Episode Transcript
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Speaker 1 (00:05):
Fuimos a la cochera y pudimos ver que ahí, en
la oscuridad, mi hijo menor nos sonreía desde dentro de
la camioneta. Sin embargo, mi hijo, mi hijo estaba detrás
de nosotros, escondido, asustado por lo que fuera que estaba
ahí dentro. Este octubre de relatos, mi querida comunidad, ha
(00:31):
sido intenso y no ha hecho más que ir subiendo
en terror y adrenalina, y así seguirá. Nos esperan lo
que viene para cerrar el mes. Hoy les presentamos uno
de mis temas favoritos porque siento que he vivido cosas así,
paranormales que van más allá de lo comprensible, más complicadas
que un fantasma. Un sentimiento de desconcierto ante un fallo
(00:55):
en la realidad. ante fantasmas que van más allá de
lo comprensible, de lo que nos han enseñado las películas
de terror, y eso creo que puede ser incluso más aterrador,
pero voy a dejar que ustedes juzguen porque ustedes como
siempre tienen la última palabra. Les invito a quedarse hasta
el final porque hoy también les vamos a decir cómo
(01:17):
seguir participando por más libros porque aprovecharemos para regalar tantos
como podamos para darles un pedacito físico de lo que somos.
Les amo mucho y vámonos porque ya estás escuchando relatos
de la noche. Comunidad, excelente noche. Esta mañana me ocurrió
(01:44):
algo muy raro mientras iba a tomar el autobús para
mi trabajo y todavía no puedo explicarlo. Mi nombre es
Macarena García. Soy de Guadalajara, aunque por cuestiones de planeación
tuve que mudarme, de manera temporal, a un municipio muy
cercano de la zona metropolitana. De esos donde todos los
días la Fuerza Trabajadora de Jalisco se sube al transporte
(02:05):
y va a buscar la vida allá a Guadalajara o
a Zapopan. Ayer puse mi alarma para las cinco de
la mañana. Tenía que estar en el paradero de autobús
a las seis y media. Pero la alarma nunca sonó.
Abrí los ojos a las cinco con cincuenta y cinco.
Cinco cincuenta y cinco, carajo. Casi las seis de la mañana.
(02:27):
Si no salía corriendo, perdí el camión. Me levanté rápido.
Me alegré un poco porque por fin los vecinos habían
acabado su fiesta eterna. Habían sido tres días completos con
música y alcohol y canciones hasta el amanecer. Alimenté a
mis gatitos, agarré mis cosas y salí como todos los días.
La casa está lejos del paradero, así que siempre reviso
(02:49):
bien que no se me olvide nada. Pero en cuanto
crucé la puerta una brisa muy rara me pegó en
la cara. Un aire frío, fuerte, como si alguien me
hubiera soplado directamente. Me sentí muy rara. Pensé que era
porque no había desayunado y seguí caminando, cuando, de repente,
(03:10):
como si hubiera salido de un videojuego, apareció un chico
enfrente de mí. Traía un jersey de las chivas, pero viejísimo,
de la temporada del 2009. Lo saludé como siempre hago. Tengo
la costumbre de saludar a todos como si eso me
blindara de alguna mala intención. Pero el niño se me
quedó viendo como si yo fuera extraña. No me contestó.
(03:32):
Avancé unos pasos más y algo no estaba bien. El
fraccionamiento que conozco no estaba. Sí estaba, pero era distinto.
Las cosas que con los años la gente ha ido pintando, ampliando, personalizando.
Todo eso había desaparecido. Todas las casas eran blancas. Muchas
(03:54):
parecían nuevas como cuando recién las entregan. Otras estaban apenas
en construcción. El caminito por el que subo cada mañana
ni siquiera estaba. No existía. En su lugar había un
matorral enorme, como si nadie hubiera pasado por ahí nunca.
Me detuve. Mi corazón empezó a acelerarse. Lo primero que
(04:16):
hice fue buscar mi celular en la bolsa del pantalón,
pero no estaba. Tampoco mi tarjeta del transporte. Solo traía
unas monedas y mis llaves. Me entró una sensación horrible.
Quise regresarme a mi casa, pero me empezó a doler
todo el cuerpo, como si caminar se hubiera vuelto complicado.
Vi un puestito de tamales y me acerqué para tomar aire.
(04:38):
El señor estaba escuchando la radio. Decían que había habido
un terremoto muy grande en Turquía. Contaban daños, muertos. Pero
les juro que yo ya había escuchado esa noticia. La recordaba.
Hace años. Me puse más nerviosa. Me acerqué al puesto.
(05:01):
vi las monedas y los billetes que tenía el señor
y eran como los que usábamos cuando yo iba en
secundaria distintos le pregunté si estaba en la dirección correcta
para tomar el transporte eléctrico y él sin siquiera voltear
por completo a verme me dijo aquí no hay eso
está buscando la 380 las pocas personas que pasaban por ahí
(05:24):
se me quedaban viendo feo como si yo no perteneciera
a ese lugar Como si me estuviera metiendo donde no debía.
Ahí y hasta ahí fue cuando lo entendí. Todo estaba bien.
Todo estaba correcto. La que no debía de estar ahí
era yo. Me di la vuelta y decidí regresar a
(05:47):
mi casa. Ya vería cómo avisar que estaba enferma. Y
es que¿ quién me iba a creer eso? Caminé lo
que sentí como una hora, un camino eterno. Mi cuerpo
avanzaba por inercia porque parte de mi mente reconoció la ruta,
aunque no se parecía en nada a la que conozco.
Subí una pequeña colina. Cerré los ojos unos segundos. Respiré.
(06:12):
Respiré hondo una y otra vez para intentar calmarme. Sentí mareada,
perdiendo el equilibrio y cuando abrí los ojos, estaba frente
al fraccionamiento vecino, cerca de mi casa, así como es
todos los días, como si nada hubiera pasado. Corrí hasta
mi casa, la calle estaba muy sola pero yo solo
(06:34):
quería regresar, llegar a ver a mis gatos, ver mi
vida normal. Al dar la vuelta a mi cuadra, escuché
otra vez la música de los vecinos. La misma fiesta,
como si nunca se hubieran detenido. Entré. Ahí estaban mis gatitos,
dormiditos en el sillón. También ahí mi celular, mi tarjeta
(06:59):
del transporte, mi tarjeta de débito. Esas cosas sin las
que nunca salgo. Todo donde lo había dejado. Todo como
si yo no hubiera salido todavía. Me temblaban las manos.
Tomé el celular para pedir un Uber y sentí lo peor.
Y es que cuando lo vi, el celular marcaba las 4.35
(07:21):
de la madrugada. Hola, buenas noches comunidad de Relatos de
la Noche. Mi nombre es Mayerlin y soy la mamá
de Alejandro y de Samuel. Y con mi esposo Eduardo
vivimos desde hace muchos años acá en Houston, Texas. Aquí
(07:43):
en esta ciudad nacieron mis hijos y ellos comenzaron a
escuchar este podcast en la pandemia, cuando estábamos todos encerrados
y ya buscábamos cualquier cosa para distraernos. Luego se lo
enseñaron a su papá y desde entonces lo ponemos cuando
viajamos por carretera, todos juntos. Y ya forma parte de
esos momentos que se quedan en la memoria. Mi esposo
(08:05):
siempre es el que los mantiene siempre con los pies
en la tierra, que no se anden asustando por cualquier cosa,
y por eso me sorprendió lo que pasó hace poco.
Estábamos escuchando el episodio en el que hablaban de los doppelgangers,
y yo ni sabía que así se llamaban esas cosas.
Eso que se puede hacer pasar por alguien más, como
(08:25):
si fuera una copia exacta, pero con algo malo por dentro.
Ese día al terminar el episodio, Eduardo nos vio a
los tres y en serio nos dijo...¿ Se acuerdan de
lo que pasó en la cochera? Lo dijo así como
si nada, y los demás nos quedamos quietos, viéndonos unos
(08:46):
a otros... Los niños tenían la misma cara que yo,
como de no entender. Y entonces de pronto me dio
un vuelco en el corazón. Ese momento que yo había
guardado quién sabe dónde, que jamás comentamos después, regresó de golpe,
como si alguien hubiera abierto una puerta que teníamos bien cerrada.
(09:08):
Eso pasó en 2015. Alejandro tenía siete años. Era bien alegre,
bien platicador. Samuel tenía diez y estaba en esa etapa
en la que todo lo hacía en hoja rápido. Como
que le dio la adolescencia temprana. Siempre fue adelantado. Era
un domingo. Recuerdo que habíamos ido al supermercado a hacer
las compras de la semana. Llegamos tarde y, como siempre,
(09:30):
todos estábamos bajando bolsas y acomodando las cosas. Eduardo dejó
el carro en la cochera que estaba pegada a la cocina.
Cerró la puerta automática porque hacía muchísimo calor. Yo estaba
guardando la carne en el congelador y escuché a los
niños discutiendo como siempre, que si uno no ayuda, que
si el otro hizo menos o llevó menos bolsas. Y
(09:51):
de repente Alejandro dijo que se olvidó su iPad en
el carro. Le dije que fuera por él. Él se
fue sin decir más, como siempre hacía, pero no pasaron
ni diez segundos cuando regresó corriendo. Traía los ojos muy abiertos,
sin aliento, y se paró en seco en la entrada
de la cocina. Samuel se le acercó y le dijo,¿
(10:14):
Y el iPad, menso?¿ A qué fuiste, pues? Alejandro empezó
a temblar y murmuró algo que ninguno de nosotros entendió.
Samuel se molestó y le dijo, ¿Qué?¿ Qué dices? Y
se acercó más para escucharlo. Alejandro, muy despacito, sin dejar
de mirar hacia la cochera, respondió...¡ Que yo estoy allí
(10:38):
sentado en el carro! A mí se me paró el corazón.
Pensé que estaba jugando, pero su cara no era la
cara que hacía cuando hacía bromas. Eduardo lo vio tan
bien y dejó lo que estaba haciendo. Samuel, que siempre
era muy valiente para defender a su hermano, caminó hacia
la cochera... Todo estaba oscuro ahí dentro. La luz de
(11:01):
la cocina apenas iluminaba un pedacito del suelo. El carro
estaba bien cerrado, pero Samuel avanzó un poco más. Yo
ya le iba a decir que regresara cuando lo escuché gritar.
Un grito fuerte, de miedo real, como nunca se lo
había escuchado. ¡Mamá! ¡Papá!¡ Hay alguien ahí!¡ Hay alguien en
(11:26):
el carro! ¡No! Alejandro se puso a llorar y corrió
a ponerse detrás de su papá. Yo me acerqué rápido
a la puerta y alcancé a ver lo que Samuel
había visto. En el asiento trasero del carro estaba Alejandro,
o algo que parecía Alejandro porque era idéntico, la misma ropa,
(11:46):
la misma carita redonda, pero estaba demasiado erguido, demasiado recto,
como si fuera más alto y delgado. desproporcionado, y estaba sonriendo,
una sonrisa que no era de niño, una sonrisa como forzada,
enseñando unos dientes exageradamente blancos, blanquísimos que parecían postizos, y
(12:12):
lo peor fue que nos estaba mirando directo, a los
cuatro en la puerta, como esperando que nos acercáramos más,
Eduardo reaccionó antes que nadie. No se empujó hacia atrás.
Se giró y de la repisa junto a la puerta
tomó el arma que siempre tenía ahí guardada. Entró a
la cochera encendiendo la luz al mismo tiempo. La luz
(12:34):
tardó una fracción de segundo en prenderse. Una fracción suficiente
para sentir que ese ser seguía ahí. Pero cuando la
luz encendió, ya no había nada. El carro estaba vacío
y la puerta trasera abierta. Mi Alejandro seguía ahí, abrazado
(12:55):
a mi pierna, llorando. Yo me quedé inmóvil. Pensé que
me iba a desmayar. Eduardo revisó todo, se asomó debajo
del carro, abrió la cajuela, vio por todos lados y nada.
Nosotros estábamos en la única entrada que tiene esta cochera,
que da directo a la cocina. La puerta del carro
(13:16):
estaba completamente abierta y ninguno de nosotros escuchó que alguien
la abriera. No había ventanas en la cochera. No había
forma humana de que alguien hubiera escapado. Eduardo se quedó
un momento sin hablar. Luego bajó la pistola y la
dejó en el suelo. Yo abracé a los niños y
(13:36):
cuando los sentí, fue cuando me puse a temblar yo también.
Samuel repetía. Lo vimos, ¿verdad? Lo vimos todos. Sí, sí
lo vimos. Le dije... Esa misma noche Eduardo llamó a
unos tíos suyos que son muy cristianos, de esos que
(13:57):
rezan por todo todo el tiempo. Fueron al día siguiente
con una Biblia enorme, viejita. Oraron ahí mismo en la cochera,
muy serios, muy preocupados. Samuel y Alejandro escuchaban desde la sala.
Yo no sabía si llorar o hacerme la fuerte para
los niños. Nunca volvimos a ver nada, nunca volvimos a
(14:20):
escuchar nada raro. Nadie se enfermó, nadie cambió, nada más pasó.
La vida siguió normal, pero nunca, jamás volvimos a hablar
del tema. Fue como si todos, sin ponernos de acuerdo,
hubiéramos decidido que era mejor olvidarlo. Hasta hace unas semanas,
(14:43):
cuando mi esposo lo dijo escuchando su programa. Fue como
si la memoria se hubiera quitado una venda. Lo recordamos
los cuatro al mismo tiempo. Y desde entonces la cochera
volvió a sentirse igual que esa noche. Extraña. Como si
algo siguiera ahí adentro. En algún lugar. Yo sé que
(15:04):
la mente puede bloquear recuerdos traumáticos. Lo entiendo. Pero hay
algo que no nos deja tranquilos. Algo que se mete
cada vez que pienso en eso. Si ese ser se
veía exactamente como mi hijo. Si sonreía con esa seguridad.
Si nos estaba mirando como si ya nos conociera. Era
la primera vez que lo veíamos. O la primera vez
(15:27):
que lo recordábamos. Habremos olvidado o nos hizo olvidar. Algo.
Habremos olvidado algo más. Gracias comunidad. Un saludo de la
familia García. De nosotros. Desde acá. Estamos justo a la
(15:53):
mitad de este episodio comunidad y yo quiero aprovechar para
decirles que gracias a ustedes el libro en México se
está agotando. Gracias por haberse acabado esas 50 mil copias y
si aún no lo tienen y se lo encuentran. cómprenlo,
de verdad, no vaya a pasar como con el cómic
que en su momento se vendió muy despacito y ahora
(16:14):
que ya no hay, nos preguntan mucho por él, nos
preguntan todos los días por él, pero no hay planes
de reimprimirlo. Lo que sí tenemos son buenas noticias para
la comunidad en España y Chile, porque a esos países
acaba de llegar un Una nueva edición, una edición diferente,
(16:35):
especial para ustedes, de Libro de Relatos de la Noche.
Una impresión muy limitada, de pocos ejemplares, pero búsquenla en
sus librerías favoritas en línea, por ahí seguramente hay, y
nos encantaría, de verdad, nos encantaría que se llevaran a
su casa un pedacito, de Relatos de la Noche y
(16:56):
un pedacito de México. Ah, y antes de continuar, un
saludo a Misiones Argentina, desde donde nos dicen, nos escuchan mucho.
Ahí no conozco, solo conozco Buenos Aires y la Patagonia,
pero ojalá que podamos visitarles muy pronto. Continuamos con el episodio,
aún no han terminado su dosis de hoy. Continuamos con
(17:18):
más Relatos de la Noche.¿ Qué tal Uriel?¿ Qué tal comunidad?
Soy fan de relatos de la noche desde hace varios años.
Mi historia quizás no es la más terrorífica, pero sí
es rara. Y todavía me pregunto qué fue lo que
(17:39):
realmente me pasó ese día. Me llamo Julián Chávez. Yo
tenía como 14 años y vivía en un ranchito de Xilitla,
San Luis Potosí, de donde soy originario. Allí está lleno
de cerros enormes y árboles muy verdes por el clima
tan húmedo. Llueve casi todo el año, por eso la
vegetación siempre parece que se quiere tragar los caminos. Una
(18:01):
tarde mi novia y dos primas decidimos ir al Cerro Quebrado.
Así le decimos a tomarnos unas fotos. Nos gustaba ir
a ver el atardecer. Estuvimos en la parte alta del
cerro hasta como las seis de la tarde, cuando ya
se estaba empezando a oscurecer. Mi novia vivía en otro
ranchito y mis primas la iban a acompañar. Yo me
iba a ir solo porque todavía tenía que hacer un
(18:22):
mandado para mi mamá, y la verdad no me preocupaba.
Yo conocía muy bien esos caminos. Allá los senderos son
angostos y casi no pasa gente, y en 1997, pues, menos.
No llevaba lámpara ni celular. Eran contados los que tenían
un teléfono en aquel entonces Nadie que yo conociera Y
además no eran como los de ahora que traen su
(18:44):
lámpara Iba caminando rápido porque ya casi no se veía
nada Y de pronto el camino se dividió en dos
Eso nunca lo había visto Nunca antes había estado ahí
una bifurcación Estaba muy raro Me detuve, dudé Pero al
final elegí uno y seguí No sé cuánto tiempo caminé,
(19:07):
pero me empecé a dar cuenta de que ese camino
me llevaba a otro cerro, uno muy grande. Ya estaba
completamente oscuro y no quise regresar. Pensé que mejor llegaba
a la parte alta, me ubicaba y bajaba del otro lado.
Pero el camino se terminó. De un momento a otro
ya no había sendero. Solo monte, espinas y silencio. Aún
(19:28):
así seguí, ya había avanzado demasiado. Me dije, ya estoy arriba,
seguro es aquí, vea dónde estoy. Pero no, no veía
nada que reconociera. De repente llegué a un potrero lleno
de vacas y traté de recordar si alguna vez había
pasado por ahí. Pero no, ese lugar no existía para mí.
(19:51):
Fue ahí donde se me metió el miedo. Me sentía muy,
muy lejos de mi casa. No sé, Era raro el sentimiento.
Ya no sabía si caminar me acercaba o me perdía más.
Así que tomé una decisión. Dormir ahí. Que llegara la
luz del sol y ya vería cómo regresaba. Mi mamá
estaría preocupada, sí, pero prefería eso, andar caminando a ciegas,
(20:15):
para perderme hasta quién sabe dónde. Me acosté en el
pasto y me quedé dormido. No sé por cuánto tiempo.
La luz de la luna era lo único que me
deslumbraba el terreno. Despertaron unas voces. Me escondí detrás de
unas piedras cuando vi que se acercaban. Pasaron como a
diez metros y eran tres. Se veían personas normales, pero
(20:40):
su ropa se veía muy antigua. Era ropa como de antes,
de mucho antes. Cuando se alejaron se me ocurrió seguir
el camino por donde ellos habían pasado. Ese sendero sí
se veía bien marcado. Caminé en dirección contraria a ellos
porque sentía que hacia allá debía estar mi casa. Poco
(21:01):
a poco empecé a reconocer el lugar, pero también se
veía distinto, como si estuviera viendo otro tiempo del mismo rancho.
En ese lugar ya había luz eléctrica desde hace años,
pero esa noche no había un solo foco prendido. Las
pocas casas que había estaban alumbradas con velas o con
lámparas de petróleo. Me empezó a dar mucho miedo. Llegué
(21:25):
al camino principal. Era una carretera, pero ahora solo se
veía como un camino ancho de piedra. Seguí caminando y
me encontré con algunas personas, pero no conocía a nadie.
Sus ropas, sus sombreros, parecían sacados de la época de
la revolución. Y entonces pasó lo que nunca voy a olvidar.
(21:48):
Yo les hablaba, les dije buenas noches, pero nadie me contestó,
nadie volteó, era como si yo no estuviera ahí. Ellos
seguían hablando entre ellos y yo estaba a un metro
y no me veían. Te juro Uriel, les juro comunidad,
yo no sentía que fuera un sueño. No sé cuánto
(22:09):
tiempo caminé así, con el corazón queriéndose salir, hasta que
de un momento a otro, todo se empezó a iluminar.
Las casas se veían modernas, había postes con luz eléctrica,
el camino volvió a ser carretera, como siempre. Me preocupé
al ver gente que ya conocía porque pensé que sería tardísimo.
(22:30):
Pasé a la tienda y por suerte estaba abierta para
comprar las cosas que mi mamá me había encargado. Pregunté
la hora. Las ocho de la noche, me dijo la señora.
Las ocho. Yo me había separado de mi novia a
las seis. Dormí en el cerro. Caminé horas. Era imposible
que fueran solo las ocho. Llegué a mi casa. No
(22:54):
le conté nada a mi mamá. Solo me bañé y
me dormí. Pero después comenzaron los problemas. Dejé de comer.
No quería ni levantarme. Me puse muy débil. Mi mamá
me llevó con mi abuelita que sabe curar de espanto.
Ella me limpió, me rezó, me salvó. Porque luego le
(23:15):
dije a mi mamá que si no me hubiera curado
a tiempo, yo me hubiera muerto. Que el espanto que
traía era muy fuerte. Que me preguntara qué había pasado.
Pero yo nunca le conté nada, pensé que nadie me
iba a creer. Hasta hoy, con ustedes me atrevo a contarlo,
(23:37):
esperando que alguien, al menos una persona entre toda la
comunidad me crea. Ahora ya con los años pienso que
quizá caminé hacia el pasado, como si me hubiera metido
por accidente en el tiempo, en el mismo lugar, pero
en otra época. Sin querer me metí donde no debía estar.
(23:59):
Hoy vivo en Monterrey y ahorita estoy trabajando en Little Rock, Arkansas.
Allá a Xilitla solo voy de visita, pero nunca, nunca
he vuelto a caminar por esos cerros. Hola Uriel, buenas
noches comunidad. Los quiero mucho aunque no los conozca. Yo
(24:23):
soy originario de un pueblito en Oaxaca, aunque ya no
vivo allá, y quiero contarles algo que pasó cuando yo
era niña. Una historia que en el pueblo todavía se cuenta,
aunque ya casi no queda quien la recuerde bien. Yo
tenía como unos nueve años cuando todo pasó. Recuerdo que
mi mamá siempre hablaba con la esposa de don Matías,
un señor de ahí del pueblo, muy trabajador, muy serio.
(24:47):
Él tenía dos hijos, un niño y una niña, adolescentes
en ese entonces, más grandes que yo. Un día don
Matías se fue al monte a traer leña. Allá en
el pueblo eso era lo más normal del mundo, pero
esa noche no regresó. Al principio ni siquiera hubo alarma,
porque a veces la gente se queda en el cerro
si los agarra anoche, pero pasaron los días y nada.
(25:11):
Lo buscaron. Hombres con machetes, rifles y lámparas se metieron
al monte. No encontraron ni su ropa, ni su moral. Nada.
Y así la esposa tuvo que seguir con la vida.
Los hijos crecieron, se fueron a trabajar a la ciudad.
Y la mujer se quedó sola, triste. Siete años pasaron así,
(25:34):
siete años que recuerdo bien, hasta que un día, él volvió.
Era como la hora de la comida, de un día
que parecía aburrido de normal, cuando escuchamos que alguien venía
por el camino de tierra, que los perros empezaban a ladrar.
Mi mamá salió primero a ver, luego yo. era don Matías,
(25:58):
con su misma ropa, su misma cara, como si se
hubiera ido una tarde antes, sin una ruga más, sin
un solo cambio. Fue tanta la sorpresa que varias vecinas
salieron con mi mamá, le hablaron, lo tocaron, él estaba
ahí completito, confundido pero vivo. Mi mamá le dijo,¿ dónde
(26:20):
estabas don Matías? Y él nada más frunció el ceño,
viendo todo como si fuera la primera vez. Las señoras
le llevaban agua, comida, lo querían sentar. Él volteaba a verlas,
pero no las reconocía. Se veía preocupado como un niño perdido.
Y entonces preguntó,¿ por qué está tan cambiada, comadre? Y tú,
(26:42):
le dijo un señor a un amigo suyo,¿ por qué
estás pelón? Mi mamá se quedó fría porque parecía que
él había salido de siete años atrás. Parecía que se
hubiera perdido ayer. De repente la puerta de su casa
se abrió y salió su esposa. Cuando lo vio casi
(27:03):
se desmaya. Las señoras la detuvieron. Quiso abrazarlo pero él
la detuvo con las manos como si estuviera asustado. Después
de abrazarlo y besarlo ya corrió al teléfono de la tienda,
el único del pueblo, para llamarles a sus hijos, para
decirles que regresaran, que su papá estaba ahí, que estaba vivo,
(27:25):
que había vuelto. Yo me acerqué un poquito más para
ver de cerca y nunca voy a olvidar cómo se
le veía la cara al señor. Era como si estuviera
escuchando algo que los demás no escuchábamos. Miraba hacia el monte,
como si alguien estuviera hablando de allá. Mi mamá le
(27:46):
dijo que se quedara quieto, que no se fuera a
ningún lado. Pero él sin decir nada más se echó
a correr en dirección al cerro. Nadie pudo detenerlo, ni alcanzarlo.
Ya ni siquiera volteó. Se perdió entre los árboles, en
el monte, y nunca volvió. La esposa se quedó de
(28:07):
nuevo esperando mucho tiempo a que un día regresara, otra vez,
pero se fue de este mundo sin saber nada, sola.
Los hijos ya no volvieron al pueblo, hicieron su vida
en la ciudad. La casita se quedó sola. Nadie se
metió a vivir ahí. Yo, la verdad, desde ese día
(28:27):
nunca volví a acercarme al monte sola. Porque nadie sabía
dónde estuvo don Matías esos siete años. Ni cuánto tiempo
llevaba ya realmente. Solo sabemos que cuando lo vimos, no envejeció.
Que cuando volvió, el tiempo quiso llevárselo otra vez. Que
(28:47):
tengan muy buenas noches, y abracen a su gente como
si se fuera a ir al cerro, y nunca fuera
a volver. No te olvides que puedes ganar libros también
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(29:11):
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parte de Octubre de Relatos. Gracias por ser parte de
Relatos de la Noche.