas que no eran mías. Monedas
viejas que no recordaba haber guardado. No las toqué. Tuve
la certeza de que aceptar una era firmará algo que
no sabría cómo romper. Decidí huir. Esa noche aullaron los
perros como si algo invisible caminara frente a cada casa.

(35:39):
No dormí. Desde entonces evito el tramo donde dejé mi cena.
A veces creo oler el taco tibio donde no hay nada,
como si el camino no me perdonara haberlo compartido con
la criatura equivocada. Yo solo quería fama. Era Halloween en

(36:02):
la feria de Dolores Hidalgo y me habían asignado al
toro más bravo del corral. Los reflectores, la música, la gente.
Todo me impulsaba hacia un sitio donde el miedo no
debía existir. En la manga, antes de montar, noté una
presencia a mi izquierda. Un charro impecable, de negro absoluto,

(36:24):
con plata en el sombrero. Nadie lo miraba salvo yo.
Sentí que me ofrecía algo que no sabía pedir en
voz alta. Que ningún toro volviera a derribarme. A cambio,
lo más amado. La ambición respondió por mí. Cuando me
senté sobre el lomo sentí que mis manos no eran

(36:45):
mis manos. El pretal y yo éramos una sola cosa.
El toro salió disparado y yo resistí cada reparo con
una facilidad que no era mía. La ovación fue creciendo
como marea. Entonces, en el borde de la euforia, se
coló una carcajada sin garganta, un recordatorio dentro del cráneo.

(37:07):
Había una deuda que no podía ignorar. El cuerpo se
me apagó de golpe. Caí como si me hubieran arrancado
el cable de la corriente. desperté con luces frías y
rostros borrosos intenté hablar pero las palabras no encontraron salida
se quedaron encerradas y así se quedaron desde esa noche

(37:32):
mi madre dice que de vez en cuando cuando cierro
los ojos se nota que escucho algo que los demás
no oyen cascos, metal una respiración que no pertenece a
un caballo No volví a montar. En la cabecera de
mi cama alguien colocó una estampa de San Martín Caballero.

(37:53):
No sé si fue él quien intercedió cuando toqué el suelo,
pero cada madrugada le acerco agua y flores. A veces
el agua amanece temblando sin que haya viento. Quedamos en
que cada quien contaría lo suyo. Y aquí está. Tres

(38:14):
Halloweens seguidos. Tres maneras de toparnos con lo mismo. Aprendimos
a bajar la voz cuando se habla del oro encontrado
en el camino. A reconocer la compasión mal puesta. A
desconfiar de las promesas que llegan justo antes de subir
al toro. Las noches de octubre traen un frío distinto.

(38:37):
No es el viento el que pone la piel de gallina,
ni la luna la que vuelve largos los caminos. Es
otra cosa, una presencia que aprende tu nombre cuando tú
te crees a salvo.
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It’s 1996 in rural North Carolina, and an oddball crew makes history when they pull off America’s third largest cash heist. But it’s all downhill from there. Join host Johnny Knoxville as he unspools a wild and woolly tale about a group of regular ‘ol folks who risked it all for a chance at a better life. CrimeLess: Hillbilly Heist answers the question: what would you do with 17.3 million dollars? The answer includes diamond rings, mansions, velvet Elvis paintings, plus a run for the border, murder-for-hire-plots, and FBI busts.

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