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November 10, 2025 28 mins

En esta noche de Relatos de la Noche, reunimos cuatro historias que nos recuerdan que el miedo puede aparecer en los lugares más cotidianos: en un puente desierto, en los cerros de un rancho, en una calle perdida o en el silencio de un taller.

Desde Ensenada hasta Oaxaca, pasando por Zacatecas y Durango, conoceremos los testimonios de quienes se atrevieron a mirar lo que otros prefieren ignorar. Relatos sobre presencias que regresan con la lluvia, seres que habitan bajo la tierra, brujas que aún caminan entre nosotros y guardianes que enfrentan al mal con más valor del que cualquiera imaginaría.

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Episode Transcript

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Speaker 1 (00:04):
Cuando llegó la grúa me encontraron todavía bien asustado, y
mientras aseguraba mi carro, uno de los chicos se acercó
y me dijo, usted tuvo suerte, en esa parte ya
van tres choferes que se desbarrancan al dar la vuelta,
dicen que ahí se reúnen las brujas, donde antes había
una capilla vieja que se quemó. Muy buenas noches comunidad,

(00:31):
gracias por dejarnos llegar a ustedes con las siguientes historias
y gracias por ser parte de la mejor comunidad de internet.
Hoy hay una selección muy variada que va desde espíritus
hasta brujas, duendes, seres elementales que no logramos comprender. Hoy
hay historias de veladores y taxistas también. lo único que

(00:53):
tienen en común es el miedo, el terror, y que seguramente,
aunque tú no creas, aunque prefieras permanecer en la tranquilidad
del escepticismo, hay alguien muy cerca, muy muy cerca, con
una historia no tan lejana de lo que aquí se contará.
Te invitamos a poner atención a tu alrededor, no solo

(01:13):
por las historias que hay gente dispuesta a contar, sino
porque si escuchas bien en la noche, quizás alcances a
percibir algo, algo que siempre estuvo ahí, pero que no
querías escuchar. Quizás seas tú el siguiente protagonista de relatos
de la noche. Buenas noches a todos, me llamo Ricardo

(01:41):
y soy originario de Ensenada, Baja California. Lo que voy
a contarles me pasó hace poco más de un año,
en una de esas noches que nunca se te olvidan
por más que lo intentes, y créanme que lo he intentado.
A lo mejor contarlo aquí es un paso más en
esa dirección, y si no lo olvido, al menos en
algún momento quiero ya no sentir el mismo miedo. Trabajo

(02:03):
en un restaurante que abrieron apenas el año pasado sobre
la avenida Adolfo López Mateos, ahí en pleno centro, donde
está todo lo turístico, los bares, las tiendas, los cafés,
todos esos lugares que se llenan los fines de semana
con gente de Tijuana o de San Diego. Era nuestra
primera semana abierta y nos había ido sorprendentemente bien, así

(02:25):
que el dueño quiso organizar un convivio después del turno.
Cerramos el local, sacamos unas cervezas y nos quedamos platicando
esta tarde, hablando de lo bien que pintaba todo. Cuando
me di cuenta ya eran casi las 3 de la mañana.
Yo vivo más al sur de ahí, como a media
hora caminando y normalmente tomo taxi, pero esa noche había

(02:46):
gastado lo poco que traía. Pensé que no pasaba nada,
que podía caminar tranquilo. Senada no es una ciudad peligrosa
si sabes por dónde irte. Además, la noche estaba fresca
y acababan de pasar unos días de lluvia, de esas
que limpian el aire y dejan el pavimento con ese
brillo raro bajo las lámparas. Caminé entonces por esa avenida,

(03:09):
López Mateos, bajándose a la zona menos transitada, y cuando
llegué al puente sobre el arroyo, fue cuando escuché el
sonido del agua. Al principio no le di importancia, pensé
que era la corriente fuerte normal por lo sea de lluvia,
pero conforme me acercaba al puente, me di cuenta de
que se escuchaba algo más que eso. El canal que

(03:32):
cruza esta parte de la ciudad, que la mayoría de
las veces está casi seco, llevaba una muy buena corriente. Fuerte.
Muy fuerte. No lo recordaba así. Nunca. El ruido del
agua era tan fuerte que tapaba el poco sonido que
quedaba a lo lejos. Me apoyé en la barandilla y
me asomé. El reflejo de las luces amarillas o los

(03:55):
postres se rompía sobre la corriente. Formaba reflejos en el
agua que parecían moverse con vida propia. Se veía bonito.
Si mi teléfono no hubiera tenido el 2% de pila,
quizás hasta hubiera tomado una foto. Pero justo cuando iba
a seguir mi camino, algo se movió allá abajo. Pensé
que era un costal, una bolsa de basura o algún

(04:18):
tronco arrastrado desde el mar, pero el bulto se enderezó.
Y entonces lo entendí. No era basura. Era... algo. Alguien.
Una figura delgada, alta, con el cabello negro y largo
pegado en la cara. No sabría decir si era hombre

(04:40):
o mujer, pero su silueta era demasiado clara, incluso con
la poca luz. y lo que meló la sangre fue
que iba en dirección contraria a la corriente. El agua
se movía hacia el mar, por supuesto, pero esa cosa
avanzaba hacia el interior, como si nada pudiera detenerla. Me
quedé paralizado un instante, y en ese segundo pasaron por

(05:03):
mi cabeza mil cosas. Intenté buscarle una explicación lógica, tal
vez una persona drogada o alguien que se había metido
a nadar, pero cuando levantó la cabeza para verme... y
supe que no era humana tenía el rostro completamente deformado
con los ojos donde debería estar la boca y la

(05:25):
boca arriba abierta como si se estirara hasta el límite
de la piel de esa abertura salió una lengua larga
grisácea que se movía lentamente el cuerpo parecía flotar más
que caminar y sus brazos se agitaban en el agua
como si buscara algo Retrocedí tropezando con la banqueta y

(05:48):
en ese momento la figura empezó a moverse más rápido.
No escuché pasos ni chapoteos, pero sentí su presencia acercándose.
Lo sentí porque empezó a faltar el aire, porque sentía
que me era más difícil respirar. Salí corriendo del puente
sin mirar atrás. Corrí hasta llegar a una avenida más

(06:10):
grande donde todavía había algunos taxis estacionados. Uno de los choferes,
un señor grande, me vio y se bajó de inmediato
al verme tan pálido. Me preguntó qué me había pasado,
si me habían asaltado o algo así. Le conté apenas
lo que alcancé a decir, todavía temblando, recuperando el aire.

(06:33):
Le dije que había visto algo debajo del puente. El
taxista me escuchó con calma sin interrumpirme y cuando terminé
me dijo, no eres el primero que ve algo ahí.
Cuando el canal se llena, el mar devuelve algo de
lo que se llevó. No supe qué responderle. Me ofreció

(06:55):
un cigarro. Dijo que me sentara un momento en el
taxi y esperó hasta que me calmé. Luego insistió en
llevarme a mi casa y no quiso cobrarme. Yo ni
siquiera fumo, pero esa noche solo acepté. Y me sirvió,
al menos para tomar un momento para recuperarme. Por acá
en Ensenada no llueve mucho. Pero esas pocas veces que

(07:18):
nos cae la lluvia, evito pasar por ese puente. Me
da mucho miedo cuando lleva corriente fuerte el arroyo. Siento
que si alguna vez vuelvo a ver esa cosa, será
en una noche así. Siempre que paso por ahí, porque
tengo que pasar, en carro o de día, cuando me
siento seguro, me entra la necesidad de mirar hacia abajo.

(07:43):
En lo que pienso es en lo que me dijo
el taxista, que por cierto ya no he vuelto a ver,
que el mar devuelve lo que nunca debió salir de él.
Hola Uriel, te escribo desde Zacatecas, y esto que te
voy a contar ocurrió hace ya varios años, cuando todavía

(08:03):
vivía con mis abuelos, en un rancho pequeño a las
afueras del municipio de Betagrande. En la casa estaba al
pie de un cerro, en una zona donde abundan las
minas abandonadas, los túneles que quedaron de los años al
auge minero. Desde chica mi abuela decía que en esas
cuevas vivían... Los pequeños, los que se enojan si uno

(08:24):
anda molestando su territorio. Yo me reía, claro. Pensaba que
solo eran historias para que no anduviera solo en los cerros,
para que no me alejara de la casa. Pero una
tarde de marzo me dejaron sola. Mi abuelo había bajado
al pueblo y mi abuela estaba en misa. No la
de domingo, a las que me obligaban a ir. Una

(08:44):
de esas entresemanas a donde solo van las abuelitas. El
sol ya se estaba metiendo y yo me puse a
barrer el patio de tierra. El aire era frío, desde
que levanta polvo y te hace volver a barrer. De
todas formas, si mi abuela no veía regresar, que al
menos lo había intentado, me iba a regañar. Así que
ahí seguí. Fue entonces cuando empecé a escuchar unos golpecitos secos, metálicos,

(09:21):
como si alguien estuviera martilleando desde abajo del suelo. Pensé
que podía ser una máquina a lo lejos, pero el
sonido era muy rítmico y casi como si alguien trabajara
justo bajo mis pies. Me agaché a escuchar mejor y
juraría que venían de la parte donde alguna vez hubo
una especie de pozo tapado con piedras grandes. Me dio curiosidad,

(09:46):
pero también algo de miedo. Así que regresé a la
casa y cerré la puerta. Pasó como media hora y
mientras calentaba café en la estufa, escuché otro ruido. Esta
vez era un silbido muy fino, repetitivo, como el canto
de un pájaro. Pero no era un pájaro. Era una

(10:12):
melodía corta, torpe, como si alguien tratara de imitar una
canción y no supiera cómo seguirla. Cuando miré por la
ventana vi algo moviéndose entre los mezquites. Eran tres figuras pequeñas,

(10:35):
del tamaño de un niño, pero con las piernas torcidas
y los brazos largos. Sus rostros eran borrosos, les juro
que se veían borrosos, y aunque estaban lejos sentí que
me estaban viendo. Uno de ellos sostenía algo que brillaba,
como una piedra o un pedazo de metal, y entonces

(10:56):
lo escuché, el mismo silbido, ahora más cerca. Apagué la
estufa y me quedé quieta. Las figuras comenzaron a caminar
hacia la casa, lentas, torcidas, casi arrastrando los pies. Cerré
todas las ventanas y me escondí detrás de la mesa,

(11:17):
y por un momento creí que se habían ido. Pero
después escuché un golpe seco en la puerta. Y luego otro,
y otro... hasta que de pronto el sonido cambió, como
si alguien arañara la madera desde abajo. No sé cómo,

(11:46):
pero tomé valor y miré por la rendija, abajo, para
sacarme de dudas nada más, y lo que vi me
sigue persiguiendo hasta hoy, lo juro por Dios. Una mano pequeña, delgada,
con unas uñas larguísimas y negras, asomada por el borde
inferior de la puerta, moviéndose como si buscara una grieta

(12:09):
por donde entrar. Grité, corrí, corrí al cuarto de mi
abuela y me encerré ahí hasta que escuché su voz
afuera ya entrada la noche. No sé por qué ese
día se tardó tanto en llegar, más de la cuenta.
Cuando me encontró le conté todo llorando, le pedí a
que me creyera, que no me fuera a pegar, que

(12:31):
no era un invento para no hacer mis quehaceres, pero
ella no se sorprendió ni se burló, encendió una veladora
y dijo en voz baja, te lo dije, no son
malos y uno los respeta, pero no los mires cuando salen.
Nunca los mires, porque eso los hace enojar. Por eso
se ponen borrosos. Eso pasa cuando se dan cuenta que

(12:54):
uno los está viendo. Al día siguiente, mi abuelo y
yo encontramos la tierra revuelta junto al pozo tapado. Entre
las piedras vimos una moneda vieja, ennegrecida, con un grabado
que ninguno de los dos reconocía. Mi abuela la envolvió
en un pañuelo y la guardó, y nunca más la

(13:16):
volvió a ver. Tampoco volvimos a hablar del tema. Por
más que intento, por más que he buscado olvidar cuando
estoy despierta, en mis sueños es distinto. Hay mucho más
seguido de lo que yo quisiera, aunque esté soñando con
otra cosa, con algo que no tiene nada que ver.

(13:38):
Escucho los sonidos, una melodía desafinada y corta viniendo de
debajo de la tierra. Comunidad, gracias por llegar hasta la
mitad de este episodio y recuerden que mi libro ya

(13:59):
está disponible en Chile y en España. Fue un tiraje
pequeñísimo allá, hay pocos ejemplares, siento que se pueden acabar pronto, ojalá,
así que aprovechen para tener esa edición tan especial impresa
allá en sus países. es una edición tan tan limitada
que ni siquiera yo tengo una copia aún pero me

(14:22):
encantará firmarla en algún momento les prometo que voy a
estar por allá no dejen de mandarme sus fotos o
sus historias de instagram los que ya lo tienen las
estoy guardando con mucho cariño Los enlaces para encontrar su
libro están en la descripción de este episodio. Recuerden que
está en México, en Estados Unidos, Chile y España. Y

(14:45):
después de mi comercial de siempre. Perdón, pero me emociona
mucho todavía. Ahora sí es momento de seguir. Porque aún
hay historias muy, muy aterradoras para esta noche. Buenas noches, Uriel.
Esta historia me la contó un taxista de nombre Eusebio

(15:07):
cuando trabajaba en Oaxaca hace algunos años. Yo había tomado
su taxi a la madrugada en el centro y durante
el trayecto, cuando vio que yo venía somnoliento, me dijo,¿
sabe qué? Hay cosas que solo a los que manejamos
de noche nos toca ver. Le pregunté a qué se refería.
Siempre estaba disponible para una historia y me contó lo siguiente.

(15:28):
Eusebio trabajaba casi siempre de noche porque, según decía, el
dinero corre mejor cuando los demás duermen. Una madrugada cualquiera,
como a las dos y media, dejó un cliente en
una colonia en la parte alta de la ciudad, una
donde las calles son empinadas, con casas viejas y cables
que cuelgan por todos lados. La noche estaba muy callada,

(15:52):
no había nadie en las banquetas ni ruido de perros,
solo el motor del taxi y el zumbido de los postes.
Al bajar por una calle sin salida, quedaba un barranco.
Se dio cuenta de que había tomado la ruta equivocada.
Eran de esas que parecen normales al principio, pero conforme
avanzas te das cuenta que cada vez hay menos casas,

(16:13):
menos luz, menos señales de vida. Que ahí terminan, pues.
Así que intentó dar vuelta en úpero. Algo llamó su atención.
Al lado de la calle, muy cerca, un grupo de
mujeres reunidas junto a una fogata, a unos metros del
final de la calle. Eran cuatro. Parecían estar de espaldas

(16:37):
murmurando algo. Se les veía el cabello suelto y largo,
iluminadas apenas por el fuego. Y aunque suena muy raro,
al principio Eusebio pensó que era una reunión de vecinas,
tal vez hasta alguna ceremonia o fiesta privada, pero la
hora y lugar, lejos de todo, le parecieron rarísimos. Aún

(17:00):
así bajó la velocidad, más por curiosidad que por otra cosa.
Los taxistas están acostumbrados a ver de todo. No se
asustan nada fácil. Por eso entiendo que, aunque todos quizás
hubiéramos salido a toda velocidad de ahí, él se tomó
su tiempo. Él quería ver. Fue entonces cuando una de

(17:22):
las mujeres levantó la cabeza y vio que no tenía
pelo en la mitad de enfrente. Su rostro era pálido
y no reflejaba el resplandor del fuego. Eusebio lo recordó
muy bien. No tenía cejas y su boca se movía
sin emitir ningún sonido, pero parecía que les decía algo.

(17:43):
Las otras mujeres giraron al mismo tiempo, y lo que
él vio después fue suficiente para dejar de trabajar de
noche por meses. Sus sombras no coincidían con sus cuerpos.
Mientras ellas se quedaban quietas, las sombras se movían solas, retorciéndose,

(18:04):
caminando en direcciones distintas, como si tuvieran vida propia. Eusebio
sintió un escalofrío recorrerle toda la espalda y metió primera
para alejarse. Pero justo entonces escuchó que alguien golpeó el
techo del taxi. No había nadie alrededor y el fuego
seguía encendido al fondo de la calle. Volvió a mirar

(18:28):
por el espejo y lo que vio lo paralizó. Una
de las mujeres ya no estaba en el grupo. La
vio venir caminando detrás del taxi, lentamente, pero con cada
paso parecía acercarse mucho más rápido, sin mover los pies. Aceleró,
pero el coche no respondía bien. Al menos eso es

(18:49):
lo que parecía, lo que él percibía. El velocímetro marcaba 40, 50,
pero no avanzaba. Parecía estar frente a la misma casa.
Parecía que estaba atrapado en esa calle. De pronto la
radio del taxi se encendió sola. No había música, solo

(19:10):
una voz. La voz de un señor como cantando, sin instrumentos,
sin nada más. Solo un hombre que cantaba en un
idioma que él sabía que no era español ni inglés.
Y en medio de ese ruido escuchó voces, claras y suaves,
que le decían No corras, no te lleves algo de nosotras,

(19:36):
vas a regresar. No corras, no te lleves algo de nosotras,
vas a regresar. Ni siquiera entendió qué significaba eso, pero
las escuchó tan cerca que el miedo fue tanto que
Eusebio soltó el volante. Ahí sí avanzó. Su taxi se
subió a la banqueta, chocó con un poste y el

(19:58):
golpe lo sacó de esa especie de trance. Se dio
cuenta de que sí había avanzado por la calle. Cuando
volvió en sí se dio cuenta que todo estaba tan
vacío que nadie salió a ver el choque. A lo
lejos tampoco vio fuego ni mujeres, nada. Pero hasta ahí,

(20:18):
aunque estaba lejos del barranco ya, el olor a fuego
apagado le llenaba la nariz. Llamó a la grúa, llegó
justo antes de que amaneciera. El mecánico que fue por
él le dijo algo que todavía lo hace temblar cada
vez que lo repite. Usted tuvo suerte, patrón. En esa

(20:41):
colonia ya van tres choferes que se desbarrancan. Ahí él
da la vuelta. Dicen que ahí se juntan brujas, donde
antes se ve una capilla vieja que se quemó. Con
el tiempo Eusebio volvió a trabajar de anoche, pero nunca
volvió a dirigirse a esa zona. Aunque sean caros, no
acepta los viajes que van hasta allá. Buenas noches Uriel,

(21:12):
soy Armando de Durango y quiero contarte algo que me
pasó hace ya varios años, cuando trabajaba como velador en
un taller de camiones que estaba a las afueras de
la ciudad, por la carretera a nombre de Dios. En
ese tiempo recién había llegado a vivir con mi hermano,
y él me consiguió ese trabajito. El lugar era enorme,
de esos que arreglan camiones pesados. Había partes viejas, montones

(21:36):
de fierros oxidados, y un cuarto pequeño de madera donde
dormíamos los guardias. Éramos dos en ese entonces porque acababa
de haber un incidente, por eso se habían ido los
anteriores también. Así que llegamos al mismo tiempo otro muchacho
que apenas tenía sus 18 años y yo. Esa primera noche
se quedó con nosotros hasta la medianoche el encargado, un

(21:59):
señor muy serio, de esos que hablan de poco. Señor
de rancho como mi papá. De hecho, me lo recordaba mucho.
Nos explicó la rutina, los rondines, las zonas donde teníamos
que checar candados. Y al final nos dijo algo que
me pareció raro. Si escuchan un perro por la noche,
pero no lo ven, no salgan. Cierren la puerta y

(22:23):
háganse los dormidos nada más. Le preguntamos si había algún
perro peligroso en el terreno, y dijo que no, que ninguno.
Luego dijo que si veíamos uno, definitivamente no era suyo.
Nos pareció raro, pero casi lo olvidamos hasta nuestra tercera
noche ahí, cuando como a las tres, cuando el frío

(22:45):
empezó a sentirse más fuerte, escuchamos algo caminando afuera de
la caseta. Luego escuchamos un sonido como de perro pausado,

(23:05):
y un ladrido de esos que no parecen de aviso,
sino de cansancio. Después, pasos, se escuchaba como si un
perro muy grande olfateara junto a la puerta. Nos miramos
sin decir nada. Hasta entonces recordamos lo que el jefe
había dicho, así que cerramos bien y nos hicimos los dormidos.

(23:29):
El ruido duró un rato, poco, y luego se fue,
y aunque era solo un perro, algo en el tono
de ese sonido tenía algo muy raro, como si hubiera
tristeza más que agresión. Al día siguiente cuando amaneció, poco
antes de salir, vimos pasar un perro callejero por enfrente
del taller. Muy flaco, se le habían marcado las costillas,

(23:54):
con el poco pelo que tenía lleno de polvo. Cuando
le quise hablar para darle de comer al burrito que
me había quedado, me miró con miedo y salió corriendo,
como si su única información de los humanos fueran patadas
y pedradas para alejarse. hay muchos perros que solo se
conocen de nosotros. Me dio lástima y le dejé un

(24:16):
poco de comida. Llegó el encargado y al verlo dijo, no,
ni crean que ese es el que escucharon anoche, pero
si este se acerca, déjenlo quedarse. Y luego casi sin
mirar nos agregó, a lo mejor este les va a
enseñar por qué no hay que hacerle caso a lo
que anda rondando por aquí. Y el perrito se quedó.

(24:41):
Primero se acercó a la puerta y luego se animó
a entrar. Pudo más el hambre que el miedo. Le
pusimos Miguel para que nos cuidara según nosotros. Como el arcángel, pues.
De día dormía bajo un tráiler y de noche lo
dejábamos entrar porque el frío calaba y el pobre no
tenía pelo que lo defendiera. Y ahí se echaba frente

(25:03):
a la puerta. Como si de verdad entendiera su trabajo.
Como si él nos cuidara a nosotros. Una madrugada, cuando
el viento soplaba muy fuerte, se volvió a escuchar el
mismo sonido, algo como un perro allá afuera. No era Miguel,
era el otro. Era un sonido grave, pesado, resonando por

(25:27):
todo el patio. Miguel se levantó enseguida, erizó el humo
y se plantó frente a la puerta. Temblaba de miedo,
pero no se movía de enfrente de nosotros. De pronto
se escuchó como algo grande caía sobre el techo. Las
láminas se cimbraron. Miguel empezó a gruñir tan bajo que

(25:51):
parecía casi estar rezando, y nosotros ni respirábamos. Justo encima
de nosotros se escuchó como algo caminaba, despacio, casi arrastrando
las patas. Se escuchó toda la noche. El encargado llegó

(26:19):
al amanecer y nos encontró pálidos, con el café frío
todavía en la mesa. Solo dijo, no les pasó algo
más nada más porque este perro no los dejó solos,
sino a lo mejor hubieran visto lo que hacen los ruidos.
Y esa no fue la última vez que lo escuchamos,
para nada. Esas visitas se volvieron constantes, pero cada noche

(26:44):
que aquello volvía, Miguel hacía lo mismo. Se levantaba, miraba
hacia la puerta y ahí se quedaba ruñendo, como anunciando
que no iba a dejar pasar a nadie. Hasta que
un día cuando llegué a trabajar, Miguel estaba distinto. Ya
no veía bien, chocaba con las cosas. Uno de los

(27:05):
mecánicos me dio aventón para llevarlo al veterinario y ahí
nos dijeron que se había quedado ciego. Cuando lo regresé
al taller el encargado, mi jefe, nos dijo que a
veces eso les pasa a los perros que se enfrentan
a un fantasma o a cosas peores. Que un perro
ciego significa que vio al mal a los ojos. Que

(27:27):
significa también que este se fue. Y aunque yo no
le creí mucho, la verdad es que desde ese día
nunca más escucho nada en el techo, ni en el patio,
ni en los alrededores. Y trabajé dos años más ahí.
Cuando dejé ese trabajo me llevé a Miguel conmigo. Ni
siquiera pregunté. Lo subí al carro y nos fuimos a

(27:50):
la casa. Aquí vivió tranquilo conmigo hasta que se murió.
Y no sé si era por costumbre o por algo más,
pero cada noche el Miguel, antes de dormir, se ponía
enfrente de la puerta de la casa. Ese era su lugar.
Ahí lo encontramos dormidito el día que se murió. Hasta

(28:12):
su último respiro, intentó protegernos.
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