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October 13, 2025 31 mins

En este Vol. 4 de Octubre de Relatos, nos adentramos en historias donde la brujería y los rituales dejan marcas en nuestros protagonistas. Marcas que no siempre se ven. Una herencia mínima que trae un peso invisible, un pueblo costero que escucha gritos cuando ya no queda nadie, y un juego con una moneda que jamás debió empezar.

Tres testimonios reales, contados con calma y con cuidado, sobre promesas rotas, puertas que no sabemos cerrar y consecuencias que siguen buscándonos en la noche. Apaga la luz… y escucha con respeto, sobre todo porque es octubre y los espíritus están cerca.

¿Te atreves?

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Episode Transcript

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Speaker 1 (00:00):
Mi abuelo los escuchó clarito. Dijo que no eran más
fuertes ni más débiles que antes. Eran los mismos. No
tenían palabras, no tenían insultos, no tenían nombres. Era una
queja larga, una voz de mujer que salía de una
casa donde ya todos sabían no había nadie. Muy buenas

(00:26):
noches comunidad, les damos la bienvenida a una nueva entrega
de este octubre de relatos, esta vez con un tema
que es pesado, denso, sobre todo en estos días, en
este mes, cuando el mundo de lo espiritual, de lo paranormal,
se entrelaza con el nuestro. Es un mes de tener
mucho cuidado, incluso con lo que parezca el más inocente

(00:46):
de los juegos, o pueden terminar como los protagonistas de
nuestras siguientes historias. Sin más, es momento de pasar a
los relatos de hoy. Tienes una última oportunidad para dejar
de escuchar, sobre todo si este es un tema sensible
para ti o con el que hayas tenido previamente algún
tipo de experiencia. Estos temas hay que tratarlos y escucharlos

(01:11):
con mucho cuidado. Es momento de comenzar. Estás escuchando relatos
de la noche. Cuando mi tía murió, me tocó ayudar
a limpiar su casa. No era la más cercana de
la familia. Era una prima de mi mamá sin hermanos,

(01:33):
pero vivíamos en el mismo estado y a veces la
visitábamos en su cumpleaños o en el día de Navidad.
Siempre me pareció una mujer seria, demasiado reservada. Siempre me
pregunté por qué nunca se casó ni formó una familia.
El día que fuimos a limpiar la casa estaba ya
casi vacía. Ella tenía pocas cosas pero todas bien guardadas, ordenadas.

(01:54):
Muebles antiguos, frascos con etiquetas escritas a mano, retratos de
gente que nadie reconocía. Muchos. Yo me puse a revisar
los cajones del tocador que estaba en su recámara. Eran
cajones pesados de madera, y en uno de ellos noté
que en el fondo sonaba como hueco. Lo levanté con

(02:15):
cuidado y encontré un compartimiento escondido. Ahí dentro había algo
cubierto con un trapo de terciopelo rojo y amarrado con
una cinta de cuero. En la cinta, grabado, estaba mi nombre.
Mi nombre completo. Por un momento me quedé mirándolo sin
saber qué pensar. Nunca fui su sobrino favorito, ni mucho menos,

(02:38):
ni siquiera el más cercano. De hecho, apenas hablábamos, pero
me pareció bonito que me hubiera dejado algo. Quizás era
de valor, así que debo confesar que lo guardé sin
decir nada y me lo llevé a la casa. No
quería que también pasara por la revisión y la repartición
que estaba organizando mi familia. Esa noche al llegar a

(03:01):
casa saqué mi herencia, como la pensaba, y lo tomé
de mi mochila, donde lo había escondido. Tenía mucha curiosidad.
Desaté la cinta, quité el trapo y lo abrí. Era
un espejo, un espejito hermoso antiguo, con el marco dorado
y un grabado en relieve que parecían ramas entrelazadas. Un

(03:24):
espejo como los que las mujeres traen en la bolsa
para maquillarse. No tenía nada raro, salvo porque no me
había reflejado de inmediato. Había algo opaco en él. Sentí
que tardó apenas un instante, pero lo noté. Pensé que
era mi imaginación o la luz tenue de mi cuarto.

(03:44):
Lo dejé sobre el buró y apagué la luz. Pero
al poco rato escuché un ruido, muy leve, desde dentro
del baño. Alguien tocando un vidrio, la ventana o el espejo,
pero un vidrio. Me levanté, encendí la luz, revisé el baño. Nada,

(04:08):
pero de verdad creí haberlo escuchado. Pasaron los días y
me olvidé del asunto, hasta que empecé a notar algo
que no me dejaba tranquilo. Cuando me veía el espejo
del baño con la luz apagada o con la puerta entreabierta,
sentía que mi reflejo no se movía al mismo tiempo
que yo. No sé si tiene sentido lo que digo.

(04:29):
Era solo un instante de diferencia, pero suficiente para que
me hiciera sentir muy incómodo. Pensé en grabarlo con un celular,
pero no quería ver lo que podría salir. Después empecé
a despertarme por las noches, pero no por los toques,
sino por una voz, una voz de mujer que salía

(04:50):
del baño, pero en cuanto despertaba por completo dejaba de escucharla,
como si solo pudiera percibirla dormido o a medio despertar.
Así que una mañana le conté a mi mamá. Ella
me escuchó en silencio, sin interrumpirme. Y cuando terminé, no
se rió, no se burló, ni siquiera dudó de mí.

(05:11):
Lo primero que me dijo fue, tráelo por favor, pero
bien cubierto. Fui por el espejo. Ella lo tomó sin
mirarlo demasiado. Lo envolvió otra vez con el trapo rojo,
le amarró la misma cinta de cuero y me pidió
que la acompañara. Manejamos hasta la casa de mi tía.

(05:32):
La puerta todavía tenía el listón negro del velorio. Entramos
sin decir palabra, cruzamos el patio y llegamos hasta el fondo,
donde había una higuera enorme. Con una pala vieja mi
mamá cavó unos centímetros y colocó el espejo ahí adentro.
Luego lo cubrió con tierra. Puso una piedra encima y

(05:52):
dijo en voz baja, son cosas de tu tía. No
sé qué era, pero no era nada bueno. Y ojalá
que se quede enterrado ahí. Yo no pregunté nada más.
Me quedé callado todo el camino de regreso y hasta
ahora no pregunto nunca nada al respecto. Esa misma noche

(06:15):
ya dormí tranquilo por primera vez en días, pero desde entonces,
siempre antes de dormir, aunque sea unos segundos, pienso en
ese espejo, en si de verdad lo enterramos lo suficientemente profundo,
en si alguien más algún día llega a encontrarlo, desenvolverlo,
terminar lo que alguien empezó, lo que sea que se

(06:37):
suponía que tenía que pasar. La casa aún no se vende.
No sé si eso es bueno o malo, pero la
mantiene con incertidumbre. Mi mamá siempre dice que hay cosas
que no deben tocarse, aunque uno no cree en ellas.
Que algunas personas, como mi tía, se meten con asuntos,

(06:58):
por llamarle de alguna manera, que no entienden por completo.
Y que muchas veces los demás terminamos pagando las consecuencias.
La primera vez que mi abuelo me contó lo que
ahora estoy a punto de compartirles fue en la sala
de su casa, con una taza de café que se

(07:20):
le enfriaba en la mano. Recuerdo muy bien esas tardes
calladas cuando se alcanzaba a escuchar el ruido del mar.
Mi abuelo había vivido de joven en otro pueblo costero,
muy parecido al nuestro, de hecho. No voy a decir
el nombre, no porque no quiera que la gente del
lugar se avergüence. Ellos han vivido con estos relatos toda
la vida. Simplemente siento que no le añade nada a

(07:42):
la historia. Era un lugar de esos donde las casas
están alejadas unas de las otras, donde la brisa siempre
huele a sal y se mezcla con el olor a
gasolina de los pequeños botes que salen todos los días
a pescar. Un pueblo donde todos quieren saber todo de
los demás, pero de verdad nadie se mete en nada. Allá,

(08:03):
cada quien con lo suyo, decía mi abuelo. Y cuando
decían lo suyo se referían a todo, a los pleitos,
a los amores, a las deudas, a las vergüenzas, y
también esas cosas en las que ahora pensaríamos que hay
una obligación de intervenir. En ese pueblo vivía un hombre
al que no le gustaba que nadie se acercara a

(08:24):
su casa. Nadie sabía de dónde venía. Un día apareció
con su mujer, su esposa, y se asentaron en una
casita al final de una calle de tierra que desembocaba
en la playa. Vivieron por doce años ahí. La casa
era pobre, con paredes de madera y un techito de lámina.
A la gente le daba por decir que era una

(08:45):
casa triste, no porque estuviera abandonada, sino porque de veras
tenía una tristeza pegada. No sé cómo explicarlo sin que
suene a exageración, pero mi abuelo lo decía así. Has
visto cómo hay casas que te invitan a sentarte afuera,
a visitarlas. También hay otras que te piden que pases
de largo. Esta era de las segundas. Cuando pasaba cerca,

(09:08):
lo único en que pensabas era en alejarte de ahí.
A la esposa se le veía muy poco. Al principio
salía tan de ropa, la ropa negra de los dos.
Se quedaba mirando un rato hacia el mar y se metía.
Pero después ya casi no salía. Y luego... Alguien dijo
que la habían visto en una silla de ruedas dentro

(09:28):
del patio, bajo una sombra que el hombre le había
hecho con lunas viejas. Parecía que tenía una enfermedad en
la piel. Su esposo siempre la cubría del sol directo.
A veces hasta le ponía una tela en la cara
y en las manos. Se veía desde lejos que la
señora cada vez estaba más mal. Uno sabe cuando alguien
se va a morir, y ella llevaba muriéndose ya mucho tiempo.

(09:52):
Alguna enfermedad grave debía tener. El señor tenía fama de gruñón.
Si pasabas cerca de su casa y se te ocurría
voltearse adentro, te veía directamente. Cruzaba los brazos o hacía
su trabajo más lento, pero sin quitarte el ojo de encima,
nomás como para que entendieras. Nadie quería un pleito con

(10:14):
un vecino así, y como en ese lugar cada quien
cuida su lugarcito, su corral, sus redes, sus animales, el
asunto quedó en que no había que acercarse y ya,
no por miedo, sino por respeto. decían los viejos, aunque
la verdad lo que había era miedo, mucho miedo que
no entendían por qué. Por esos días fue que empezaron

(10:37):
los gritos, no eran gritos de pleito o de pelea,
de esos que traen insultos y portazos y platos rotos,
eran gritos de mujer, largos, como de alguien que se
quejaba de dolor. La primera vez que los oyeron fue
una noche de mucho, mucho calor. Mi abuelo y otros
muchachos estaban sentados en la playa cuando el sonido llegó

(10:59):
por encima del mar. Esa primera noche no todos aceptaron
haber escuchado. Según algunos, no habían oído nada. Pero nadie
se acercó a la casa del viejo. Todos se fueron
por el camino largo para regresar al pueblo. Después se
volvió costumbre. Pasaban unos días, a veces semanas, y en

(11:20):
la madrugada, cuando el ruido del pueblo se apagaba por completo,
volvían los gritos. Un vecino que vivía en una de
las casas más cercanas a la del viejo juraba que
escuchaba como una mujer decía, ya, como pidiendo que algo acabara.
Otro decía que no, que eso era un invento, que

(11:42):
lo que se escuchaba era nada más una queja, una
especie de ¡ay! Y así cada quien con su versión
se iba a dormir, y al día siguiente a pescar,
a arreglar redes, a la escuela, a lo que tocara,
pero nadie cruzaba ya por enfrente de esa casa. Empezaron
los rumores, que el hombre no dejaba salir a la esposa,

(12:05):
que no la quería llevar al médico porque temía que
él y su casa se quedaran sin la poca ayuda
que les daban, que en las tardes la sacaba un
ratito para que le diera el aire, que por eso
se veía la silla, que se la pasaba reclamándole a
Dios y a los santos por lo que les había pasado.
Otros juraban que todo era mentira, que la mujer estaba bien,
que lo que se escuchaba eran las rachas del viento

(12:27):
que traía el mar. Entre la gente pobre se aprende
a no complicarse lo que ya de por sí es complicado,
y la regla de ese pueblo, como en muchos, era simple.
Si la casa no es tuya, no te metas. Nadie toca.
Nadie pregunta. Así pasaron meses. Mi abuelo consiguió trabajo ayudando

(12:48):
a un señor que salía a pescar de madrugada. A mediodía,
cuando el sol quemaba más, se echaba una siesta corta
y después se iba a comprar tortillas. El rumor ya
casi se perdía. La gente que los llegaba a escuchar
ya había aprendido a ignorarlo. Algunos se cambiaron de ruta
para nunca pasar frente a la casa, pero otros por

(13:09):
morbo empezaron a hacerlo más, nomás a ver qué veían.
Una mañana, el señor de esa casa se desmayó. Fue
en el mercado. Lo vieron tambalearse de pronto. Decir algo
que nadie alcanzó a escuchar y se cayó. Lo cargaron
hasta llevarle una sombra. Una señora le echó agua en

(13:30):
la frente. Un hombre le quiso abrir la boca con
una cuchara como si fueran convulsiones, aunque no lo eran.—
Hay que avisarle a su esposa— dijo alguna señora chismosa,
casi como si por fin tuvieran un pretexto para ir
a verla. Mi abuelo fue con esa señora y con
otro señor del mercado. Caminaron rápido por las calles de

(13:51):
tierra hasta llegar. Tocaron a la puerta de lámina que
daba a la calle, antes del patio.—¡ Buenas!— gritó la
señora desde afuera.—¡ Oiga, se desmayó su esposo!— continuó. Mi
abuelo también le gritó, pero nadie contestó. El patio olía

(14:15):
a humedad. Abajo de la techumbre de luna vieron la
silla de ruedas. Le daba el sol, pero la señora
estaba cubierta de los pies a la cabeza.« Señora», dijo
mi abuelo, y dio un paso hacia ella. Pero tampoco respondió.« Señora,
su esposo se sintió mal», insistió la chismosa y con

(14:38):
las puntas de los dedos tomó la orilla de la manta.
La jaló. Mi abuelo nunca contaba detalles que no hicieran falta,
pero aquí sí se detenía. Le dijo que lo primero
que vieron fueron las manos, porque así estaba acomodada, con
las manos sobre el regazo y que parecían de madera.
No eran huesos pelones, no era eso, aclaraba. Era el

(15:03):
hueso pegado, pero aún cubierto de piel. Yo no sabía
en ese entonces lo que era una momia. Pero eso
era un cuerpo momificado. Después vieron la cara. Tenía como
pegada en la boca una especie de tela que antes
tal vez había sido un pañuelo. No olía fuerte, no
olía muerto reciente. Olía como a una casa encerrada, a tierra,

(15:27):
a trapo viejo. Mi abuelo decía que parecía que tenía
años así. Salieron despacio de ahí, como si temieran que
con un paso brusco fueran a deshacer aquel cuerpo. No
hicieron escándalo. Llegaron al mercado. El hombre, que ya había reaccionado,
seguía pálido. Lo subieron a la camioneta de un vecino

(15:48):
que tenía permiso para sacar gente a la carretera, rumbo
a la capital. No era una ambulancia, no había, pero
así la usaban. Mi abuelo dijo que el hombre no
hizo preguntas, nada más se dejó llevar, sin saber a dónde,
como alguien que por fin se cansó, o como si
quisiera escapar del pueblo. Lo internaron en un hospital psiquiátrico,

(16:10):
eso dijeron después. La casa quedó sola. La noticia, si
se puede llamar noticia, corrió bajito, sin gritos, entre los
puestos de pescado, en los patios, en la fila de
la panadería. La señora estaba muerta. Ya tenía años así.¿
Y entonces quién gritaba? Esa pregunta nadie la contestó. Los

(16:36):
primeros días con la casa vacía en el pueblo pusieron
atención a la noche. Era natural. Había una curiosidad fuerte.
La expectativa, las ganas de que los gritos pararan. Y
la casa durante dos noches estuvo en silencio, pero luego volvieron.
Mi abuelo los escuchó clarito. Dijo que no eran más

(16:59):
fuertes ni más débiles que antes. Eran los mismos. No
tenían palabras, no tenían insultos, no tenían nombres. Era una
queja larga, una voz de mujer que salía de una
casa donde ya todos sabían, no había nadie. Hubo quienes
dijeron que era un gato más bien, o que era

(17:19):
el viento, o que era una broma de muchachos. Hubo
quienes de plano recogieron sus cosas y se mudaron con
parientes por unas semanas, al menos las dos familias que
vivían más cerca de ahí. Y en una de esas noches,
el padrino de mi abuelo, un hombre de carácter fuerte,
fue el que se animó a ir y revisar, a
abrir la casa, a ver qué es lo que seguía

(17:41):
generando aquel grito cada noche. Cuando la policía había ido
por el cuerpo, lo único que dijeron es que la
mujer había muerto de vieja y que la única falta
que había cometido el hombre era estar demasiado loco como
para nunca haberlo reportado. Eso fue lo único. Pero el
padrino de mi abuelo quería ver. Andaba con un par

(18:02):
de amigos cuando en una borrachera decidieron abrir las puertas,
entrar en la casa, ver si quedaba alguien ahí que
gritara noche tras noche. Pero lo único que encontraron fueron
símbolos en el piso, en las paredes, con sal y
sangre respectivamente. Esa pequeña casa estaba repleta de figuras de

(18:23):
ángeles y del diablo. La historia corrió. Llegó la iglesia.
El padre dijo que si querían él podía bendecir la casa.
Desde afuera se organizó una tarde. Fueron nomás unas cuantas personas.
Mi abuelo estuvo lejos, a una de esas distancias donde
oyes pero no te sientes parte. El padre rezó. Hizo

(18:46):
una cruz con agua bendita sobre la puerta. Alguien dejó
una veladora. Pero todos regresaron a sus cosas. Y esa
noche los gritos volvieron. Uno, dos, tres veces. Más fuertes
que nunca. Esta vez no se quedaron en las casas vecinas,
ni en las calles aledañas. Esa noche los gritos llenaron

(19:09):
todo el pueblo. Y pasó el tiempo. A los meses,
por alguna razón, alguien del municipio cerró la puerta con
un candado nuevo. Pusieron bandas como decena de crimen para
que nadie entrara. Al principio nadie supo por qué. Mi
abuelo no era un hombre de creencias raras, creía en Dios, sí,
como casi todos, pero también creía en lo que veía

(19:31):
con los ojos. Por eso cuando me lo contaba, insistía
en dejar las cosas como son, en que en esa
inocencia no creía que era un fantasma, tampoco que la
mujer regresara todas las noches, no creía que aquel hombre
era un monstruo. Lo que creía él era que, por
el motivo que haya sido, aquel señor se quedó con

(19:53):
el cuerpo de su esposa años y que, por las noches,
en ese pueblo, lo que se escuchaba eran gritos como
una memoria atrapada, un recuerdo que no podía encontrar una salida.
Pero esa creencia no le duró para siempre, porque el señor,
el esposo eventualmente habló. porque ese hombre al que consideraron

(20:16):
muchos un monstruo, le contó a alguien una verdad, pidiendo
que no la esparcieran por el pueblo. Mi abuelo no
sabe si fue en el hospital psiquiátrico, donde recibió alguna
vez la visita de alguien del pueblo, o si fue
en el camino a él, cuando se desahogó con el
hombre que lo llevaba a atenderse. lo que dijo el

(20:37):
señor es que él simplemente seguía las instrucciones de la
mujer pero dejó claro que no era su esposa que
ella se lo había robado de un pueblo del que
ya no recordaba nada donde él tenía esposa e hijas
dijo que estaba atrapado que ella le contó que iba
a morir pero lo iba a usar a él que

(21:00):
tenía que seguir las instrucciones cuando ella ya no estuviera
preservar su cuerpo cuidarlo No dejar que nadie se acercara.
Tenía que cuidar ese cadáver por siete años para que
ella pudiera volver. Tenía que seguir los rituales al pie
de la letra para que todo saliera bien. Para que volviera.

(21:23):
Pero no lo soportó. Quizás, quizás no lo soportó su
cuerpo que colapsó a quentilla en el mercado. Por eso
dicen que el candado lo pusieron para que nadie entrara,
para que nadie intentara terminar aquel ritual, traerla de vuelta.
Que los quejidos eran de la mujer, exigiéndole que finalmente

(21:44):
llevara a cabo el ritual que le permitiría regresar. Y
que su alma maligna se quedó atrapada en esa casa,
donde se siguió escuchando por mucho, mucho tiempo, incluso ya
que mi abuelo estaba grande cuando se fue del pueblo.
Siempre se ponía triste al contar esto, sobre todo porque
pensaba en el destino de aquel hombre, si es que

(22:06):
decía la verdad, en la familia que nunca volvió a
saber de él, y en lo que todo un pueblo pensaba, odiándolo,
creyéndolo peor. Espero que estén aún escuchando este episodio de
un tema que, como les dije en la introducción, tiene

(22:29):
que tomarse con mucha precaución. Si ustedes han tenido alguna
experiencia con esto, déjenla en un comentario. Aunque no se
atrevan a contarla toda, nos gustaría saber qué tanto de
ustedes han sentido en algún momento que han estado al
menos cerca de un ritual o de alguien que lo practica.
Les agradezco muchísimo si ya están suscritos y son parte

(22:50):
de esta comunidad. Y si no, este es el momento.
Únanse a la mejor comunidad de todo internet. Vayan a
unirse también a nuestro grupo de Facebook donde tenemos a
una comunidad sumamente noble que comparte historias con toda la
confianza del mundo, que nunca se insulta y que es
realmente una familia. En la descripción de este episodio les

(23:13):
voy a dejar todos los enlaces necesarios para que nos
sigan en todas partes, para que nos compartan cómo escuchan
relatos de la noche. Y es muy importante algo que
les tengo que decir, la única cuenta oficial de Instagram
o de TikTok es RDLNOficial. Sin punto, sin dos eses, nada.

(23:37):
Solamente RDLN oficial porque cada vez hay más páginas piratas
que no vamos a mencionar por nombre, pero que se
roban nuestro trabajo y sobre todo se roban sus historias.
Y hay algunas en TikTok que hasta les piden dinero. Recuerden,
nosotros jamás, jamás, jamás les vamos a pedir una suscripción

(24:00):
o o una donación a través de TikTok o de
Instagram o esas cosas, por favor no vayan a caer.
Pero ahora vamos con una historia más que aún quedan
relatos esta noche. Hola Uriel, no sé si llegas a

(24:21):
leer esto, pero ojalá que sí. Necesito contarte algo que
me pasó hace algunos años, a mí y a mi hermano.
Algo que cambió por completo la forma en que veo
las cosas y que, para mí, fue la prueba de
que lo sobrenatural sí existe. Prefiero mantenerme en el anonimato,
porque esto solo lo sabe mi familia. Cuando lo menciono
con otras personas siempre me refiero a esto como mi

(24:44):
accidente en el juego mecánico. Pero nunca cuento lo demás.
Hoy quiero hacerlo aquí, porque siento que este es el
lugar donde debe estar. En aquel tiempo tenía 10 años. Mi
hermano Víctor tenía 12. Ambos éramos monaguillos en la iglesia del pueblo.
Mis abuelos eran muy religiosos. Mi abuelo era cristán, mi

(25:06):
abuela la encargada de preparar las misas. En ese tiempo
faltaban dos días para la fiesta del templo. Ya estaban
montando los juegos mecánicos, los puestos de comida, los brincolines.
Y entre todo eso había un juego que se llamaba
el canguro. Era uno de esos que giran y brincan,
con carritos largos y una música muy fuerte. Mi abuelita

(25:26):
me llamó ese día para que le llevara unas cosas
al templo, y cuando pasé por el atrio vi a
mi hermano y otros niños jugando sobre un tapanco. Me
acerqué a ver y les pregunté qué estaban haciendo. Uno
de ellos respondió, estamos jugando Pinky Pinky. Me explicaron que
era algo como Charlie Charlie, pero con una moneda. Águila
significaba sí, sello, no. Yo les pedí jugar. Mi hermano

(25:51):
me dijo que no, que era muy miedosa, que luego
me iba a asustar. Pero uno de los niños insistió
en dejarme. Si se asusta es su problema, dijo. Así
que me hicieron espacio. Para empezar tenía que preguntar. Pinky, Pinky,¿
puedo entrar a tu juego y lanzar la moneda? Cayó

(26:12):
en águila. Eso significaba sí. Todos se quedaron callados viéndome raro.
Uno de los niños dijo que era la primera vez
que alguien entraba a la primera. Yo solo me reí
pensando que era suerte. Seguimos jugando un rato hasta que
se me ocurrió preguntar algo que hasta hoy no sé
por qué hice. Pregunté. Pinky, Pinky,¿ voy a tener un

(26:37):
accidente pronto? La moneda cayó en Águila. Sí. Pregunté si
serían un brincolín. Cayó sello. No. Pregunté si serían un
juego mecánico. Respondió que sí. Y luego con mucho miedo pregunté.¿

(26:59):
Me voy a morir? La moneda cayó en sello. No.¿
Será un accidente grave?¿ Para ir al hospital? Volví a preguntar.
La moneda cayó en águila. Sí. Nos quedamos helados, todos.
Decidimos cerrar el juego como se debía, preguntando si Pinky

(27:23):
Pinky nos dejaba salir. A todos los dejó salir a
la primera. Menos a mí. Pregunté una, dos, cinco veces
y siempre caí en sello. No, no, no. Asustados decidimos
enterrar la moneda en el atrio del templo. Pensamos que

(27:45):
al ser tierra bendita no pasaría nada y cada quien
se fue a su casa. A los días lo había
olvidado por completo, hasta que llegó la fiesta. Estaba emocionada.
Mi mamá nos iba a comprar pizza, elotes, juguetes y
nos dejaría subir a un juego. Yo quería el canguro.
Mi hermano y yo fuimos directo ahí. Nos amarraron con

(28:08):
unas cadenas por la cintura, bajaron el seguro y empezó
la música. El juego giraba rápido, subía y bajaba. Todo
iba bien hasta que vi que el señor que lo
manejaba perdía el control. La palanca se le soltó. El
juego empezó a girar más rápido. Las cadenas se rompieron.
Escuché a mi hermano gritar. ¡Agárrate!¡ Las cadenas se reventaron!

(28:33):
Él alcanzó a atorar el pie en el asiento. Yo
solo pude aferrarme con las manos. Cerré los ojos y
sentí un golpe muy fuerte y después todo se volvió negro.
No fue como caer, fue como flotar. Caía despacio en
un vacío oscuro. Y entonces escuché una risa. una risa

(28:53):
que se burlaba de mí. Primero una, luego eran varias,
hasta que eran muchas, muchas voces riendo todas a la vez.
Vi algo, una figura alta, con cuerpo de persona y
cabeza de cabra. Parecía sonreír. No tenía ojos, solo veía

(29:17):
los huecos. No supe si fue un sueño, si estaba
inconsciente o si de verdad lo vi, pero lo recuerdo
con una claridad que no puedo explicarles. Después sentí otro golpe. Desperté.
El juego se había detenido. Un señor me jaló para
sacarme y yo no podía moverme. Tenía sangre en la boca,

(29:40):
una herida profunda en la pierna. Me entregaron a mi
mamá y me llevó hasta un puesto para sentarme mientras
pedían ayuda, pero las ambulancias nunca llegaron. El hijo del
dueño del juego nos llevó en su camioneta hasta el hospital.
Recuerdo que tenía mucho sueño, sueño pesado. Mi hermano me
movía y me decía, no te duermas hermanita, ya casi llegamos,

(30:04):
no te vayas a dormir. Pero todavía escuchaba la risa,
todavía podía escucharla, como si fueran con nosotros. En el
hospital me subieron a una camilla y se desvaneció todo.
Desperté cuando me estaban cosiendo la herida enorme en mi pierna.
Hasta hoy tengo la cicatriz. Nunca volví a ver a

(30:27):
esa cosa, pero la risa nunca se me olvidó. Tiempo después,
mi hermano me contó algo que me asustó todavía más.
Esa noche, él también escuchó la risa. Él también vio
a esa figura. extraños que yo nunca le conté lo

(30:47):
que había visto no lo supo hasta tres años después
cuando por fin pude hablar del accidente desde entonces he
tenido otras experiencias pero ninguna tan fuerte como esa sigo
creyendo que lo que sea que era Pinky Pinky todavía
sigue ahí Hace poco alguien durmió en mi cuarto y

(31:09):
me dijo que tuvo una parálisis del sueño, que no
podía hablar ni moverse, pero que al voltear, vio una
sombra negra parada junto a mi cama. No podía verle
la cara, pero sabía que nos estaba mirando. Eso fue
hace apenas dos meses, y creo que ahí entendí que,

(31:29):
aunque lo enterramos en tierra bendita, ese portal que abrimos
cuando éramos niños, nunca se cerró del todo. Gracias por
ver el video
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CrimeLess: Hillbilly Heist

CrimeLess: Hillbilly Heist

It’s 1996 in rural North Carolina, and an oddball crew makes history when they pull off America’s third largest cash heist. But it’s all downhill from there. Join host Johnny Knoxville as he unspools a wild and woolly tale about a group of regular ‘ol folks who risked it all for a chance at a better life. CrimeLess: Hillbilly Heist answers the question: what would you do with 17.3 million dollars? The answer includes diamond rings, mansions, velvet Elvis paintings, plus a run for the border, murder-for-hire-plots, and FBI busts.

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