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November 21, 2025 • 34 mins

Esta noche en Relatos de la Noche nos vamos a mover entre edificios viejos, calles de provincia y carreteras solitarias, siguiendo a personas que, sin buscarlo, terminan cruzándose con algo que no pertenece del todo a este mundo.

Acompañaremos a alguien que está desesperado por encontrar departamento y descubre que el lugar perfecto puede traer un vecino… difícil de explicar; a un grupo de niños que se topan con una niña extraña cuya voz no coincide con el cuerpo que ven; y a un trailero que recorre una y otra vez el mismo tramo de carretera cerca de Matehuala, hasta que una figura al borde del camino empieza a aparecerle con demasiada insistencia.

Entre estas historias, también conoceremos un edificio donde una puerta siempre parece esperar a la misma hora, y habrá tiempo para platicar sobre un episodio en vivo que muchos escucharon con “problemas de audio”, pero que guarda algunos de los relatos más inquietantes de los últimos meses. Si se quedan, apaguen la luz, pónganse cómodos… y déjense acompañar por estas presencias que siguen buscando algo en la oscuridad.

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Episode Transcript

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Speaker 1 (00:05):
Se abrió la puerta del elevador y había alguien. Una mujer,
de espaldas, a unos tres metros del elevador. El pasillo
estaba muy oscuro como si no hubiera luz en ese piso,
pero alcanzaba a ver su silueta. Tenía el pelo largo,
completamente canoso, y caía como si estuviera húmedo o muy pesado.

(00:26):
Las manos las tenía estiradas ligeramente hacia los costados. No
se movía nada, no respiraba y no tenía nada que
estar haciendo en un edificio vacío. Muy buenas noches comunidad,
que bueno tenerles por aquí una vez más, espero que
estén tranquilos, tranquilas, de buen humor y si no es así,

(00:49):
entonces ojalá que puedan desconectarse un ratito con lo que
están por escuchar. A veces el miedo es la mejor
forma de relajarnos por un rato, por más irónico que suene.
Esta noche traemos historias muy diferentes entre sí que van
desde carreteras embrujadas hasta departamentos vacíos solo habitados por fantasmas,

(01:11):
pero cada una con su propia inquietud, así que estoy
seguro que este episodio se quedará con ustedes rondando buen
rato después de haberlo terminado. Así que acomódense por favor,
apaguen la luz y déjense envolver por lo que viene.
Esto es Relatos de la Noche. Hola comunidad, esto me

(01:38):
pasó hace unos meses cuando andaba buscando un departamento en
el centro. La verdad es que ya estaba desesperado porque
todo estaba carísimo y de pronto encontré uno que se
veía muy bien en fotos, recién remodelado, amplio y a
un precio que era demasiado bueno para ser verdad, para
estar donde estaba y tan cerca de mi trabajo. Te

(01:58):
vi sospechar ahí, pero cuando estás buscando algo con urgencia,
a veces te dejas llevar y no ves los detalles,
las banderas rojas. La calle donde estaba el edificio era rara.
No vacía, sino como apagada. No había tiendas abiertas, ni
gente pasando, ni ruido. Todo estaba oscuro. Parecía una cuadra

(02:20):
que nadie usara allá. Aún así, ahí estaba la mujer
del inmobiliario esperándome en la entrada. No me había equivocado,
pero desde el primer segundo noté que estaba nerviosa, y
no nerviosa como alguien tímido o alguien con prisa. Estaba inquieta.
No dejaba de ver hacia dentro del edificio y al
mismo tiempo volteaba mucho hacia la calle, como si no

(02:41):
quisiera quedarse sola conmigo, pero tampoco quisiera estar dentro. Me
dio la mano rápido y me dijo,« Vamos, es en
el quinto piso». Intenté hacer un chiste para relajarla, pero
no me siguió el ritmo. Ni siquiera sonrió. Lo único
que dijo fue algo como, mire, le enseño rápido porque
tengo otras citas seguidas. Y así entramos al edificio. El

(03:04):
recibidor estaba completamente oscuro, salvo por una luz amarillenta que
venía de un foco viejo. Las paredes tenían humedad, y
aunque el anuncio decía recién remodelado, se notaba que eso
solo aplicaba al departamento. El edificio parecía abandonado. No se
escuchaba nada, ni una tele, ni voces, ni pasos. Nada.
Subimos por las escaleras porque me dijo que no confiaba

(03:26):
en el elevador, pero cuando llegamos al quinto piso ya
sudaba como si hubiera corrido. Me enseñó el departamento en
menos de tres minutos, y no exagero. Me abrió la puerta,
me señaló la cocina, me mostró el baño por encima,
y cuando le iba a preguntar sobre el contrato, me
interrumpió para decir, ya va a llegar el otro interesado.
Si le gusta, me manda mensaje hoy mismo, pero tiene

(03:47):
que bajar. Y luego dijo algo que me pareció muy raro.
Me repitió varias veces que al irme, por favor dejara
la puerta del edificio abierta, que no la fuera a cerrar,
para que no tuviera que bajar ella por la siguiente persona.
Pero el tono era de alguien que quería que me
fuera y ya, de alguien que no quería bajar. Me

(04:08):
dijo que ella se quedaba ahí, y yo al cerrar,
la verdad, pensé en irme por el elevador. Estaba muy
cansado y quería ver qué sirviera. No pensaba rentar ese
lugar y subir todos los días cinco pisos. Cuando me
iba solamente me repitió que no me fuera a detener
en ningún piso, que fuera directamente hasta abajo. Y ahí
sí me sentí algo raro, como si estuviera dándome instrucciones

(04:31):
para no encontrarme con alguien. Me subí al elevador y
la puerta no cerró bien. Quedó una rendija de unos
dos centímetros por donde podías ver el muro del piso.
Por dentro el elevador temblaba como si la estructura estuviera
floja y era uno de esos que tardan en reaccionar

(04:51):
cuando presionas un botón. Comenzó a bajar. Era lentísimo. Entre
el cuarto y el tercer piso escuché que alguien picó
el botón desde abajo. El elevador se detuvo. Se abrió

(05:12):
la puerta y allí había alguien. Una mujer de espaldas,
a unos tres metros del elevador. El pasillo estaba muy
poco iluminado, pero alcanzaba a ver su silueta. Tenía el
pelo largo, completamente canoso, y caía como si estuviera húmedo
o muy pesado. Las manos las tenía ligeramente estiradas hacia

(05:32):
los costados, como hace alguien cuando da la bienvenida. No
se movía nada, parecía una estatua que no respiraba, o
al menos no se le notaba. Dije buenas noches, pero
no se mutó. Presioné el botón para cerrar, pero tardaba.
Sentí que pasaron 20 segundos y no se cerraba. Evidentemente fue

(05:54):
menos tiempo. Por la rendija veía su silueta exactamente igual.
Ni un milímetro de movimiento. El elevador siguió bajando y
en el piso 2 volvió a sonar el timbre de que
alguien lo llamó. Volvió a detenerse. Se abrió. Era ella

(06:23):
otra vez. En la misma posición, en el mismo ángulo,
a la misma distancia. Si no hubiera visto que bajábamos,
si la puerta del elevador no se quedara ligeramente abierta,
hubiera jurado que estábamos en el mismo piso, pero no
era cierto. Esta vez su cuerpo estaba girando un poco,
como si quisiera voltear hacia mí. Era apenas un movimiento,

(06:46):
pero lo suficiente para que notara que se había movido.
No podía bajar tan rápido ese piso por las escaleras,
no sin hacer ruido, no para alcanzar el elevador. No
dije nada, ni respiré. Solo empecé a picar el botón
para cerrar. No quería que me escuchara, ni que pensara

(07:07):
que quería acercarme. Ni entendía por qué pensaba eso, pero
así lo sentía. Como si fuera peligroso que me escuchara.
La puerta tardó, tardó y tardó. La mujer seguía ahí,
inclinada apenas, apuntando con la mitad del cuerpo hacia mí.

(07:29):
Finalmente se cerró y el elevador siguió bajando. Pensé que
llegaría directo a la planta baja, pero no. Antes sonó
el timbre otra vez. Alguien había llamado desde el primer piso.
Cuando la puerta se abrió, no vi nada, literalmente nada.

(07:51):
Ese piso estaba completamente a oscuras. No había luz, ni
un punto de referencia, ni reflejo. Era un cuadro negro,
un vacío. Y entonces escuché algo. Pasos. No pasos rápidos,

(08:13):
pasos muy lentos, como de alguien que camina arrastrando un
poco los pies. Venían desde el fondo de ese pasillo
que yo no podía ver. Cada paso se escuchaba más cerca.
Traté de cerrar la puerta, pero el elevador no reaccionaba.
Le presionaba y no hacía nada, como si estuviera trabado,
y los pasos seguían acercándose, despacio, constantes, sin detenerse. Yo

(08:40):
ya estaba respirando fuerte sin querer hacerlo. Sentía la espalda empapada.
Cuando los pasos sonaron tan cerca que parecían estar frente
al elevador, ahí finalmente la puerta se cerró. Cuando llegué
a la planta baja salí sin ver atrás. Corrí. Ni
siquiera sé si el elevador terminó de abrir antes de

(09:01):
que yo ya estaba saltando hacia afuera. En la entrada
vi a un tipo tocando la puerta del edificio, confundido
como yo. Otro joven estaba junto a él, y por
cómo estaba vestido, perdón, por un segundo pensé que le
estaba asaltando. Pero no, al parecer era un vecino. Le
estaba diciendo que no firmara nada, que ese no era

(09:22):
un buen lugar para estar. Que ahí no vivía nadie.
Que nadie podía vivir ahí desde hace mucho. El tipo
que evidentemente iba a ver el departamento como yo lo
escuchó pero aún así entró. Seguramente pensando que estaba loco
o que estaba exagerando. Yo habría pensado lo mismo exactamente
diez minutos atrás. Quise detenerlo pero no me salían las palabras.

(09:45):
Sentía las piernas flojas y no me daban las ideas
para explicar. Salí y me fui directo a buscar un taxi,
pero no ahí. Tenía que llamarlo de esa otra calle. Ay, no.
No sé qué habrá pasado con él y tampoco sé
qué fue lo que vi. A veces pienso en ese
momento como si hubiera sido un sueño. En toda la visita,

(10:07):
como si no hubiera sido completamente real. Pero sigo buscando
departamento en esa zona. Sería un sueño poder irme caminando
al trabajo. Pero les prometo que yo si veo otro
anuncio demasiado barato para ser verdad, ahora sí ya no
iría a verlo. Hola comunidad, esto pasó hace unos 25 años

(10:34):
cuando yo era niño y vivía en una colonia tranquila
de León, Guanajuato. Era una colonia de esas donde casi
no pasaban coches todavía. donde aún se podía jugar fútbol
o escondidas afuera sin que nadie te dijera nada, sobre
todo en la calle de atrás a la mía, la
última de la colonia, tan lejana de todo que aún
era de tierra en la parte del fondo. Mis papás

(10:55):
podían verme desde la ventana y mientras no nos alejáramos
de la cuadra no había problema. Casi todas las tardes
nos juntábamos los mismos, dos vecinos a la casa de enfrente,
mis primos que vivían a unas casas y yo. A
veces se unían más niños, pero ese día en particular
éramos solo nosotros, el grupo de siempre. Recuerdo que estábamos
jugando más tarde de lo normal. Ya oscurecía y el

(11:19):
alumbrado de la colonia no era bueno, así que se
veía todo medio apagado. Al fondo de esa calle había
un terreno despoblado. Era una parte donde ya no había casas,
solo tierra, algunos arbustos secos y un camino que llevaba
a la carretera grande. A nosotros nos daba curiosidad, pero
aún no nos dejaban meternos ahí. Decían que era peligroso,

(11:40):
así que siempre jugábamos del lado contrario. Aún así, esa
noche estábamos un poco más cerca de ese terreno porque
nos pusimos a buscar un balón que se nos había rodado.
Yo estaba inclinándome para levantarlo cuando vi que alguien venía
caminando por la calle. Era una niña, una niña que
yo no había visto nunca en la colonia. Lo raro

(12:00):
fue que en cuanto nos vio se ocultó detrás de
un carro, como si le diera miedo acercarse. nos quedamos
quietos uno de mis primos dijo que seguramente estaba perdida
otro dijo que mejor nos metiéramos pero a mí me
dio algo de preocupación porque se veía muy chiquita como
de nuestra edad o un poco más pero para estar

(12:21):
esas horas afuera era muy raro recuerdo que le pregunté
si estaba bien y ahí salió de detrás del poste
y desde ese momento supe que había algo raro era
muy claro Miren, yo no era el niño más brillante,
pero sabía que su ropa no era normal. Traía un

(12:42):
vestido sencillo, pero muy viejo, como esos uniformes de escuela
que ya casi no se usaban. No traía mochila ni suéter,
ni nada que indicara que venía de una casa cercana.
Sus zapatos le quedaban grandes y estaban limpios, pero el
vestido se veía maltratado, como si hubiera pasado mucho tiempo aguardado.

(13:02):
No sé, me acuerdo porque en esa época todas las
niñas usaban ropa muy distinta, y eso no se me olvida.
Lo segundo que notamos fue su cara, no porque se
viera lastimada ni nada dramático, sino porque no hacía ninguna expresión.
No sonreía, no parecía asustada, nada, solo nos miraba. Y

(13:24):
cuando habló, ahí sí comunidad, nos dio miedo. Y es
que su voz no era de niña. Es una voz
muy difícil de describir, sonaba como muy delgada pero adulta,
como si una mujer estuviera tratando de hablar como niña
y no pudiera, como si la voz saliera desde muy profundo,

(13:45):
de un lugar que no coincidía con el cuerpo que
teníamos enfrente, y nos preguntó,¿ Dónde está la carretera? Así,
sin contexto, sin avisar, sin decir que estaba perdida,¿ Dónde
está la carretera?, Yo señalé hacia el terreno despoblado y

(14:06):
le dije que de ese lado si seguía derecho la encontraría.
No preguntó más, no nos agradeció, no dijo nada, solo
empezó a caminar en esa dirección, lenta, como si no
supiera mover bien los pies, como si estuviera copiando la
forma de caminar de alguien más. La vimos avanzar hasta
que desapareció entre los árboles secos del terreno. Nos metimos

(14:31):
y recuerdo que cuando llegué a la casa mis papás
me preguntaron por qué iba tan pálido... Les conté lo
que vimos y dijeron que seguramente era una niña de
por ahí... Recién llegada... Y ahí quedó... Al menos esa noche...
Porque lo escalofriante viene después... Al día siguiente muy temprano cuando...
Empezaron los comentarios entre los vecinos... Los chismes... Decían que

(14:55):
una niña se había escapado de una iglesia que estaba
a unas cuadras... que la tenían ahí porque estaba poseída,
que la habían traído de un pueblo y la estaban
resguardando ahí, que estaban esperando unos padres de Roma que
venían a revisar su caso, y que no era la
primera vez que trataba de escaparse. Cada versión de cada
vecino tenía detalles distintos, pero todas coincidían en que había

(15:18):
una niña en esa iglesia y que había algo muy
malo en ella, que se escuchaban los gritos desde afuera.
Cuando escuché eso me dio un vuelco en el estómago,
porque no lo relacioné de inmediato, pero poco a poco
me cayó el veinte. La niña que vimos la noche
anterior estaba yéndose a la carretera. Estaba como alejándose de

(15:41):
la colonia, como si intentara irse lo más lejos posible
de donde estaba la iglesia. Recuerdo que durante mucho tiempo
después de eso ya no jugamos en esa parte de
la calle, ni nosotros ni los demás niños, y no
porque nuestros papás nos lo prohibieran, sino porque todas las noches,

(16:01):
casi a la misma hora, poquito antes de anochecer, se
escuchaban gritos. Pero no eran gritos normales, eran rarísimos, sonaban
como de niña pero al mismo tiempo como de alguien mayor,
como si la voz cambiara en medio del grito. Había

(16:24):
noches en que aparecía una mujer anciana, otras en que
sonaba como si la voz viniera desde muy lejos, desde
un cuarto enorme o vacío. Y tiempo después, cuando hablábamos
de eso, cada quien nos recordaba diferente. Mis primos decían
que se escuchaba como si la niña estuviera muy cerca,
como si anduviera entre las casas. Otros vecinos decían que

(16:46):
parecía venirse hasta el terreno despoblado. Una señora juraba que
la escuchaba arriba, como si fuera un eco en las azoteas.
Yo no sé, lo único que sé es que todos
lo escuchamos, y que todos dejamos de jugar en la
calle por meses. Después de un tiempo los gritos pararon,

(17:07):
dejamos de hablar del tema y se nos olvidó. La
historia se volvió como uno de esos rumores del barrio
que los adultos se cansan de repetir y que los
niños intentan olvidar. Pero todavía me acuerdo de la forma
en que caminaba la niña, la que vimos la noche
del escape, y en esa voz, esa voz que no

(17:28):
tenía nada que ver con cómo se veía. Comunidad, gracias
por llegar hasta este punto del episodio. Les recuerdo que
suscribiéndose a este espacio nos ayudan mucho y ustedes jamás
se van a perder de una nueva entrega. Anímense a
ser parte de la mejor comunidad de Internet. Antes de seguir...

(17:52):
Quiero ofrecer una disculpa por el sonido en el episodio
en vivo, el de los espíritus del Metro Indios Verdes,
que comienza con un fragmento de nuestra participación en la
semana del podcast de Amazon Music. La verdad es que
en vivo se escuchó bien, aunque estaba yo muy, muy enfermo,
pero hubo un problema al subirlo. Como me marcaba que

(18:13):
la música que le pusieron las personas de Amazon tenía
derechos de autor, para no bajarlo intenté reemplazar ese sonido
de fondo con una opción que me dio YouTube, pero
lamentablemente esa herramienta está en pruebas todavía, no respetó el
volumen de la música de fondo y por eso en
varias partes se escucha más alta que mi voz. Eso

(18:35):
fue por un error al utilizar esa herramienta, pero recuerden
que al minuto 14 se acaba ese fragmento y empieza un
episodio completamente normal. Para que vayan a escucharlo, porque siento
que tenía muy, muy buenas historias y hubo mucha gente
que se fue porque pensó que todo iba a ser
así en vivo y que todo iba a tener el

(18:57):
error terminado. de la música así que vayan y denle
otra oportunidad a partir del minuto 14 y si no lo
han escuchado pues miren tienen episodio doble para hoy pero
es momento de continuar seguimos con más relatos de la
noche Hola a todos, esto me pasó cuando viví en Guadalajara,

(19:23):
en el año 2015. Yo tenía veintitantos y trabajaba como gerente
en una cafetería del centro. Bueno, más que cafetería, era
una panadería pequeña que vendía muy buen café. Era de
esas que tienen horno de piedra, muy tradicional. Mi turno
empezaba a las cinco de la mañana, que era cuando
encendíamos los hornos, así que yo tenía que salir de

(19:43):
mi departamento a las cuatro en punto todos los días.
Vivía en un edificio viejo, no muy grande, como los
que construyeron en los setentas. Se veía bien por fuera,
pero por dentro empezabas a notar lo antiguo. Pasillos con
mucho eco, focos que se fundían seguido, puertas que no
cerraban bien y había que dar el portazo, esas cosas.

(20:06):
Mi departamento estaba en el tercer piso. Justo enfrente del
mío estaba el 313, aunque siempre me pareció raro porque en
esa planta había un 301 y un 302. Alguna vez pregunté y
me dijeron que así estaba la numeración desde que se construyó,
pero nunca me quedó claro por qué, porque solo en
ese piso había ese salto. Era como si el 313 perteneciera

(20:30):
a otro edificio. El caso es que cada madrugada, cuando
salía rumbo al trabajo, pasaba lo mismo. Yo cerraba mi
puerta y justo en ese momento, la puerta del 313 se entreabría.
Apenas una rendija, unos centímetros, solo lo suficiente para notar
que se abría y nada más. Lo primero que alcancé

(20:51):
a notar fue un mandil azul, de esos como de cocina.
Luego la mano de una señora mayor, arrugada pero firme,
apoyada en la orilla de la puerta. Y luego su voz.«
Buena madrugada, joven. Ya va al trabajo». Siempre igual, siempre
la misma frase, a las cuatro en punto. Yo le

(21:13):
decía que sí, que iba temprano porque tenía que llegar
antes de las cinco. Ella sentía aunque casi nunca la
alcanzaba a ver completa, solo la silueta de su cabeza
moviéndose detrás de la puerta. Y entonces me decía lo mismo,
yo ya no duermo, si quiere pase por un café,
nomás para que se lleve. pero nunca abría más, nunca

(21:37):
mostraba la cara completa, nunca alcancé a ver el interior,
solo esa rendija, la oscuridad, la silueta de la cabeza,
el pedacito del mantel azul, y un olor a jabón,
un olor fuerte como el de la ropa recién lavada,
pero mezclada con algo viejo, como si ese aroma estuviera
atrapado en un cuarto encerrado por mucho tiempo. Siempre agradecía

(22:02):
y le decía que no, que llevaba prisa, Y pensaba
que era una señora mayor que vivía sola y no dormía.
Me daba ternura, la verdad. Pero aún así nunca acepté
el café. No me sentía cómodo entrando a un departamento
que nunca había abierto del todo. Eso duró meses, exactamente igual,
hasta que una madrugada dejó de ser rutina. Esos duró meses,

(22:27):
varias veces a la semana, exactamente igual, hasta una noche
en que estaba lloviznando y hacía más frío de lo normal.
Yo salí a la tienda y por alguna razón miré
a la puerta del 313. No sabría ni nada, pero... no sé,
sentí algo. Me pareció raro y quizás hasta sentí un
pequeño alivio de que no hubiera nadie ahí en ese momento.

(22:50):
Como si mi cuerpo hubiera estado tenso sin que yo
me diera cuenta. Pero justo cuando iba a bajar las escaleras,
se escuchó un golpe seco adentro del 313. Un golpe seco, fuerte,
muy claro, como si algo muy pesado hubiera caído. Me
regresé corriendo, me acerqué a la puerta y pregunté. Señora,¿

(23:10):
está bien? Silencio. Empecé a tocar a la puerta y
sentía todo adentro completamente quieto. Como si no hubiera pasado nada.
No un silencio normal de la noche, sino como si
adentro no estuviera pasando nada. Absolutamente nada. Y fue muy
raro porque por el golpe alguna reacción tenía que haber.

(23:35):
Bajé y me fui directo con el portero que dormía
en una silla junto a la entrada. Dije que creía
que a la señora del 313 le había pasado algo, y
él abrió los ojos apenas y me dijo irritado.¿ Qué señora?
Pues la del 313, la que vive enfrente de mí. Le dije.
El portero se me quedó viendo como si le hubiera

(23:57):
dicho una tontería. Ahí no vive nadie. Yo me reí
un poco pensando que no me estaba entendiendo. Le expliqué
que me abrían todas las madrugadas para despedirme. Lo del café,
lo del mandil, la señora que se asomaba, el café.
Y ahí fue cuando su expresión cambió. Se levantó de

(24:18):
golpe y me dijo, acompáñame, le voy a enseñar algo
pero no toque nada. Subimos. Él sacó un llavero enorme
y buscó una llave oxidada. Cuando abrí el 313 entro primero
y el olor me golpeó de inmediato. No era el
mismo olor a jabón ni a ropa limpia, sino un

(24:40):
olor a polvo encerrado por años, a humedad vieja, a
algo guardado demasiado tiempo. El departamento estaba completamente hecho ruinas,
paredes descarapeladas, manchas de humedad, clóset sin puertas. La cocina
era un cascarón oxidado, la ventana estaba rota y tenía

(25:00):
telarañas gruesas de esas que no parecen por abandono de meses,
sino por años, incluso décadas. No había muebles ni sillas
ni ninguna señal de lo que pudo haber provocado el
ruido que escuché. Le dije al portero que eso era imposible,
que yo veía a la señora casi diario, que hablábamos,
que me ofreció café y que acababa de escuchar un

(25:22):
golpe fuerte. Le aseguro que el portero se persinó y
me tomó del brazo. No debemos estar aquí, me dijo,
y usted no debería ver esto. Yo insistí, le dije
que no entendía nada, que si él sabía algo que
me contara. Pero no dijo nada mientras estábamos ahí. Salimos,

(25:46):
cerró bien la puerta y ya hasta que íbamos bajando
las escaleras, me volteó a ver y me dijo. Usted
no es el primero. Se detuvo en el descanso y
ahí me contó. Me dijo que hacía años, en 2007-2008,
vivía una doctora en el mismo departamento donde estaba yo.

(26:07):
Una doctora joven con horarios raros, que a veces salía
también de madrugada, cerca de las 4, igual que yo. Y
ella también había escuchado una voz que le hablaba desde ahí.
No la de una señora, sino la de un hombre mayor.
Un señor que la saludaba desde detrás de la puerta del 313.

(26:27):
sin abrirla más que una rendija, que le decía siempre
lo mismo. Buen día, señorita. Yo ya no duermo, ¿sabe?
Y que también le ofrecía café para que se llevara.
Cuando la doctora se quejó de eso, llamaron a mantenimiento
y abrieron el 313 para ver que nadie se hubiera metido.

(26:49):
Estaba justo igual que en ese momento, abandonado, en ruinas,
sin muebles, sin señales de que alguien se escondiera ahí.
Hasta pensaron que la doctora la había alucinado, que era
por casi no dormir, o que quizás se tomaba algo
para aguantar sus turnos. Se fue a las pocas semanas,
y nunca explicó por qué. Solo dejó las llaves y

(27:12):
se mudó sin recoger varias cosas. El portero me pidió
que no volviera a mirar esa puerta cuando saliera, que
no respondiera ya si escuchaba algo. Y que no aceptara nada.
Ni café. Ni una conversación. Nada. Yo dejé de irme
de madrugada. Me cambié los horarios. Unos meses después me

(27:37):
fui de Guadalajara. Dejé ese edificio. No puedo decirles que
haya vivido el resto de mi tiempo ahí con miedo,
porque no lo sentía durante el día, pero, como les digo,
ya no me iba temprano sabiendo que a las cuatro
de la mañana, si abría mi puerta, podría ver una
rendija en la de enfrente, asomarse a un mandil azul,

(27:58):
con un olor fuerte a jabón saliendo de un departamento abandonado.
Nunca supe quién fue quien vivió realmente en ese departamento,
y ahora solo es un recuerdo. Un recuerdo muy preciso,
sobre todo el de esa frase que aún puedo escuchar.
Yo ya no duermo. Esta historia no es mía directamente,

(28:26):
pero es una historia que he escuchado tantas veces desde
que era niño, que siento como si yo también lo
hubiera vivido. Se trata de mi tío que en paz descanse.
Él fue trailero durante muchos años y pasaba por la
carretera entre Matehual y Saltillo varias veces al mes. Y
aunque mi tío nunca fue de los que creían en
cosas raras, lo que le pasó ahí lo dejó marcado

(28:46):
para siempre. Hasta volver a la iglesia después de muchos años,
según me dicen. El camino siempre le pareció tranquilo, sobre
todo comparado con otros que lo ponían nervioso, que lo
hacían sentir inseguro. Hasta que una noche empezó a notar
algo cuando pasaba por ahí. Y es que ya en
varias ocasiones en el mismo punto, en un tramo solitario

(29:07):
donde no hay casas, ni negocios, ni ranchos, ni nada alrededor,
veía a una mujer parada a un lado del camino. Parada,
en el mismo lugar, haciendo la misma seña. El pulgar
arriba pidiendo aventón. Mi tío nunca llevaba a nadie, no
le gustaba. Decía que era peligroso, que no nunca sabe
con quién se subía. Pero él juraba que la mujer

(29:29):
no se veía agresiva ni nada, ni rara. Es más,
más bien se veía como triste, como si no fuera
de por ahí cerca, como si apenas supiera dónde estaba.
La vio así durante meses, siempre estaba ahí por la noche,
a la hora que él pasaba, siempre de pie, con
el brazo estirado, con el dedo levantado, como esperando exactamente

(29:52):
su camión o algún buen samaritano que le diera aventón.
Y una noche no sabe por qué, mi tío decidió detenerse.
Le dio más lástima de lo normal a lo mejor.
Quiso ayudar. Me decía que esa noche venía tranquilo. La
carga iba en tiempo, no tenía sueño. Traía música viejita
que le gustaba mucho. Y algo en él dijo, pobre señora,

(30:16):
otra vez aquí sola. Y se frenó. En cuanto se
detuvo se arrepintió de haberlo hecho, pero ya era demasiado
tarde y la mujer no reaccionó al freno. No se
acercó ni bajó la mano, no se movió ni tantito.
Seguía con el brazo estirado igualito que cuando él venía
a lo lejos, como si no lo viera. Mi tío

(30:38):
se bajó del camión para hablarle, para decirle que si
quería la podía acercar a algún lugar, llevarla al siguiente pueblo.
No lo hizo confiado, lo hizo con precaución, por supuesto,
pero trató de hablar amable. Y fue ahí, bajando del camión,
cuando pasó lo primero raro. Su propia sombra, la de
mi tío, se alargaba en la carretera. Mucho, una sombra larguísima,

(31:03):
como si su cuerpo midiera tres o cuatro metros, como
si los faros del camión hubieran estado en el piso,
estirándole la sombra hacia adelante. Mi tío se tuvo un
segundo para verla, para entender por qué se proyectaba así,
pero entonces notó algo más. La mujer no tenía sombra, nada,

(31:26):
no proyectaba ni una lina en el asfalto. Y lamentablemente,
él ya había avanzado lo suficiente para estar unos pasos
de ella, casi frente a frente, y ahí pasó lo peor.
Se dio cuenta de que la mujer estaba moviendo la boca, rápido,
como si hablara muy muy a prisa, sin verlo a él,

(31:47):
con la mirada perdida en la carretera, como esperando algo.
Pero él no escuchaba nada, nada, como si la voz
no saliera, como si ella hablara debajo del agua, o
como si estuviera hablando en un cuarto y él estuviera
en otro completamente distinto. Mi tío dijo que vio claramente
su mandíbula moverse, la forma en la que pronunciaba palabras,

(32:09):
el movimiento del cuello, de la barbilla, de los labios,
pero no oyó ni un solo sonido. Ahí sí sintió
algo que nunca había sentido. Corrió al camión, se subió
de un salto y arrancó sin mirar atrás, con el
corazón acelerado, con miedo de ver por los espejos y
más miedo de que la puerta del copiloto se le abriera. Aceleró,

(32:33):
no bajó la velocidad durante kilómetros, no quiso pensar, no
quiso intentar explicarse nada, solo manejar, alejarse lo más que pudiera.
Cuando por fin llegó a Matehuala se detuvo en una
gasolinera y hasta ese momento la adrenalina bajó un poco.
Y aunque trató de convencerse de que había imaginado cosas,

(32:55):
algo no cuadraba. Lo que lo terminó de quebrar fue
lo que descubrió después. En el viaje de vuelta, de día,
al pasar por el mismo tramo, se fijó con cuidado
en el punto exacto donde siempre veía a la mujer
por las madrugadas. pero esta vez miró del otro lado
de la carretera, y ahí fue donde se le encogió

(33:17):
el pecho. Había dos cruces, de esas de metal blanco
que ponen cuando alguien muere en un accidente, viejas, oxidadas,
como si llevaran años ahí. A él no le gustaba
inventarse historias, así que mejor preguntó a otros traileros y
agentes de la zona si conocían algún accidente por ahí,

(33:38):
pero nadie supo decirle nada concreto. Mi tío volvió a
ver a la mujer dos veces más, siempre en la madrugada,
siempre en la misma postura y siempre sin sombra, pero
ya nunca volvió a detenerse ni a bajar la velocidad
y apartando la vista cuando pasaba junto a ella. Y

(34:00):
aunque él ya no está aquí para contarlo de nuevo,
yo quiero hacerlo. Quiero que su historia permanezca por mucho tiempo.
Y debo decirles que ese es un tramo de carretera
que yo jamás he manejado de noche. Que descansen. Que
tengan muy buenas noches, comunidad.
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