Episode Transcript
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Speaker 1 (00:00):
les voy a pedir que se den la oportunidad de escuchar.
Estamos en una zona muy rica en historias y en leyendas,
así que les invito a dejarse llevar a través de
estas siete historias de casas embrujadas. Ya están escuchando relatos
de la noche. Hola comunidad, me llamo Andrés Martínez y
(00:29):
hace un par de años tuve que regresar a mi
Xochimilco por algo que no esperaba, la muerte de mi
tía Clara. Ella fue la última en vivir en la
casa de mis abuelos y cuando falleció la casa se
quedó completamente sola. Era una construcción viejita de Adobe, Texas,
rodeada por un terreno amplio donde alguna vez se sembró. Ahora,
(00:51):
lleno de hierbas crecidas que solo paraban en un corredor
de tierra que rodeaba la casa. No estaba lejos de
los canales. No había vuelto desde niño, pero por razones
prácticas y para cuidarla decidí quedarme ahí mientras encontrábamos y
arreglábamos los papeles de la herencia. Pensé que sería solo
(01:12):
una o dos noches. Todo siempre estuvo muy en orden,
así que no creí que se fuera a llevar más.
La primera noche fue extraña. Y no porque pasara nada,
sino por el silencio. El tipo de silencio que ya
no existe en la ciudad y que me parecía tan
extraño de nuevo. Tan ajeno. Se escuchaban los grillos, un
(01:35):
perro lejano y el viento colándose por las rendijas de
las ventanas de madera. Estaba acostado cuando de pronto... Escuché
pasos en el corredor alrededor de la casa, pasos lentos
y medio arrastrados, cansados. Quizás no me lo van a creer,
(01:56):
pero eran exactamente como los pasos de mi tía Clara,
con su pierna mala, cuando caminaba en las noches para
revisar que todo estuviera en orden. Pensé que era mi imaginación,
que estaba sugestionado por volver a un lugar que no
pisaba desde hacía más de 20 años y nada más. Pero
la segunda noche pasó lo mismo, solo que esta vez
(02:20):
los pasos no se detuvieron al dar la vuelta completa.
Esta noche los pasos se quedaron un momento justo afuera
de la ventana de mi cuarto. No me atreví a moverme,
no me atreví a voltear, no quería comprobar que había
alguien ahí. Solo me quedé con la cobija hasta la nariz,
(02:43):
escuchando cómo después de un rato se alejaban. La tercera
noche decidí no dormirme. Bueno, quiero pensar que lo decidí.
Lo cierto es que de todas formas no iba a
poder hacerlo. Apagué todas las luces, pero solo me quedé
sentado en la sala, recordando, jugando con una linterna apagada
(03:04):
en la mano. La casa crujía como siempre, hasta que escuché,
esta vez muy claramente, el chirrido de la puerta trasera abriéndose.
No fue un golpe de viento, no fue un animal,
fue el sonido preciso de la traba levantándose y la
madera abriéndose lentamente. Corrí con la linterna, encendí todas las
(03:29):
luces y no había nada. La puerta estaba cerrada como siempre.
Revisé cada rincón, cada ventana y todo estaba intacto. Me
quedé un buen rato despierto sin atreverme a apagar las luces.
Por la mañana me preparé un café y salí a
tomarlo afuera con el sol de la mañana. Ahí, ahí
(03:54):
fue cuando vi las huellas. Huellas alrededor de la casa.
Eran huellas descalzas, marcas de lodo. Como si alguien hubiera
llegado del canal y hubiera caminado sin limpiarse los pies.
Llegaban hasta la puerta de la casa y ahí desaparecían.
Como si hubiera entrado. No volví a quedarme otra noche
(04:17):
en esa casa. Cada noche ahí las cosas que pasaban
subían de intensidad y aunque quería mucho a mi tía...
De verdad, dudaba que lo que se estaba manifestando, aunque
se escuchara como ella, fuera realmente su fantasma. Arreglé lo
que tenía que arreglar. Alguien más se terminó quedando con
(04:40):
la casa. Yo regresé a mi departamento, a la ciudad,
a mis ruidos en la calle permanentes. Y tal vez
mi historia sería más interesante, pero no me atreví a quedarme.
Aún así, espero que les haya gustado este pequeño relato.
(05:01):
Bien comunidad, a la siguiente historia... Le hemos titulado La
Casa Quemada y nos la envía Julio Emanuel Ávila y
dice lo siguiente. Hola comunidad, les quiero contar lo que
nos pasó hace un par de años cuando mi pareja
y yo decidimos dar uno de los pasos más grandes
(05:24):
de nuestra vida, comprar una casa. No éramos ricos ni
nada por el estilo. Simplemente habíamos ahorrado durante años y
cuando por fin vimos que teníamos la oportunidad, nos lanzamos.
Vivíamos en un departamento pequeñito en la Narvarte, de esos
que parecen más grandes en las fotos de internet. Era bonito, sí,
(05:45):
pero ya no cabíamos. Ya teníamos en la cabeza la
idea de formar una familia y queríamos más espacio. Un
lugar que pudiéramos arreglar a nuestro gusto, que fuera verdaderamente nuestro.
Después de meses buscando, encontramos una casita en Iztacalco. No
era moderna ni mucho menos lujosa, pero tenía algo que
(06:06):
nos gustó desde que cruzamos la puerta. No sabría explicar
exactamente qué era. Tal vez que olía a casa vieja,
a madera, a historias... Tal vez olía como la casa
donde crecí. Tenía dos cuartos, un pequeño patio trasero y
una ventana en la sala que dejaba entrar la luz
de la tarde de una forma muy bonita. Y creo
(06:29):
que por eso nos decidimos rápido. Era perfecta para nosotros.
Las primeras semanas fueron felices. Agotadoras, pero felices. Pintamos las paredes,
acomodamos muebles que nunca habíamos tenido espacio para usar, recibimos
amigos y familiares que nos felicitaban. Todo iba muy bien.
(06:50):
Pero desde el principio hubo detalles. Detalles pequeños, pero que
empezaron a llamar nuestra atención. La primera semana notamos que
sin importar cuántas veces cerráramos la puerta de la recámara,
siempre amanecía entreabierta. No de par en par, no completamente abierta.
(07:11):
Solo entreabierta. Como si alguien lo hubiese abierto para asomarse
en la madrugada. Como para vernos dormir. Pensamos que tal
vez no lo cerrábamos bien o que el marco estaba chueco,
como pasa con casas viejas. Mi pareja hasta le puso
un pequeño seguro por dentro, de esos sencillos, para evitar
(07:32):
que se estuviera abriendo sola. Pero no sirvió. Una noche
nos despertamos casi al mismo tiempo, como si un ruido
suave nos hubiera llamado. Eran las cuatro de la mañana.
Me acuerdo perfecto porque volteé a ver el reloj. Y
ahí estaba la puerta, abierta otra vez, en ese mismo
(07:53):
ángulo exacto de siempre. No escuchamos pasos ni nada más,
solo el silencio de la madrugada. Fue inquietante, pero intentamos
no darle importancia. Pero después, después vino el olor. Un
olor a madera quemada que aparecía únicamente en las madrugadas.
(08:16):
No era constante ni llenaba toda la casa. Era como
si una brisa lo trajera de algún punto específico y
luego desapareciera. Buscamos por todos lados, la estufa, las instalaciones eléctricas,
los muebles viejos. No encontramos nada. Y luego, la ventana.
(08:40):
Una ventana del pasillo que siempre cerrábamos con seguro antes
de dormir y que sin falta empezó a amanecer abierta.
No medio abierta, no estaba rota, amanecía abierta, como si
alguien lo hubiera desbloqueado desde adentro. De ella incluso cambiamos
el seguro por uno nuevo pensando que el anterior estaba dañado,
(09:02):
pero no sirvió de nada. Al principio nos reíamos nerviosos,
como hacen muchas personas cuando algo no tiene explicación lógica,
pero con el tiempo esa risa se fue apagando. La
sensación que empezó a crecer no era de miedo de película,
era más bien esa incomodidad silenciosa que se instala en
(09:25):
tu rutina, como si alguien más estuviera ahí, compartiendo la
casa con nosotros, pero sin mostrarse. Un día, hablando con
los vecinos, notamos algo raro. Cada vez que mencionábamos la
casa donde vivíamos, cambiaban de tema o simplemente decían, ah sí,
(09:45):
la casa de la esquina, pero no decían nada más.
No era como esas historias donde te dicen que ahí
espantan o que nadie dura mucho tiempo en esa casa,
simplemente evitaban hablar de ella. Hasta que una vecina mayor,
la señora Lupita, me lo dijo en voz baja una tarde,
(10:06):
justo afuera de nuestra clase. Platicando los dos cuando mi
pareja no estaba. Como si algo cambiara en que me
lo dijera únicamente a mí. En esa casa hubo un incendio, mijo.
Hace ya muchos años. Alcanzaron a apagar casi todo a tiempo, pero...
(10:27):
Ahí se murió una señora. Dicen que fue en la
recámara principal. La que da al patio. Por eso nadie
de por aquí quería comprarla. Por eso se tardó tanto
en vender... La señora no lo dijo como quien cuenta
una leyenda, sino como quien recuerda un hecho, sin adornos,
(10:47):
sin drama. Y después de eso, todo tomó un matiz diferente.
Cada noche, cuando escuchábamos el ligero clic del seguro cediendo,
o veíamos la puerta abrirse exactamente en la misma hora,
no podíamos evitar imaginar que era ella. que algo de
(11:07):
esa mujer seguía ahí, repitiendo sus movimientos, reviviendo la misma
madrugada en la que perdió la vida. No la vimos nunca,
no hubo sombras caminando ni apariciones espectrales, pero la regularidad,
eso fue lo más perturbador. Era como si alguien siguiera
(11:30):
un guión que nosotros no podíamos ver. Una madrugada, sin
saber por qué, mi pareja despertó de golpe y me dijo,«
Ya viene». Y sí, segundos después, la puerta se abrió,
exactamente igual que siempre. Nos quedamos en silencio sin movernos.
(11:54):
El olor a madera quemada llegó como una ráfaga. La
ventana del pasillo golpeó con un clac al abrirse y
no hubo más. Nunca pensamos en mudarnos, al menos no
de inmediato. La casa era nuestra, y de cierta forma
sentimos que aprenderíamos a convivir con eso. No era una amenaza,
(12:16):
era una presencia, era rutina. Y con el tiempo incluso
dejamos de cerrar la puerta de la recámara. De alguna
forma era peor despertarnos con ella abriéndose que simplemente dejarla
abierta desde el principio, como ella quería. No sé si
era un alma penando, no sé si era solo una
(12:37):
energía atrapada en la repetición de su última noche. Lo
único que sé es que esa casa nunca estuvo sola,
nunca estuvo realmente vacía. Y que cada madrugada a la
misma hora, algo en ella todavía se mueve. Como si
siguiera intentando que esta vez todo termine diferente. Gracias por
(13:02):
escuchar mi historia. comunidad esto que acaban de escuchar es
nuestra participación en la semana del podcast de Amazon Music
a quienes agradecemos mucho por la oportunidad que nos dieron
de haber convivido con varios varios de ustedes y esperamos
que se repita el año que viene ahora sí pasamos
al episodio de esta noche Muy buenas noches comunidad, es
(13:30):
un gusto poder estar con ustedes esta noche y de
verdad espero encontrarles bien, de buen humor y si ese
no es el caso, que se pierdan un poquito en
las siguientes historias. Recuerden que el terror siempre es un
buen pretexto para escapar, aunque sea por un momento, de
los problemas de allá afuera. Tenemos historias muy distintas entre
(13:50):
sí el día de hoy, Así que creo que hay
un poco para todos y estoy seguro que este será
uno de esos episodios que se quedará con ustedes al terminar.
Quizás hasta en sus sueños. Apaguen la luz y déjense llevar.
Ya comienza Relatos de la Noche. Hola, soy Paula. No
(14:17):
suelo escribir este tipo de cosas, pero hace unos meses
me pasó algo que todavía no logro entender del todo.
Soy psicóloga y confieso que escucho relatos de la noche,
pero solo para relajarme. Nunca he sido creyente de lo paranormal,
pero esta experiencia no sabría explicarla de otro modo. Todo
empezó con un paciente, un niño de 7 años llamado Cain.
(14:39):
Sus padres lo habían llevado a terapia porque tenía problemas
para socializar. Era reservado, callado y a veces parecía vivir
en su propio mundo. Pero cada vez le costaba más.
Cada vez era más serio. Los pocos amigos que tenía
los había perdido. Durante las primeras semanas apenas hablaba. Se sentaba,
dibujaba algo y si le hacía una pregunta me respondía
(15:02):
con una palabra o dos. Pero poco a poco fuimos avanzando.
Logró contarme sobre su escuela, sus compañeros, sus juguetes. Y
aunque sus padres decían que en casa seguía siendo callado,
conmigo empezó a soltarse. Un día cuando se acercó a
despedirse como hacía después de cada terapia, me dijo algo
que me pareció muy tierno, sin imaginar lo que vendría después.
(15:26):
No puedo dormir, me dijo bajito. Le pregunté si tenía
pesadillas o si escuchaba ruidos en la noche. No, contestó,
solo no puedo dormir y no me gusta porque siempre
estoy cansado. Le prometí que trabajaríamos en eso la siguiente semana,
que íbamos a hacer algunos ejercicios para que pudiera descansar
(15:47):
mejor y rendir más en la escuela. Me acuerdo que
se fue feliz despidiéndose con una sonrisa y casi estoy
segura que fue la primera vez que lo vi sonreír.
Me animó mucho. Esa noche llegué a casa de buenas
y me metí a bañar. Le dije a mi esposo
que había sido un buen día, que encargáramos algo rico
para cenar y viéramos una película. Y él se puso
(16:10):
en eso mientras yo tomaba una larga ducha para relajarme.
Entre el ruido del agua escuché que alguien tocó el timbre,
allá afuera, en la reja del jardín. Luego escuché la
voz de mi esposo saludar a lo lejos.« Buenas noches».
Hubo una pausa.« Sí, buenas noches». Volvió a decirlo, como
(16:34):
si hablara con alguien que no le contestaba. No pensé
nada raro ni me preocupé. Seguí bañándome. Cuando salí le
pregunté quién era. Una señora, me dijo.¿ Qué señora? No sé,
venía vestida raro, casi como si fuera una catrina, con
un vestido rojo y un sombrero rojo también, como si
(16:55):
fuera una fiesta de disfraces. Le pregunté si le había
dicho si quería algo o si dejó algún recado, y
me dijo que no, que solo se quedó parado un
momento como si esperara algo, y luego simplemente se fue.
Yo no le di nada de importancia, creo que solo
(17:17):
me reí, porque de hecho mi esposo me lo contó sonriendo.
Un rato después llegó a la cena que habíamos pedido
y nos olvidamos del asunto. Exactamente una semana más tarde
volví a ver a Caín. Entró callado, distinto. Se sentó
frente a mí con los hombros encogidos. Le pregunté cómo
se había sentido, si había podido dormir mejor, y me dijo«
(17:42):
Ella no me deja, se enojó mucho». Le pedí que
me explicara. Pensé que se refería a su mamá, pero no.«
La señora», dijo.« La señora que vive en las paredes.
Está enojada». Dijo que la escuchaba hablarle todas las noches,
que lo despertaba para pedirle que salieran a jugar al patio.
(18:05):
Según él, ella se metía por una grieta en la
pared y a veces se escondía debajo de la cama
cuando llegaban sus papás. Le pregunté a su mamá sobre eso,
pensando que tal vez había visto una película o estaba
usando su imaginación. La señora me dijo que ya conocía
su historia, que desde el año pasado Caín hablaba de
una amiga que vivía en las paredes. Me dijo que
(18:28):
pensaron que era solo una etapa, una amiga imaginaria. Cuando
le pregunté a Caín cómo era su amiga, me dijo
que era una señora de vestido y sombrero rojo. Me
dijo que podía dibujarla para mí. pero le pedí que
no lo hiciera. Le dije que no era necesario. Y
es que como se imaginarán, cuando me dijo cómo se veía,
(18:49):
me dio un escalofrío de solo imaginarla. No sé si
fue coincidencia, pero en ese momento me quedé sin palabras.
Recordé a la mujer que había tocado mi puerta la
semana anterior. La imagen que me describía el niño era
la misma que me había contado mi esposo. Tratando de
mantener la calma, le pregunté a Cain más detalles. Y
(19:10):
él solo dijo... A mí no me da miedo, pero
a veces me dice que la acompañe, que afuera está
más bonito. Y después me preguntó,¿ pero verdad que ella
no te puede hacer nada a ti? Esa pregunta me
sacó de balance. Intenté disimular, cambiar de tema, pero me
(19:30):
costó trabajo continuar la sesión. Dos semanas después, los padres
dejaron de llevarlo. Dijeron que había tenido problemas económicos y
que lo retomarían más adelante. Y no supe más de ellos.
A veces pienso en él. En cómo justo cuando empezó
a hablar, cuando parecía estar mejorando todo, todo se detuvo
(19:53):
de repente. No sé si la mujer del vestido rojo
fue una coincidencia, o si de verdad había algo muy
raro ahí. pero me quedó el miedo. Por más irreal
que yo sé que es, por más absurdo que suena,
y cada vez que escucho que tocan a la puerta
en la noche, espero que sea cualquier cosa, menos ella.
(20:23):
Me llamo Isla, vivo en San Pedro de Chalostoc, en Ecatepec,
y trabajo en una oficina en el centro de la
Ciudad de México. Llevo años haciendo el mismo recorrido todos
los días. Salgo de mi casa cuando todo ha visto oscuro,
tomo la combi hasta Indios Verdes y de ahí el metro.
Entre semana mi vida es eso. El ruido del tráfico,
el olor a gasolina, a grasa quemándose, la fila eterna
(20:45):
para subir al transporte, la multitud que parece despertar toda
al mismo tiempo. Quienes viajamos así sabemos que el metro
es otra ciudad, una que empieza a moverse antes del amanecer.
Hay gente que ya va medio dormida, otros desayunando de pie,
otros con la cabeza recargada en el vidrio tratando de
recuperar unos minutos de sueño. Yo suelo quedarme callada con
(21:08):
los audífonos puestos, escuchando música o algún podcast para hacer
más llevadero el trayecto tan largo. Esa mañana fue igual
que todas, o al menos empezó igual. Hacía frío, un
frío raro, seco, como si fuera más temprano de lo
que era. A veces en esas horas uno siente que
(21:28):
el aire del norte baja por el cerro y se
mete hasta los huesos. Literal. Se sienten los huesos. No
crean que lo digo por decir. Yo llevaba una bufanda
y las manos adentro del abrigo. Ya estaba parada cerca
del borde del andén, esperando el convoy. El lugar estaba lleno.
Apenas que había un alma más. Había gente tan apretada
(21:48):
que apenas podía mover los brazos. Pero siempre pongo atención
a algunas personas. Para no sentir que solo somos una masa.
A mi lado una señora con un canasto lleno de tamales, creo.
Se iba abriendo paso pidiendo permiso. Detrás de mí un
grupo de jóvenes platicaba medio dormidos. Enfrente un señor intentaba
leer un periódico de la tarde de ayer. De esos
(22:11):
con crímenes en la portada. Todo normal. Pero vi algo más.
A varios metros de mí. No sabría decirte cómo me
di cuenta porque con tanta gente uno no distingue nada.
Pero de pronto mis ojos se fijaron en una figura
que sobresalía entre todos. Era una mujer muy alta, de
espaldas a mí, inmóvil. Medía, no sé, más de un
(22:34):
metro noventa, casi dos metros. Era imposible no notarla. El
cabello le caía bajo un velo por la espalda. Se
alcanzaba a ver completamente lacio y oscuro, y usaba un
vestido muy largo, de esos que ya casi no se ven,
como los que usan las personas mayores o de otro tiempo.
Y lo más raro es que no se movía. Mientras
(22:58):
todos daban pequeños pasos o giraban para abrirse espacio, ella
estaba firme como una estatua, como si todos la ignoraran,
le sacaran la vuelta sin tocarla. Se empujaban entre ellos,
pero a ella no. Parecía no ser real de lo
quieta que estaba. Al principio pensé que tal vez se
sentía mal o que estaba distraída, pero luego noté algo
(23:20):
que me dio miedo. La gente parecía pasar demasiado cerca
a ella, rozándola y ella no reaccionaba. Ni un movimiento,
ni un intento por equilibrarse, nada. Me quedé viéndola, tratando
de entender si era una persona o si yo estaba
viendo mal por la luz o por el sueño. Entonces
(23:42):
giró un poco la cabeza en mi dirección, apenas unos centímetros,
como para poner su oído hacia mí. Suficiente para que
yo sintiera que me había escuchado.¿ Pero a mí por qué?
Se dirán, si todo estaba lleno de gente, pero sentí
que se había dado cuenta de mi presencia, o de
que yo la había notado. No lo sé, fue una
(24:05):
sensación rarísima, pero la sentí conectada conmigo, como cuando alguien
te observa desde lejos y no sabes cómo, pero lo sabes.
Sentí un escalofrío y bajé la vista enseguida, con miedo
de que volteara a verme o de verle la cara,
y fingí que estaba buscando algo en mi bolsa. En
ese momento se escuchó el rugido del convoy acercándose por
(24:27):
el túnel... La gente empezó a apretarse más... A empujar...
A moverse como un solo cuerpo... Yo trataba de concentrarme
en eso... En avanzar poco a poco... Cuando la sensación regresó...
Esa sensación de que alguien me miraba... Pero no sé
si atrás donde estaba la mujer, lo sentí desde mi izquierda,
(24:49):
volteé y ahora ahí estaba, la misma mujer, pero en
el otro extremo del andén, ahora justo frente a mí.
Por un segundo pensé que debía estar confundida, que era
otra persona, pero no. Era la misma, la misma altura,
el mismo abrigo, el mismo velo. Solo que ahora me
(25:11):
miraba directamente y sonreía. Una sonrisa pequeña, contenida, que se
fue haciendo más grande conforme me miraba. Luego levantó la mano, despacio,
y me saludó. Una mano muy delgada, pálida, casi huesuda.
yo no supe qué hacer no pensé nada se los
(25:32):
juro y aún así por reflejo le devolví el saludo
no sé por qué lo hice supongo que pensé que
si le respondía dejaría de hacerlo dejaría de mirarme pero
no esa sonrisa se volvió más amplia más feliz de
que yo la viera y entonces empecé a notar que
había algo raro en ella como si no encajara en
(25:53):
el resto del lugar La luz blanca horrible de la
estación rebotaba en la pared, en la gente, en el piso,
pero no en ella. Era como si estuviera fuera de foco,
como si alguien hubiera bajado la saturación de su imagen.
Parecía en blanco y negro. Y mientras la veía, empezó
(26:14):
a mover la mano con la que me saludaba, señalando
hacia mi lado derecho, hacia la orilla del andén. Lo
hacía riéndose pero sin sonido. Una carcajada muda. Yo seguí
la dirección de su mano y miré hacia allá. Apenas
lo hice, escuché los gritos. Un golpe seco como de
(26:34):
cuerpo contra metal. El rechinar de los frenos. El eco
del túnel. Alguien se había caído a las vías. O
la habían empujado o se había aventado. No lo supe
en ese momento. La multitud empezó a gritar. Hacer señas
al conductor del metro para que frenara. Un muchacho se
lanzó sin pensarlo para ayudar a la señora que estaba
(26:54):
tendida sobre las vías. Alcancé a ver cómo el convoy
frenó unos metros de ellos. Las luces parpadearon. El aire
se llenó de olor a freno quemado y de los
gritos de la gente. La señora ahí abajo gritaba de dolor.
Tenía la pierna completamente torcida y la sangre se extendía
por el suelo de las vías. Algunos intentaban ayudar, otros
(27:18):
solo miraban paralizados. Y yo entre todo ese caos regresé
a la vista a la mujer del velo, pero ya
no estaba allí. No recuerdo bien cómo salí de la estación,
solo que caminé sin detenerme con las manos heladas y
las piernas temblando. Afuera hacía más frío que nunca. Revisé
cuánto dinero traía. Por suerte me alcanzó para buscar un taxi,
(27:43):
y cuando me subí no hablé en todo el camino.
El chofer solo me miró por el retrovisor y me
dijo que me veía pálida, que si estaba bien. Le
dije que sí, y claro que mentía, pero no tenía
ganas de contar lo que había visto. Todo el día
en el trabajo estuve distraída pensando en esa mujer. No
(28:03):
en la que se cayó, sino en la otra, en
la mujer del velo, en cómo me había mirado, en
la carcajada muda, en el momento exacto en que señaló
hacia la orilla, justo antes de que alguien cayera. No
quise contárselo a nadie.¿ Quién me iba a creer? Todos
me iban a decir que había sido la impresión o
(28:24):
que mi mente mezcló las cosas con el susto. Pero
al día siguiente, cuando regresé a Indios Verdes, sentí otra
vez ese frío en el aire. Y ya que me
subí al metro, miré hacia afuera sin querer, hacia el andén.
Entre la multitud, por un segundo me pareció verla, alta, inmóvil,
(28:44):
con ese mismo velo sobre su cara lo suficientemente transparente
para ver su sonrisa. Cerré los ojos, respiré hondo y
cuando los abrí, ya habíamos avanzado. Ya no estaba, o
tal vez nunca estuvo. A veces pienso que esta mujer
no me estaba saludando. que estaba tal vez advirtiéndome de algo,
(29:07):
o esperando que yo me acercara un poco más al
borde del andén. Esa noche me atreví a contarlo. Llegué
a casa más tarde de lo normal, cansada, con frío.
No comí nada en todo el día, pero solo quería
llegar a dormir. Y sin embargo, cuando abrí la puerta,
vi a mi papá sentado en la cocina, comiendo algo
(29:28):
rápido antes de irse a trabajar. Casi nunca coincidimos a
esa hora. Él trabaja de noche y cuando yo llego
normalmente ya se fue. Me sorprendió verlo ahí, con la
chamarra puesta y la lonchera a un lado. Me saludó
como siempre, tranquilo, preguntando cómo me había ido. No sé
por qué, pero sentí la necesidad de contarle lo que
(29:49):
me había pasado el día anterior. Le dije todo, desde
que vi a esa mujer alta en la multitud, hasta
como la vi un segundo después muy lejos saludándome, señalando
justo antes de que alguien cayera a las vías. Mi
papá se quedó en silencio todo el tiempo, no me interrumpió,
no se rió ni me preguntó si estaba segura, solo
(30:11):
me escuchó. Cuando terminé se recargó en la silla y
me dijo que no me asustara. que supiera que en
la vida hay cosas que uno no puede explicar, pero
que eso no quería decir que no sean tan reales
como lo que sí podemos ver, tocar. Yo pensé que
lo decía para calmarme, pero luego me contó algo. Algo
(30:32):
que él había visto hace mucho tiempo. Fue en 2007, me dijo.
También en Indios Verdes. Él salía de su trabajo cerca
del centro histórico y tenía que correr para alcanzar el
último tren. Iba cansado con sueño y apenas logró meterse
al vagón. Cuando llegó a Indios Verdes, según su reloj,
(30:52):
ya era medianoche. La estación se veía prácticamente vacía. Iba
apurado porque tenía que alcanzar la combi para regresar a Ecatepec,
mientras más tarde más peligroso. Pero justo cuando bajó al andén,
vio tres personas paradas cerca del borde. Una señora con
bolsas de mandado, un joven y un policía. Los tres
(31:14):
estaban mirando hacia el túnel. Él también se detuvo con
curiosidad porque no entendía que estaban viendo. Les preguntó qué pasó.
El muchacho joven le contestó que una loca, una mujer
muy rara vestida como de antes, se había aventado a
las vías, pero que no cayó normal de golpe, sino despacito,
(31:37):
como flotando. Dijo que él y la señora la vieron
bajar despacio hasta quedar parada sobre los rieles y que
después caminó hacia la oscuridad del túnel. Mi papá no
le creyó, pensó que era una broma o que habían
visto mal o algo, pero el policía también se veía nervioso.
(31:57):
Decía que no quería acercarse a revisar, que si fuera
una persona ya habrían escuchado los pasos o los gritos
de cuando se aventó.¿ Quién sabe qué tanto le decían
por radio? Un radio tan corriente que no se entendía nada.
Mi papá se quedó un momento ahí con ellos y
no vio nada. No escuchó nada, solo silencio. Pensó en quedarse,
(32:19):
pero la curiosidad no le ganó al cansancio, así que
les dijo buenas noches y siguió su camino, corriéndose a
la salida. Cuando ya estaba por salir, volteó por reflejo
hacia el andén contrario, el que estaba completamente vacío, y
ahí estaba una mujer parada junto a la pared, en
el límite del andén, quieta, viéndolo. Dice que levantó la
(32:41):
mano saludándolo, y que él juraría que esa mano no
era normal. que eran puros huesos, me dijo, como una calavera.
Siguió corriendo sin mirar atrás. Llegó a la casa finalmente temblando,
pero no se animó a contárselo a mi mamá. Al
día siguiente, en la estación del metro, escuchó a unos
(33:02):
señores haciendo fila, platicando sobre que alguien se había lanzado
a las vías la noche anterior. justo frente al último tren.
Mi papá pensaba que había tomado el último viaje, pero
entonces sí venía otro más, y se preguntaba quién se
había aventado. Pensó en la señora de las bolsas, en
el joven, en la mujer del otro andén, en esas
(33:24):
manos de calavera.¿ Ella se aventó o ella tenía algo
que ver? Me dijo que si por él fuera no
hubiera vuelto a tomar esa línea, que le dio miedo
los primeros días, sobre todo cuando regresaba tarde, pero que
después uno se acostumbra, y que eso me iba a
pasar a mí también. Cabe decir como unidad que conozco
(33:47):
bien la historia de la mujer sonriente del metro, pero
esta no es ella. No coincide con la descripción, ni
con la estación donde desaparece. Esto es otra cosa. Este
es un espectro que sé que habita la estación Indios Verdes.
(34:10):
Gracias por continuar por aquí comunidad y un saludo a
toda la gente que usa el metro, en especial la
estación Indios Verdes. Antes de pasar a la siguiente historia
les pido que se suscriban si no lo han hecho,
que chequen que su suscripción esté activa, que sus notificaciones
estén activadas para que sean los primeros en llegar. Y
no se pierdan ningún episodio. Recuerden seguirnos también en nuestras
(34:34):
redes sociales. Sobre todo Instagram y TikTok. Donde estamos como
arroba rdlnoficial. Y como nombre tenemos relatos de la noche.
Nada más. Porque hay muchas cuentas piratas. Como también aquí
en YouTube. Tantas que nos toma tiempo poder reportarlas todas.
Pero llegaremos. Por lo pronto no dejen de seguir las
(34:56):
oficiales y recuerden que en la descripción están todos los
enlaces que necesitan para ser parte de la comunidad. Continuamos. Hola,
buenas noches Uriel. Me gustaría que contaras mi historia. Solo
te pido que cambies los nombres de las personas porque
(35:18):
aún me llevo con ellos. Mi nombre déjalo, soy Abram,
soy de Yucatán, de un pueblito del oriente cerca de
la ciudad de Tizimín, conocida como la ciudad de los reyes.
Hace unas semanas en mi pueblo llovió con una fuerza extraña.
El cielo se veía como a punto de caerse. Esa
tarde como de costumbre planeábamos ir al rancho. Mis amigos
(35:40):
Julián y Mateo siempre me acompañan. Aquel viernes después de
llegar a la universidad almorcé y los llamé. Eran las
cuatro de la tarde cuando salimos rumbo al rancho. Llevamos
un rifle y una lámpara vieja. El aire olía a
tierra mojada, pero había algo más. Un olor agrio, como
de animal muerto. Al llegar metimos los animalitos al corral,
(36:04):
les dimos agua y alimento y pasamos al área de
las abejas. El zumbido era débil, apagado, como si hasta
los insectos sintieran que algo no estaba bien. El tiempo
se nos fue rápido, y antes de darnos cuenta el
cielo era una mancha gris sin forma. En Yucatán oscurece temprano,
pero esa noche pareció caer de golpe. Apresuramos el regreso.
(36:28):
Julián llevaba los dos animalitos que cazamos de camino, dos
conejos y una chachalaca. Mateo cargaba un desub y el rifle.
Caminábamos rápido, pero algo nos inquietaba. El silencio. No se
escuchaban grillos, ranas, viento. De alguna manera solo escuchábamos nuestros
propios pasos. A unos dos kilómetros del pueblo está el basurero.
(36:53):
Justo cuando íbamos llegando vimos algo. Dos sombras negras, inmóviles,
bajo el árbol grande que marca la entrada. No tenían
forma clara, no parecían gente ni animales. Nada. Solo estaban
ahí quietecitos, como si nos esperaran.¿ Ya vieron eso? Dijo Mateo, bajito.
(37:15):
No se mueven. Pensamos que tal vez eran los que
cuidan el basurero, así que seguimos caminando. Y cuando pasamos
algo cerca, saludamos. Buenas noches. Hubo un largo momento de
silencio hasta que una voz ronca contestó. Noches. Y una
(37:36):
segunda voz idéntica repitió. Noches. Sonó como un eco, pero raro,
como mal hecho. No se movían para nada. No se
veía que respiraran. Parecían dos estatuas que solo estaban ahí.
Intenté romper la atención.— Bueno, llovió esta semana, ¿no? Otra
(37:59):
vez la voz ronca respondió.— Sí. Y la otra repitió igual,
con la misma entonación.— Sí.— Sí. Se me puso la
piel como fría, feo, y entonces la voz ronca dijo
algo que todavía recuerdo con escalofríos. Si quieren, pasen a
(38:21):
tomar un atolito salado. Y el otro sin demora repitió
lo mismo. Pasen a tomar un atolito salado. Julián medio
en broma dijo que sí, pero Mateo y yo lo detuvimos.
Y entonces la primera de las figuras habló otra vez.
Aquí cerquita está nuestra casita. Y el otro repitió palabra
(38:43):
por palabra. No nos movíamos, contuvimos el aliento. De pronto
a lo lejos apareció la luz temblorosa de una bicicleta.
Era un señor que venía cargando leña. Sin aviso empezó
a gritar en maya, insultando, maldiciendo, gritando con rabia como
si quisiera espantarnos. Las dos figuras comenzaron a brincar, pero
(39:07):
no como personas, sino como si sus cuerpos no tuvieran huesos.
Saltaron retorciéndose hasta perderse entre los árboles del basurero. El
viejo se acercó y nos gritó,«¡ No les hablen!¡ No
son personas!» Nos contó que eran aluches, pero no los buenos.
que ellos no cuidaban los montes, que esos estaban ahí
(39:30):
para perder gente, que si hubiéramos aceptado lo que nos daban,
no lo hubiéramos contado. Nos aconsejó no volver al rancho
por unos días, nosotros no. Y mientras hablaba, Mateo quiso
levantar el sub, la trampa que había dejado tirada, pero
ya no estaba. Solo había un hueco húmedo en la tierra,
(39:53):
como si algo se lo hubiera llevado arrastrando. Seguimos caminando
con el señor, agradecidos, escuchando sus historias. Pero justo al
llegar a la entrada del pueblo, en una calle muy oscura,
la luz de su bicicleta parpadeó. Se apagó y de
repente ya no supimos para dónde se fue. Solo quedó
(40:15):
el olor de la leña que llevaba flotando en el aire.
Esa noche los grillos volvieron a cantar. Volví al rancho,
pero ya no me quedo después del atardecer. Y cuando
paso por el basurero de noche, evito voltear hacia allá.
Gracias por leer mi historia. Un saludo desde Yucatán.