Episode Transcript
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Speaker 1 (00:05):
Se abrió la puerta del elevador y habÃa alguien. Una mujer,
de espaldas, a unos tres metros del elevador. El pasillo
estaba muy oscuro como si no hubiera luz en ese piso,
pero alcanzaba a ver su silueta. TenÃa el pelo largo,
completamente canoso, y caÃa como si estuviera húmedo o muy pesado.
(00:26):
Las manos las tenÃa estiradas ligeramente hacia los costados. No
se movÃa nada, no respiraba y no tenÃa nada que
estar haciendo en un edificio vacÃo. Muy buenas noches comunidad,
que bueno tenerles por aquà una vez más, espero que
estén tranquilos, tranquilas, de buen humor y si no es asÃ,
(00:49):
entonces ojalá que puedan desconectarse un ratito con lo que
están por escuchar. A veces el miedo es la mejor
forma de relajarnos por un rato, por más irónico que suene.
Esta noche traemos historias muy diferentes entre sà que van
desde carreteras embrujadas hasta departamentos vacÃos solo habitados por fantasmas,
(01:11):
pero cada una con su propia inquietud, asà que estoy
seguro que este episodio se quedará con ustedes rondando buen
rato después de haberlo terminado. Asà que acomódense por favor,
apaguen la luz y déjense envolver por lo que viene.
Esto es Relatos de la Noche. Hola comunidad, esto me
(01:38):
pasó hace unos meses cuando andaba buscando un departamento en
el centro. La verdad es que ya estaba desesperado porque
todo estaba carÃsimo y de pronto encontré uno que se
veÃa muy bien en fotos, recién remodelado, amplio y a
un precio que era demasiado bueno para ser verdad, para
estar donde estaba y tan cerca de mi trabajo. Te
(01:58):
vi sospechar ahÃ, pero cuando estás buscando algo con urgencia,
a veces te dejas llevar y no ves los detalles,
las banderas rojas. La calle donde estaba el edificio era rara.
No vacÃa, sino como apagada. No habÃa tiendas abiertas, ni
gente pasando, ni ruido. Todo estaba oscuro. ParecÃa una cuadra
(02:20):
que nadie usara allá. Aún asÃ, ahà estaba la mujer
del inmobiliario esperándome en la entrada. No me habÃa equivocado,
pero desde el primer segundo noté que estaba nerviosa, y
no nerviosa como alguien tÃmido o alguien con prisa. Estaba inquieta.
No dejaba de ver hacia dentro del edificio y al
mismo tiempo volteaba mucho hacia la calle, como si no
(02:41):
quisiera quedarse sola conmigo, pero tampoco quisiera estar dentro. Me
dio la mano rápido y me dijo,« Vamos, es en
el quinto piso». Intenté hacer un chiste para relajarla, pero
no me siguió el ritmo. Ni siquiera sonrió. Lo único
que dijo fue algo como, mire, le enseño rápido porque
tengo otras citas seguidas. Y asà entramos al edificio. El
(03:04):
recibidor estaba completamente oscuro, salvo por una luz amarillenta que
venÃa de un foco viejo. Las paredes tenÃan humedad, y
aunque el anuncio decÃa recién remodelado, se notaba que eso
solo aplicaba al departamento. El edificio parecÃa abandonado. No se
escuchaba nada, ni una tele, ni voces, ni pasos. Nada.
Subimos por las escaleras porque me dijo que no confiaba
(03:26):
en el elevador, pero cuando llegamos al quinto piso ya
sudaba como si hubiera corrido. Me enseñó el departamento en
menos de tres minutos, y no exagero. Me abrió la puerta,
me señaló la cocina, me mostró el baño por encima,
y cuando le iba a preguntar sobre el contrato, me
interrumpió para decir, ya va a llegar el otro interesado.
Si le gusta, me manda mensaje hoy mismo, pero tiene
(03:47):
que bajar. Y luego dijo algo que me pareció muy raro.
Me repitió varias veces que al irme, por favor dejara
la puerta del edificio abierta, que no la fuera a cerrar,
para que no tuviera que bajar ella por la siguiente persona.
Pero el tono era de alguien que querÃa que me
fuera y ya, de alguien que no querÃa bajar. Me
(04:08):
dijo que ella se quedaba ahÃ, y yo al cerrar,
la verdad, pensé en irme por el elevador. Estaba muy
cansado y querÃa ver qué sirviera. No pensaba rentar ese
lugar y subir todos los dÃas cinco pisos. Cuando me
iba solamente me repitió que no me fuera a detener
en ningún piso, que fuera directamente hasta abajo. Y ahÃ
sà me sentà algo raro, como si estuviera dándome instrucciones
(04:31):
para no encontrarme con alguien. Me subà al elevador y
la puerta no cerró bien. Quedó una rendija de unos
dos centÃmetros por donde podÃas ver el muro del piso.
Por dentro el elevador temblaba como si la estructura estuviera
floja y era uno de esos que tardan en reaccionar
(04:51):
cuando presionas un botón. Comenzó a bajar. Era lentÃsimo. Entre
el cuarto y el tercer piso escuché que alguien picó
el botón desde abajo. El elevador se detuvo. Se abrió
(05:12):
la puerta y allà habÃa alguien. Una mujer de espaldas,
a unos tres metros del elevador. El pasillo estaba muy
poco iluminado, pero alcanzaba a ver su silueta. TenÃa el
pelo largo, completamente canoso, y caÃa como si estuviera húmedo
o muy pesado. Las manos las tenÃa ligeramente estiradas hacia
(05:32):
los costados, como hace alguien cuando da la bienvenida. No
se movÃa nada, parecÃa una estatua que no respiraba, o
al menos no se le notaba. Dije buenas noches, pero
no se mutó. Presioné el botón para cerrar, pero tardaba.
Sentà que pasaron 20 segundos y no se cerraba. Evidentemente fue
(05:54):
menos tiempo. Por la rendija veÃa su silueta exactamente igual.
Ni un milÃmetro de movimiento. El elevador siguió bajando y
en el piso 2 volvió a sonar el timbre de que
alguien lo llamó. Volvió a detenerse. Se abrió. Era ella
(06:23):
otra vez. En la misma posición, en el mismo ángulo,
a la misma distancia. Si no hubiera visto que bajábamos,
si la puerta del elevador no se quedara ligeramente abierta,
hubiera jurado que estábamos en el mismo piso, pero no
era cierto. Esta vez su cuerpo estaba girando un poco,
como si quisiera voltear hacia mÃ. Era apenas un movimiento,
(06:46):
pero lo suficiente para que notara que se habÃa movido.
No podÃa bajar tan rápido ese piso por las escaleras,
no sin hacer ruido, no para alcanzar el elevador. No
dije nada, ni respiré. Solo empecé a picar el botón
para cerrar. No querÃa que me escuchara, ni que pensara
(07:07):
que querÃa acercarme. Ni entendÃa por qué pensaba eso, pero
asà lo sentÃa. Como si fuera peligroso que me escuchara.
La puerta tardó, tardó y tardó. La mujer seguÃa ahÃ,
inclinada apenas, apuntando con la mitad del cuerpo hacia mÃ.
(07:29):
Finalmente se cerró y el elevador siguió bajando. Pensé que
llegarÃa directo a la planta baja, pero no. Antes sonó
el timbre otra vez. Alguien habÃa llamado desde el primer piso.
Cuando la puerta se abrió, no vi nada, literalmente nada.
(07:51):
Ese piso estaba completamente a oscuras. No habÃa luz, ni
un punto de referencia, ni reflejo. Era un cuadro negro,
un vacÃo. Y entonces escuché algo. Pasos. No pasos rápidos,
(08:13):
pasos muy lentos, como de alguien que camina arrastrando un
poco los pies. VenÃan desde el fondo de ese pasillo
que yo no podÃa ver. Cada paso se escuchaba más cerca.
Traté de cerrar la puerta, pero el elevador no reaccionaba.
Le presionaba y no hacÃa nada, como si estuviera trabado,
y los pasos seguÃan acercándose, despacio, constantes, sin detenerse. Yo
(08:40):
ya estaba respirando fuerte sin querer hacerlo. SentÃa la espalda empapada.
Cuando los pasos sonaron tan cerca que parecÃan estar frente
al elevador, ahà finalmente la puerta se cerró. Cuando llegué
a la planta baja salà sin ver atrás. CorrÃ. Ni
siquiera sé si el elevador terminó de abrir antes de
(09:01):
que yo ya estaba saltando hacia afuera. En la entrada
vi a un tipo tocando la puerta del edificio, confundido
como yo. Otro joven estaba junto a él, y por
cómo estaba vestido, perdón, por un segundo pensé que le
estaba asaltando. Pero no, al parecer era un vecino. Le
estaba diciendo que no firmara nada, que ese no era
(09:22):
un buen lugar para estar. Que ahà no vivÃa nadie.
Que nadie podÃa vivir ahà desde hace mucho. El tipo
que evidentemente iba a ver el departamento como yo lo
escuchó pero aún asà entró. Seguramente pensando que estaba loco
o que estaba exagerando. Yo habrÃa pensado lo mismo exactamente
diez minutos atrás. Quise detenerlo pero no me salÃan las palabras.
(09:45):
SentÃa las piernas flojas y no me daban las ideas
para explicar. Salà y me fui directo a buscar un taxi,
pero no ahÃ. TenÃa que llamarlo de esa otra calle. Ay, no.
No sé qué habrá pasado con él y tampoco sé
qué fue lo que vi. A veces pienso en ese
momento como si hubiera sido un sueño. En toda la visita,
(10:07):
como si no hubiera sido completamente real. Pero sigo buscando
departamento en esa zona. SerÃa un sueño poder irme caminando
al trabajo. Pero les prometo que yo si veo otro
anuncio demasiado barato para ser verdad, ahora sà ya no
irÃa a verlo. Hola comunidad, esto pasó hace unos 25 años
(10:34):
cuando yo era niño y vivÃa en una colonia tranquila
de León, Guanajuato. Era una colonia de esas donde casi
no pasaban coches todavÃa. donde aún se podÃa jugar fútbol
o escondidas afuera sin que nadie te dijera nada, sobre
todo en la calle de atrás a la mÃa, la
última de la colonia, tan lejana de todo que aún
era de tierra en la parte del fondo. Mis papás
(10:55):
podÃan verme desde la ventana y mientras no nos alejáramos
de la cuadra no habÃa problema. Casi todas las tardes
nos juntábamos los mismos, dos vecinos a la casa de enfrente,
mis primos que vivÃan a unas casas y yo. A
veces se unÃan más niños, pero ese dÃa en particular
éramos solo nosotros, el grupo de siempre. Recuerdo que estábamos
jugando más tarde de lo normal. Ya oscurecÃa y el
(11:19):
alumbrado de la colonia no era bueno, asà que se
veÃa todo medio apagado. Al fondo de esa calle habÃa
un terreno despoblado. Era una parte donde ya no habÃa casas,
solo tierra, algunos arbustos secos y un camino que llevaba
a la carretera grande. A nosotros nos daba curiosidad, pero
aún no nos dejaban meternos ahÃ. DecÃan que era peligroso,
(11:40):
asà que siempre jugábamos del lado contrario. Aún asÃ, esa
noche estábamos un poco más cerca de ese terreno porque
nos pusimos a buscar un balón que se nos habÃa rodado.
Yo estaba inclinándome para levantarlo cuando vi que alguien venÃa
caminando por la calle. Era una niña, una niña que
yo no habÃa visto nunca en la colonia. Lo raro
(12:00):
fue que en cuanto nos vio se ocultó detrás de
un carro, como si le diera miedo acercarse. nos quedamos
quietos uno de mis primos dijo que seguramente estaba perdida
otro dijo que mejor nos metiéramos pero a mà me
dio algo de preocupación porque se veÃa muy chiquita como
de nuestra edad o un poco más pero para estar
(12:21):
esas horas afuera era muy raro recuerdo que le pregunté
si estaba bien y ahà salió de detrás del poste
y desde ese momento supe que habÃa algo raro era
muy claro Miren, yo no era el niño más brillante,
pero sabÃa que su ropa no era normal. TraÃa un
(12:42):
vestido sencillo, pero muy viejo, como esos uniformes de escuela
que ya casi no se usaban. No traÃa mochila ni suéter,
ni nada que indicara que venÃa de una casa cercana.
Sus zapatos le quedaban grandes y estaban limpios, pero el
vestido se veÃa maltratado, como si hubiera pasado mucho tiempo aguardado.
(13:02):
No sé, me acuerdo porque en esa época todas las
niñas usaban ropa muy distinta, y eso no se me olvida.
Lo segundo que notamos fue su cara, no porque se
viera lastimada ni nada dramático, sino porque no hacÃa ninguna expresión.
No sonreÃa, no parecÃa asustada, nada, solo nos miraba. Y
(13:24):
cuando habló, ahà sà comunidad, nos dio miedo. Y es
que su voz no era de niña. Es una voz
muy difÃcil de describir, sonaba como muy delgada pero adulta,
como si una mujer estuviera tratando de hablar como niña
y no pudiera, como si la voz saliera desde muy profundo,
(13:45):
de un lugar que no coincidÃa con el cuerpo que
tenÃamos enfrente, y nos preguntó,¿ Dónde está la carretera? AsÃ,
sin contexto, sin avisar, sin decir que estaba perdida,¿ Dónde
está la carretera?, Yo señalé hacia el terreno despoblado y
(14:06):
le dije que de ese lado si seguÃa derecho la encontrarÃa.
No preguntó más, no nos agradeció, no dijo nada, solo
empezó a caminar en esa dirección, lenta, como si no
supiera mover bien los pies, como si estuviera copiando la
forma de caminar de alguien más. La vimos avanzar hasta
que desapareció entre los árboles secos del terreno. Nos metimos
(14:31):
y recuerdo que cuando llegué a la casa mis papás
me preguntaron por qué iba tan pálido... Les conté lo
que vimos y dijeron que seguramente era una niña de
por ahÃ... Recién llegada... Y ahà quedó... Al menos esa noche...
Porque lo escalofriante viene después... Al dÃa siguiente muy temprano cuando...
Empezaron los comentarios entre los vecinos... Los chismes... DecÃan que
(14:55):
una niña se habÃa escapado de una iglesia que estaba
a unas cuadras... que la tenÃan ahà porque estaba poseÃda,
que la habÃan traÃdo de un pueblo y la estaban
resguardando ahÃ, que estaban esperando unos padres de Roma que
venÃan a revisar su caso, y que no era la
primera vez que trataba de escaparse. Cada versión de cada
vecino tenÃa detalles distintos, pero todas coincidÃan en que habÃa
(15:18):
una niña en esa iglesia y que habÃa algo muy
malo en ella, que se escuchaban los gritos desde afuera.
Cuando escuché eso me dio un vuelco en el estómago,
porque no lo relacioné de inmediato, pero poco a poco
me cayó el veinte. La niña que vimos la noche
anterior estaba yéndose a la carretera. Estaba como alejándose de
(15:41):
la colonia, como si intentara irse lo más lejos posible
de donde estaba la iglesia. Recuerdo que durante mucho tiempo
después de eso ya no jugamos en esa parte de
la calle, ni nosotros ni los demás niños, y no
porque nuestros papás nos lo prohibieran, sino porque todas las noches,
(16:01):
casi a la misma hora, poquito antes de anochecer, se
escuchaban gritos. Pero no eran gritos normales, eran rarÃsimos, sonaban
como de niña pero al mismo tiempo como de alguien mayor,
como si la voz cambiara en medio del grito. HabÃa
(16:24):
noches en que aparecÃa una mujer anciana, otras en que
sonaba como si la voz viniera desde muy lejos, desde
un cuarto enorme o vacÃo. Y tiempo después, cuando hablábamos
de eso, cada quien nos recordaba diferente. Mis primos decÃan
que se escuchaba como si la niña estuviera muy cerca,
como si anduviera entre las casas. Otros vecinos decÃan que
(16:46):
parecÃa venirse hasta el terreno despoblado. Una señora juraba que
la escuchaba arriba, como si fuera un eco en las azoteas.
Yo no sé, lo único que sé es que todos
lo escuchamos, y que todos dejamos de jugar en la
calle por meses. Después de un tiempo los gritos pararon,
(17:07):
dejamos de hablar del tema y se nos olvidó. La
historia se volvió como uno de esos rumores del barrio
que los adultos se cansan de repetir y que los
niños intentan olvidar. Pero todavÃa me acuerdo de la forma
en que caminaba la niña, la que vimos la noche
del escape, y en esa voz, esa voz que no
(17:28):
tenÃa nada que ver con cómo se veÃa. Comunidad, gracias
por llegar hasta este punto del episodio. Les recuerdo que
suscribiéndose a este espacio nos ayudan mucho y ustedes jamás
se van a perder de una nueva entrega. AnÃmense a
ser parte de la mejor comunidad de Internet. Antes de seguir...
(17:52):
Quiero ofrecer una disculpa por el sonido en el episodio
en vivo, el de los espÃritus del Metro Indios Verdes,
que comienza con un fragmento de nuestra participación en la
semana del podcast de Amazon Music. La verdad es que
en vivo se escuchó bien, aunque estaba yo muy, muy enfermo,
pero hubo un problema al subirlo. Como me marcaba que
(18:13):
la música que le pusieron las personas de Amazon tenÃa
derechos de autor, para no bajarlo intenté reemplazar ese sonido
de fondo con una opción que me dio YouTube, pero
lamentablemente esa herramienta está en pruebas todavÃa, no respetó el
volumen de la música de fondo y por eso en
varias partes se escucha más alta que mi voz. Eso
(18:35):
fue por un error al utilizar esa herramienta, pero recuerden
que al minuto 14 se acaba ese fragmento y empieza un
episodio completamente normal. Para que vayan a escucharlo, porque siento
que tenÃa muy, muy buenas historias y hubo mucha gente
que se fue porque pensó que todo iba a ser
asà en vivo y que todo iba a tener el
(18:57):
error terminado. de la música asà que vayan y denle
otra oportunidad a partir del minuto 14 y si no lo
han escuchado pues miren tienen episodio doble para hoy pero
es momento de continuar seguimos con más relatos de la
noche Hola a todos, esto me pasó cuando vivà en Guadalajara,
(19:23):
en el año 2015. Yo tenÃa veintitantos y trabajaba como gerente
en una cafeterÃa del centro. Bueno, más que cafeterÃa, era
una panaderÃa pequeña que vendÃa muy buen café. Era de
esas que tienen horno de piedra, muy tradicional. Mi turno
empezaba a las cinco de la mañana, que era cuando
encendÃamos los hornos, asà que yo tenÃa que salir de
(19:43):
mi departamento a las cuatro en punto todos los dÃas.
VivÃa en un edificio viejo, no muy grande, como los
que construyeron en los setentas. Se veÃa bien por fuera,
pero por dentro empezabas a notar lo antiguo. Pasillos con
mucho eco, focos que se fundÃan seguido, puertas que no
cerraban bien y habÃa que dar el portazo, esas cosas.
(20:06):
Mi departamento estaba en el tercer piso. Justo enfrente del
mÃo estaba el 313, aunque siempre me pareció raro porque en
esa planta habÃa un 301 y un 302. Alguna vez pregunté y
me dijeron que asà estaba la numeración desde que se construyó,
pero nunca me quedó claro por qué, porque solo en
ese piso habÃa ese salto. Era como si el 313 perteneciera
(20:30):
a otro edificio. El caso es que cada madrugada, cuando
salÃa rumbo al trabajo, pasaba lo mismo. Yo cerraba mi
puerta y justo en ese momento, la puerta del 313 se entreabrÃa.
Apenas una rendija, unos centÃmetros, solo lo suficiente para notar
que se abrÃa y nada más. Lo primero que alcancé
(20:51):
a notar fue un mandil azul, de esos como de cocina.
Luego la mano de una señora mayor, arrugada pero firme,
apoyada en la orilla de la puerta. Y luego su voz.«
Buena madrugada, joven. Ya va al trabajo». Siempre igual, siempre
la misma frase, a las cuatro en punto. Yo le
(21:13):
decÃa que sÃ, que iba temprano porque tenÃa que llegar
antes de las cinco. Ella sentÃa aunque casi nunca la
alcanzaba a ver completa, solo la silueta de su cabeza
moviéndose detrás de la puerta. Y entonces me decÃa lo mismo,
yo ya no duermo, si quiere pase por un café,
nomás para que se lleve. pero nunca abrÃa más, nunca
(21:37):
mostraba la cara completa, nunca alcancé a ver el interior,
solo esa rendija, la oscuridad, la silueta de la cabeza,
el pedacito del mantel azul, y un olor a jabón,
un olor fuerte como el de la ropa recién lavada,
pero mezclada con algo viejo, como si ese aroma estuviera
atrapado en un cuarto encerrado por mucho tiempo. Siempre agradecÃa
(22:02):
y le decÃa que no, que llevaba prisa, Y pensaba
que era una señora mayor que vivÃa sola y no dormÃa.
Me daba ternura, la verdad. Pero aún asà nunca acepté
el café. No me sentÃa cómodo entrando a un departamento
que nunca habÃa abierto del todo. Eso duró meses, exactamente igual,
hasta que una madrugada dejó de ser rutina. Esos duró meses,
(22:27):
varias veces a la semana, exactamente igual, hasta una noche
en que estaba lloviznando y hacÃa más frÃo de lo normal.
Yo salà a la tienda y por alguna razón miré
a la puerta del 313. No sabrÃa ni nada, pero... no sé,
sentà algo. Me pareció raro y quizás hasta sentà un
pequeño alivio de que no hubiera nadie ahà en ese momento.
(22:50):
Como si mi cuerpo hubiera estado tenso sin que yo
me diera cuenta. Pero justo cuando iba a bajar las escaleras,
se escuchó un golpe seco adentro del 313. Un golpe seco, fuerte,
muy claro, como si algo muy pesado hubiera caÃdo. Me
regresé corriendo, me acerqué a la puerta y pregunté. Señora,¿
(23:10):
está bien? Silencio. Empecé a tocar a la puerta y
sentÃa todo adentro completamente quieto. Como si no hubiera pasado nada.
No un silencio normal de la noche, sino como si
adentro no estuviera pasando nada. Absolutamente nada. Y fue muy
raro porque por el golpe alguna reacción tenÃa que haber.
(23:35):
Bajé y me fui directo con el portero que dormÃa
en una silla junto a la entrada. Dije que creÃa
que a la señora del 313 le habÃa pasado algo, y
él abrió los ojos apenas y me dijo irritado.¿ Qué señora?
Pues la del 313, la que vive enfrente de mÃ. Le dije.
El portero se me quedó viendo como si le hubiera
(23:57):
dicho una tonterÃa. Ahà no vive nadie. Yo me reÃ
un poco pensando que no me estaba entendiendo. Le expliqué
que me abrÃan todas las madrugadas para despedirme. Lo del café,
lo del mandil, la señora que se asomaba, el café.
Y ahà fue cuando su expresión cambió. Se levantó de
(24:18):
golpe y me dijo, acompáñame, le voy a enseñar algo
pero no toque nada. Subimos. Él sacó un llavero enorme
y buscó una llave oxidada. Cuando abrà el 313 entro primero
y el olor me golpeó de inmediato. No era el
mismo olor a jabón ni a ropa limpia, sino un
(24:40):
olor a polvo encerrado por años, a humedad vieja, a
algo guardado demasiado tiempo. El departamento estaba completamente hecho ruinas,
paredes descarapeladas, manchas de humedad, clóset sin puertas. La cocina
era un cascarón oxidado, la ventana estaba rota y tenÃa
(25:00):
telarañas gruesas de esas que no parecen por abandono de meses,
sino por años, incluso décadas. No habÃa muebles ni sillas
ni ninguna señal de lo que pudo haber provocado el
ruido que escuché. Le dije al portero que eso era imposible,
que yo veÃa a la señora casi diario, que hablábamos,
que me ofreció café y que acababa de escuchar un
(25:22):
golpe fuerte. Le aseguro que el portero se persinó y
me tomó del brazo. No debemos estar aquÃ, me dijo,
y usted no deberÃa ver esto. Yo insistÃ, le dije
que no entendÃa nada, que si él sabÃa algo que
me contara. Pero no dijo nada mientras estábamos ahÃ. Salimos,
(25:46):
cerró bien la puerta y ya hasta que Ãbamos bajando
las escaleras, me volteó a ver y me dijo. Usted
no es el primero. Se detuvo en el descanso y
ahà me contó. Me dijo que hacÃa años, en 2007-2008,
vivÃa una doctora en el mismo departamento donde estaba yo.
(26:07):
Una doctora joven con horarios raros, que a veces salÃa
también de madrugada, cerca de las 4, igual que yo. Y
ella también habÃa escuchado una voz que le hablaba desde ahÃ.
No la de una señora, sino la de un hombre mayor.
Un señor que la saludaba desde detrás de la puerta del 313.
(26:27):
sin abrirla más que una rendija, que le decÃa siempre
lo mismo. Buen dÃa, señorita. Yo ya no duermo, ¿sabe?
Y que también le ofrecÃa café para que se llevara.
Cuando la doctora se quejó de eso, llamaron a mantenimiento
y abrieron el 313 para ver que nadie se hubiera metido.
(26:49):
Estaba justo igual que en ese momento, abandonado, en ruinas,
sin muebles, sin señales de que alguien se escondiera ahÃ.
Hasta pensaron que la doctora la habÃa alucinado, que era
por casi no dormir, o que quizás se tomaba algo
para aguantar sus turnos. Se fue a las pocas semanas,
y nunca explicó por qué. Solo dejó las llaves y
(27:12):
se mudó sin recoger varias cosas. El portero me pidió
que no volviera a mirar esa puerta cuando saliera, que
no respondiera ya si escuchaba algo. Y que no aceptara nada.
Ni café. Ni una conversación. Nada. Yo dejé de irme
de madrugada. Me cambié los horarios. Unos meses después me
(27:37):
fui de Guadalajara. Dejé ese edificio. No puedo decirles que
haya vivido el resto de mi tiempo ahà con miedo,
porque no lo sentÃa durante el dÃa, pero, como les digo,
ya no me iba temprano sabiendo que a las cuatro
de la mañana, si abrÃa mi puerta, podrÃa ver una
rendija en la de enfrente, asomarse a un mandil azul,
(27:58):
con un olor fuerte a jabón saliendo de un departamento abandonado.
Nunca supe quién fue quien vivió realmente en ese departamento,
y ahora solo es un recuerdo. Un recuerdo muy preciso,
sobre todo el de esa frase que aún puedo escuchar.
Yo ya no duermo. Esta historia no es mÃa directamente,
(28:26):
pero es una historia que he escuchado tantas veces desde
que era niño, que siento como si yo también lo
hubiera vivido. Se trata de mi tÃo que en paz descanse.
Él fue trailero durante muchos años y pasaba por la
carretera entre Matehual y Saltillo varias veces al mes. Y
aunque mi tÃo nunca fue de los que creÃan en
cosas raras, lo que le pasó ahà lo dejó marcado
(28:46):
para siempre. Hasta volver a la iglesia después de muchos años,
según me dicen. El camino siempre le pareció tranquilo, sobre
todo comparado con otros que lo ponÃan nervioso, que lo
hacÃan sentir inseguro. Hasta que una noche empezó a notar
algo cuando pasaba por ahÃ. Y es que ya en
varias ocasiones en el mismo punto, en un tramo solitario
(29:07):
donde no hay casas, ni negocios, ni ranchos, ni nada alrededor,
veÃa a una mujer parada a un lado del camino. Parada,
en el mismo lugar, haciendo la misma seña. El pulgar
arriba pidiendo aventón. Mi tÃo nunca llevaba a nadie, no
le gustaba. DecÃa que era peligroso, que no nunca sabe
con quién se subÃa. Pero él juraba que la mujer
(29:29):
no se veÃa agresiva ni nada, ni rara. Es más,
más bien se veÃa como triste, como si no fuera
de por ahà cerca, como si apenas supiera dónde estaba.
La vio asà durante meses, siempre estaba ahà por la noche,
a la hora que él pasaba, siempre de pie, con
el brazo estirado, con el dedo levantado, como esperando exactamente
(29:52):
su camión o algún buen samaritano que le diera aventón.
Y una noche no sabe por qué, mi tÃo decidió detenerse.
Le dio más lástima de lo normal a lo mejor.
Quiso ayudar. Me decÃa que esa noche venÃa tranquilo. La
carga iba en tiempo, no tenÃa sueño. TraÃa música viejita
que le gustaba mucho. Y algo en él dijo, pobre señora,
(30:16):
otra vez aquà sola. Y se frenó. En cuanto se
detuvo se arrepintió de haberlo hecho, pero ya era demasiado
tarde y la mujer no reaccionó al freno. No se
acercó ni bajó la mano, no se movió ni tantito.
SeguÃa con el brazo estirado igualito que cuando él venÃa
a lo lejos, como si no lo viera. Mi tÃo
(30:38):
se bajó del camión para hablarle, para decirle que si
querÃa la podÃa acercar a algún lugar, llevarla al siguiente pueblo.
No lo hizo confiado, lo hizo con precaución, por supuesto,
pero trató de hablar amable. Y fue ahÃ, bajando del camión,
cuando pasó lo primero raro. Su propia sombra, la de
mi tÃo, se alargaba en la carretera. Mucho, una sombra larguÃsima,
(31:03):
como si su cuerpo midiera tres o cuatro metros, como
si los faros del camión hubieran estado en el piso,
estirándole la sombra hacia adelante. Mi tÃo se tuvo un
segundo para verla, para entender por qué se proyectaba asÃ,
pero entonces notó algo más. La mujer no tenÃa sombra, nada,
(31:26):
no proyectaba ni una lina en el asfalto. Y lamentablemente,
él ya habÃa avanzado lo suficiente para estar unos pasos
de ella, casi frente a frente, y ahà pasó lo peor.
Se dio cuenta de que la mujer estaba moviendo la boca, rápido,
como si hablara muy muy a prisa, sin verlo a él,
(31:47):
con la mirada perdida en la carretera, como esperando algo.
Pero él no escuchaba nada, nada, como si la voz
no saliera, como si ella hablara debajo del agua, o
como si estuviera hablando en un cuarto y él estuviera
en otro completamente distinto. Mi tÃo dijo que vio claramente
su mandÃbula moverse, la forma en la que pronunciaba palabras,
(32:09):
el movimiento del cuello, de la barbilla, de los labios,
pero no oyó ni un solo sonido. Ahà sà sintió
algo que nunca habÃa sentido. Corrió al camión, se subió
de un salto y arrancó sin mirar atrás, con el
corazón acelerado, con miedo de ver por los espejos y
más miedo de que la puerta del copiloto se le abriera. Aceleró,
(32:33):
no bajó la velocidad durante kilómetros, no quiso pensar, no
quiso intentar explicarse nada, solo manejar, alejarse lo más que pudiera.
Cuando por fin llegó a Matehuala se detuvo en una
gasolinera y hasta ese momento la adrenalina bajó un poco.
Y aunque trató de convencerse de que habÃa imaginado cosas,
(32:55):
algo no cuadraba. Lo que lo terminó de quebrar fue
lo que descubrió después. En el viaje de vuelta, de dÃa,
al pasar por el mismo tramo, se fijó con cuidado
en el punto exacto donde siempre veÃa a la mujer
por las madrugadas. pero esta vez miró del otro lado
de la carretera, y ahà fue donde se le encogió
(33:17):
el pecho. HabÃa dos cruces, de esas de metal blanco
que ponen cuando alguien muere en un accidente, viejas, oxidadas,
como si llevaran años ahÃ. A él no le gustaba
inventarse historias, asà que mejor preguntó a otros traileros y
agentes de la zona si conocÃan algún accidente por ahÃ,
(33:38):
pero nadie supo decirle nada concreto. Mi tÃo volvió a
ver a la mujer dos veces más, siempre en la madrugada,
siempre en la misma postura y siempre sin sombra, pero
ya nunca volvió a detenerse ni a bajar la velocidad
y apartando la vista cuando pasaba junto a ella. Y
(34:00):
aunque él ya no está aquà para contarlo de nuevo,
yo quiero hacerlo. Quiero que su historia permanezca por mucho tiempo.
Y debo decirles que ese es un tramo de carretera
que yo jamás he manejado de noche. Que descansen. Que
tengan muy buenas noches, comunidad.