La mitología nórdica, que muchos conocemos al menos en parte gracias a películas de Marvel y otras producciones de entretenimiento, es una de las más fascinantes y enigmáticas que existen. Según las antiguas creencias escandinavas, en el principio de los tiempos no existían praderas, lagos, cielos ni tierras. Solo había dos reinos: al norte, Niflheim, un lugar helado, desolado y sumido en la oscuridad; al sur, Muspelheim, una tierra ardiente donde el calor era tan intenso que ninguna criatura ajena a ese lugar podía resistirlo.
Entre ambos se extendía Ginnungagap, un inmenso vacío donde el tiempo y el espacio parecían no existir. Sin embargo, con el paso del tiempo, algo extraordinario ocurrió. Desde Niflheim, unos grandes ríos comenzaron a fluir y avanzó tanto que llegó hasta el gélido vacío de Ginnungagap. Al encontrarse con temperaturas extremas, sus aguas se congelaron. De este hielo emergió un gigantesco ser, que continuó creciendo hasta que tanto él como el río se acercaron lo suficiente a Muspelheim como para comenzar a descongelarse. Así, el gigante quedó liberado de su prisión de hielo. Su nombre era Ymir, y de él, tiempo después, nacería Midgard, el mundo en el que habitamos.
Pero Ymir no sería el único ser que nacería de aquel deshielo, oculto bajo los bloques helados se encontraba el que sería el primer dios, Buri, del cual vendrían Odín El Padre de Todos, Thor y el resto de dioses Aesir.
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