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November 3, 2025 46 mins

En este especial de Día de Muertos vamos a hablar de lo bonito… y de lo que casi nadie cuenta. Porque sí, esta es la noche en la que ponemos flores, pan y café para los que ya se fueron. La noche en que les guardamos un lugar en la mesa y les decimos que todavía son parte de la casa.

Pero también es la noche en la que abrimos la puerta, aunque no siempre podamos controlar quién entra.

Hoy vamos a escuchar historias reales de personas que, con toda la intención de honrar a sus muertos, terminaron viviendo algo que las marcó para siempre: altares que se enojan cuando les quitas comida… visitas que no deberían haber probado la ofrenda… niños en la carretera que no deberían estar ahí… y seres que cruzan cuando ya estamos dormidos, incluso cuando lo único que pedimos es ver, una vez más, a alguien que amamos.

Este episodio es un abrazo para quienes extrañan… y también una advertencia para quienes creen que el Día de Muertos es puro color y papel picado.

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Episode Transcript

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Speaker 1 (00:07):
La vecina entró, revisó mi casa. Me convenció de que
todo estaba bien. Le platiqué lo que había visto y
entonces ella le echó un vistazo a mi altar. A
mi altar de muertos. Ah, ahí está el problema, me dijo.
Tu altar, o la forma en que lo hiciste, atrajo
a algo que no son tus muertos. Muy buenas noches

(00:34):
y bienvenidos y bienvenidas a un nuevo especial de Día
de Muertos, esta fecha tan especial para nosotros los mexicanos
en la cual nuestros muertos vienen a visitarnos, a comer
la comida que hemos preparado para ellos, a revisar cómo vamos,
a darnos un abrazo en espíritu. Y es en esta noche,

(00:54):
rodeados de ellos, que traemos para ustedes historias que hablan
de esas tradiciones y que nos demuestran que también, también
puede ser una fecha sumamente aterradora. Si van a aceptar
el portal que se abre en este día, hay que
hacerlo con sumo cuidado. Y esta noche descubrirán por qué.

(01:15):
Apaga la luz y déjate llevar. Ya estás escuchando relatos
de la noche. Hola Uriel y equipo de Relatos de
la Noche. Espero que mi historia llegue a tiempo para
el especial de Día de Muertos. Soy Paulina Licona de Tepoztlán, Morelos,

(01:38):
y la historia que voy a contarle sucedió hace unos 15 años.
En Tepos, el primero de noviembre es una fecha muy bonita.
Allá no se acostumbra a ir al panteón en la noche,
pero sí a que los niños salgan con una chilacayota
tallada con una vela adentro o con calaveras hechas de
carrizo a pedir calaverita. Los vecinos abren sus portones y

(01:59):
normalmente tienen una canasta llena de dulces o fruta. Como
la familia se reúne en la puerta y todos ayudan
a dar calaverita a los niños, también se acostumbra a
poner una fogata en la calle y preparar ponche de
leche o de naranja agria que se ofrece a los papás.
Es muy común quedar con primos y amigos para pedir
calaverita y después reunirse todos en alguna casa. La nuestra

(02:24):
en ese entonces estaba en el barrio de Santo Domingo.
En la entrada había un patio y subiendo unos cuantos
escalones se llegaba a la casa. Como vivíamos cerca del cerro,
siempre teníamos gatos para ahuyentar ratones y bichos, y en
ese entonces teníamos dos chiquitos que eran hermanos. Lo menciono
porque van a ser importantes en esta historia. Al entrar

(02:47):
a casa estaba la sala comedor, donde mi mamá ponía
unos tablones con la ofrenda. Normalmente hacía pozole, arroz con leche,
dulce de camote y mole verde. Lo que ella hacía
era separar una porción de la comida para la ofrenda
y el resto para la cena. Y como no tenía
fotos de todos sus muertos, solía poner velas largas de

(03:07):
cera de campeche y en cada una escribía los nombres
de los difuntos a quienes dedicaba la ofrenda. En fin,
estoy hablando del primero de noviembre de 2008. Mi mamá había
hecho pozole para la familia que llegaría a cenar, pero
ese año llegaron más personas de las que esperaba y
el pozole separado para la cena se terminó. Preocupada porque

(03:31):
todavía había gente sin comer, tomó platos de la ofrenda
y sirvió de ahí. Tomó pozole y también arroz con leche.
Ya avanzada la noche, uno de los gatitos empezó a
actuar de manera muy extraña. Subía a la casa y
bajaba al patio, maullaba desesperado y arañaba las piernas de
quien podía. Yo, extrañada, decidí subir a ver qué era

(03:55):
lo que lo tenía tan inquieto. Cuando llegué a la
sala donde estaba la ofrenda, me di cuenta de que
el otro gatito se había quedado atorado en uno de
los flecos del mantel y se estaba ahorcando. En su
desesperación jalaba más el mantel, enredándose cada vez más. Corrí
y como pude traté de liberarlo, pero entre más lo

(04:15):
intentaba más se enredaba, más se ahorcaba. Tuve que gritarle
a mis primos para que me trajeran unas tijeras y
poder cortar esa parte del mantel. Lo extraño es que,
aunque ese tipo de manteles se usaban siempre en mi casa,
nunca había pasado algo así. Además, no era fácil que
un gatito metiera la cabeza en los espacios entre los nudos.

(04:38):
Piensen en los flecos de los rebozos. Tienen huecos, sí,
pero no tan grandes como para que entre la cabeza
de un gato. En cuanto se vio libre el pobre animalito,
salió disparado a la azotea y ninguno de los dos
gatitos volvió a bajar el resto de la noche. Mis
primos y yo regresamos al patio, todavía sacados de onda

(05:01):
por lo que acababa de pasar, pero seguimos comiendo normal
y platicando. No habían pasado ni 15 minutos cuando uno de
mis tíos gritó, ¡Fuego! ¡Fuego! La ofrenda se estaba quemando.
Una de las velas donde mi mamá había escrito los
nombres de los difuntos se había caído y el mantel

(05:23):
estaba en llamas. Esta vez subieron los adultos y lograron
apagar el fuego a tiempo. Todos estaban muy asustados por
lo que estaba pasando y fue entonces que mi mamá
confesó lo que había hecho. Por consejo de una de
mis tías, subió nuevamente al altar y se disculpó con

(05:43):
los muertos por haber tomado de su comida. Entre todos
regresamos lo que pudimos, lo que no nos habíamos comido
al altar. Esa noche no volvió a pasar nada más,
pero desde entonces en mi casa lo que se coloca
en la ofrenda es sagrado. Nadie lo toca hasta el
día siguiente. Les mando un abrazo comunidad. Me llamo Bernardo,

(06:13):
tengo 33 años y soy ingeniero en sistemas. Y si me
hubieras preguntado hace 5 años que opinaba de lo paranormal, te
habría dicho que no creía en nada de eso. Yo
era el típico que decía, eso tiene una explicación, es
su gestión, fue una sombra, fue un ruido del edificio.
Ya saben, si ustedes no lo son seguro que conocen

(06:36):
a alguien así. Pero también te voy a decir algo,
después de lo que me pasó esa noche de día
de muertos en mi departamento, ya no vuelvo a decir
que todo tiene explicación. Yo rentaba un apartamento muy bonito
en el centro, aunque desde este abril pasado ya no
vivo ahí. Era en uno de esos edificios viejos que

(06:58):
antes era una sola casa enorme, de las antiguas con
patio central, y de las que luego fueron partiendo en
cuartos y cuartos hasta que cada quien tenía su mini departamento.
Pisos de madera, las puertas de antes que pasan muchísimo,
techos muy altos y ventanas grandes que dan a la calle.
Era un lugar bonito, la verdad muy bonito, nada más

(07:21):
que también era muy ruidoso y muy viejo, y en
la noche todo se escuchaba más. Yo llegué ahí porque
estaba barato en ese momento, básicamente. Lo agarré como de
emergencia cuando me quedé sin roomie y sin chamba al
mismo tiempo, y ahí me quedé. A lugares se le
habían ido la mayoría de los inquilinos por la pandemia,

(07:41):
y estaba a la mitad del precio, así que aproveché,
y me terminé acostumbrando. A los camiones pasando, al sonido
de tacones cuando subían las vecinas... Hasta las peleas de
la pareja del 2B, que todas las noches se gritaban
que ya iban a cortar, pero nunca cortaban. Quiero aclarar
esto porque es importante para todo lo que voy a contar.

(08:04):
Yo pasé ahí mi primer día de muerto solo. Nunca
había pasado más así. Siempre lo hacía con mi mamá,
porque mi papá murió cuando yo tenía 16 y desde ese
entonces era como, no sé, como algo obligatorio. No obligatorio
de tienes que hacerlo porque si no se enoja tu mamá,
sino obligatorio emocional. Era lo que se hacía en mi casa.

(08:28):
Mi mamá compraba pan, ponía café, papel picado, velas, las
flores y sobre todo las fotos. Mi papá enmarcado, los
abuelos de cada lado y también un tío que yo
ni conocí pero que también se le recordaba, decía mi mamá.
Pero ese año fue pandemia. ya saben y mi mamá

(08:49):
es población de riesgo y estábamos en ese momento en
que todos vivíamos traumados todavía que nadie quería entrar a
casa de nadie que se limpiaba todo con alcohol que
se desinfectaba que dejar la comida en la puerta era
ya como visitar Y por eso yo le dije que
mejor no iba, que le hablaba por videollamada y ya. Entonces,

(09:12):
como digo, fue mi primer día de muerto solo. Por
eso yo no estaba pensando en hacer altar ni nada.
Para mí, sinceramente, era un lunes más y ya. Pero
cuando entró la tarde empecé a sentirme raro. No triste triste,
pero sí como vacío. Supongo que cualquiera que haya pasado

(09:32):
su primera fecha importante solo me va a entender. Ese
tipo de silencio que no te gusta. Y dije, bueno,
voy a poner algo aunque sea simbólico. No lo pensé mucho.
No fue una cosa de tradición ni respeto ni nada así.
Fue más automático que nada. Como cuando haces algo porque
lo viste toda tu vida y lo repites. Agarré la

(09:56):
mesita baja que tenía junto a la sala, la arrimé
a la pared, dejé una servilleta limpia como mantel y
puse ahí una veladora chiquita que tenía. Fui a la cocina,
serví un poquito de café en una taza y calenté
unas quesadillas que me habían sobrado de la noche anterior.
También agarré un pan dulce que había comprado en la
mañana y lo puse todo ahí. Pero creo que aquí

(10:18):
viene lo importante. No puse fotos. Yo tenía fotos de
mi papá y de mis abuelos, pero en el teléfono
nada más. En el momento, te lo juro, no se
me hizo necesario. Dije, pues ellos saben quiénes son. Y
fue así de tonto, así de simple. Fue como, esto

(10:39):
es para ustedes y ya. Pero sin pensar de verdad
que alguien iba a venir en serio a visitarme. Y
otra cosa que también puede ser importante es que tampoco
puse flores. No había comprados empazúchil ni nada porque ni
siquiera estaba planeado, como les dije. Era una cosa improvisada.
Sin el color, sin el olor. Nada más la comida,

(11:01):
la bebida y la velita prendida. Eso fue todo. Esa
noche me dormí tarde porque me quedé en la computadora.
Trabajo a distancia y en pandemia trabajábamos más en la
madrugada que en el día. Entonces yo tenía ese horario
horrible de estar despierto hasta las 2, 3 de la mañana, y
esa vez me acosté como a las 2 y media. No

(11:24):
cerré la puerta de mi cuarto, nunca lo hacía, era
de las delicias de vivir solo. Y aquí empieza lo raro.
Yo empecé a soñar, y el sueño al principio no
parecía pesadilla, era como cuando estás medio dormido pero todavía
escuchas la calle a lo lejos. En mi sueño alcanzaba

(11:45):
a ver la sala, viéndose la ventana grande que daba
a la calle, y había algo afuera de la ventana,
no pegado al vidrio sino un poquito atrás, como parado
en la banqueta, viéndome desde abajo, algo negro, no negro
de color de piel, no negro como cuando ves a

(12:08):
una persona pero solo ves la silueta y nada más.
Pero se distinguía que era alguien. Alguien alto, como encorvado.
Como colgado hacia adelante. Y en mis sueños yo sentía
que esa cosa estaba viendo hacia adentro. No hacia mí.
Hacia el altar. Lo sé que parece muy específico, pero

(12:31):
quiero dejarlo claro. No era alguien intentando meterse a robar.
No era una sombra casual. Era algo viendo el altar.
como un niño que se asoma a la mesa en
una fiesta para ver qué hay de comer. Y luego
en el sueño, esa cosa dio unos pasos muy lentos
hacia la ventana, pero en lugar de quedarse ahí, era

(12:55):
como si de alguna forma ya hubiera estado dentro, como
que la siguiente imagen ya lo ponía dentro del departamento,
en un paso, y luego agachado frente al altar. agazapado,
con el cuerpo como doblado, como si las piernas no
le funcionaran bien y estuviera así en cuatro puntos, pero

(13:17):
tampoco completamente en cuatro patas, como alguien que no sabe
si es humano o animal. Esa postura tan extraña es
lo que más recuerdo. Y ahí fue cuando empecé a
oír otra cosa. Yo estaba soñando, pero escuché un sonido real,
como algo húmedo, algo comiendo, no masticando como una persona normal,

(13:42):
sino como cuando un perro mete la cara al plato
y nada más escuchas el jac, jac, jac, ese ruido
desesperado que no respira, que solo está tragando, ese ruido,
y ahí desperté. No abrí los ojos de inmediato. Fue

(14:04):
como cuando despiertas y no sabes todavía dónde estás. Pero
seguí escuchando el sonido. Y en ese momento mi cerebro
hizo la conexión. Ese ruido no estaba en mi sueño.
Ese ruido se había metido a él. Ese ruido estaba
en la sala. Yo seguía acostado unos segundos sin moverme.

(14:26):
Lo escuchaba clarito. Era alguien tragando, no comiendo normal, tragando,
como si tuviera mucha hambre, como si llevara días sin
comer y le hubieran dejado un plato en el suelo.
Lo primero que pensé, y esto es muy lógico en
un edificio viejo del centro, fue... Se metió alguien. Y
me enojé. No me asusté, me enojé. Porque pensé que

(14:50):
era alguien del mismo edificio que se había metido a
robar comida o qué sé yo. Porque además, pandemia. O sea,
ya traíamos el miedo de que cualquiera podía traer el bicho, ¿sabes?
Y yo no quería ni siquiera acercarme a alguien desconocido.
Mi cuarto estaba casi oscuro. Nada más entraba un poquito
de luz naranja de la calle por la ventana del pasillo.

(15:13):
Esa luz de los focos viejos que hay afuera. Yo
no prendí la luz de la recámara porque pensé, si
la prendo lo voy a asustar. Iba a correr y
capaz me brinca o algo. Y yo no soy peleonero.
No iba a pelear con nadie a las tres de
la mañana. Lo que hice fue levantarme despacio y caminar
hacia la puerta de mi cuarto. Y aquí sí sentí miedo.

(15:37):
No miedo de fantasma, miedo físico, porque cuando tomé la
manija sentí que me temblaba la mano y pensé, si
hay alguien ahí,¿ qué tal si trae algo, un cuchillo,
una navaja?¿ Qué voy a hacer? Pero ya estaba ahí
y el ruido seguía, tragando, tragando como animal. Abrí la

(16:00):
puerta de mi cuarto muy despacito, lo justo para sonar
medio cuerpo, y me quedé parado ahí, todavía adentro, sin
salir al pasillo. No prendí ninguna luz, nada más dejé
que entrara la luz que venía de afuera por la
ventana grande de la sala, y lo vi, yo sé
lo que vi. Estaba frente al altar, frente a mi

(16:23):
altar improvisado, que ni era altar ni nada, y estaba agachado,
como encogido sobre sí mismo, con la espalda como jorobada,
con las piernas dobladas raro, casi al revés, como si
no supiera bien cómo acomodarse. Tenía las manos sobre la
mesa baja y estaba metiéndose la comida a la boca,

(16:44):
no agarrando con los dedos y llevándosela a la boca, no, metiéndosela,
como empujándola, como embarrándose las quesadillas en la cara. Y
digo cara, pero la verdad es que no puedo decir
que lo que vi tenía una cara normal. Le vi
la forma de la cabeza, sí, le vi una oreja
medio colgando y la piel... Esa sí la recuerdo. La

(17:07):
piel se veía mal, como pellejos, como carne que ya
no está bien pegada, como cuando ves pollo hervido y
se empieza a abrir en fibras. Perdón por la imagen,
pero es lo único que se parece. Se escuchaba claramente
que respiraba por la boca como una persona enferma, una
respiración fea con silbido, y cada tanto hacía un ruido bajito,

(17:30):
como un gruñido de molestia. No de amenaza, más como desesperación.
Yo me quedé congelado. Ahí sí me dio miedo, y
miedo de verdad. Pero no era una persona normal y
tampoco era un animal. No había manera de que lo fuera.
Literalmente sentado frente a la mesa, con las manos sobre ella,

(17:52):
con postura humana. Eso es lo que más miedo me dio.
La postura casi humana. Y entonces sin que yo hiciera ruido,
esa cosa paró de comer. Se quedó quieta como si
se hubiera dado cuenta que la veía y muy, muy
despacio levantó la cabeza. Yo no sé cómo explicarte los ojos.

(18:17):
No tenían brillo. No parecían ojos normales con pupila y reflejo.
Eran blancos por completo, como leche, como cataratas, pero abiertos
por un momento directo hacia mí. Yo ahí sí hice ruido,
me salió el aire como un ¡ah! así chiquito, pero

(18:37):
se escuchó en todo el departamento, y en cuanto se escuchó,
eso se paró de golpe, pero de una forma que
no es normal, no como cuando tú te paras apoyando
manos en rodillas para agarrar fuerza, no, fue como un brinco,
como un tirón, como si su cuerpo no pesara y
se movió. Y cuando digo se movió, no me refiero

(18:59):
a que corrió hacia mí, se movió hacia el pasillo
que daba la cocina, como si supiera perfectamente dónde estaba
la salida del departamento. Pero al mismo tiempo parecía que
no caminaba bien, se iba como de lado, como arrastrando
un pie, como si le colgara algo. Yo me eché
atrás instintivamente, cerré la puerta de mi cuarto y ahí

(19:22):
sí puse el seguro. Y ahí, ahora sí, me entró
el terror que te tumba porque pensé, eso está en
mi casa y va a intentar meterse al cuarto. Y
fue cuando agarré el celular y marqué primero la administración
del edificio. No marqué al 911, marqué con la señora de
la entrada, que vive en el primer piso, la que

(19:44):
nos cobra la renta y todo eso. Se llama Doña
Estela y, pues, tenía tanto miedo que a ella le hablé.
A ella le hablé a las tres y cacho de
la mañana para que fuera. Imagínense, hablarle a una viejita
para que te defienda. Tardó en contestar, obviamente, pero le dije,«
Hay alguien adentro, hay alguien aquí, por favor suba con

(20:07):
su esposo». El oscuro nunca había estado tan al borde
de llorar como en ese momento porque yo seguía escuchando
los ruidos, pero ya no eran ruidos de algo comiendo,
eran como golpecitos en la cocina, como si algo tocara
las paredes buscando por donde salir. A los dos minutos

(20:27):
escuché pasos en el pasillo del edificio y golpes en
mi puerta, pero golpes de gente normal. Me pidieron que abriera,
y fui a abrir corriendo. Entraron doña Estela y su
esposo con una lámpara de mano de esas viejas grandotas
y un revólver más viejo aún, y también salió el
vecino de al lado, que en ese entonces era un

(20:48):
señor mayor, ya grande que casi no dormía nada, que
siempre estaba despierto fumando en el balcón. Los tres entraron
a mi sala conmigo, y aquí viene lo que siempre
me preguntan cuando cuento esto.¿ Qué encontraron? Nada. No encontramos nada.

(21:08):
Prendimos todas las luces, revisamos la sala, la cocina, el baño, nada.
Y yo les juro que esa cosa tuvo que haber
salido por la cocina porque hacia mi cuarto no vino.
Pero la puerta de salida del pasillo estaba cerrada por
dentro con seguro y las ventanas estaban cerradas porque hacía frío. Entonces,
según ellos, ahí no había nadie. Y sí, en ese

(21:31):
momento ya te empiezas a sentir un poco loco. te
empiezas a imaginar que en realidad no viste nada, que
solo estaba en tu mente. Yo estaba temblando, me sudaban
las manos, y el vecino, el señor grande, me dijo,«¿
Pues qué viste?». Y ahí le expliqué todo, todo se

(21:52):
lo describí. Bueno, no como te lo estoy contando a
ti con tanto detalle ahora, pero sí les dije que
parecía una persona que estaba tragando la comida del altar.
Que la piel estaba fea, que me volteó a ver
con unos ojos blancos, y cuando dije eso, que me
vio con los ojos blancos, doña Estela nada más se

(22:12):
me quedó viendo, no se burló. estás loco ni nada
se me quedó viendo muy seria y fue ella la
que me preguntó pusiste fotos en el altar y yo
le dije que no le dije que pues pensé que
no importaba y ella me dijo algo que me dejó

(22:33):
helado así con toda calma como si estuviera explicándome algo
que cualquier niño debería saber No vuelvas a ponerles comidas
y no vas a poner fotos. No se hace eso.
Si pones comida sin foto, sin nombre, sin flores, estás
diciendo a cualquiera, ven. Y cualquiera puede venir. El que

(22:54):
esté más cerca. El que todavía se acuerde de que
quiere comer. Y muchas veces no es tu gente la
que llega. A veces son los otros. Yo pensé que
estaba hablando como en sentido figurado, ya sabes, otro espíritu,
otro muertito o algo así, pero ella siguió explicándome. Hay

(23:16):
muertos que ya no se acuerdan quiénes eran, porque nadie
los llama, nadie les pone nada, y si les dejas
algo lo agarran como animales, como si se los fueran
a quitar. Cuando dijo como animales me dio un vuelco
en el estómago. porque fue exactamente en la manera en
que eso estaba comiendo lo que dejé, igualito. Ella me

(23:38):
dijo que el altar no es nada más para poner comida,
que la flor de cempasúchil es también para que no
se metan los que no son, que no se acerquen,
y que la foto es para eso mismo, para que
vengan los tuyos, así dijo, los tuyos, y que si
no pones fotografía, dejas la puerta abierta para cualquiera que

(24:00):
esté pasando. Y esa frase, cualquiera que esté pasando, no
la voy a olvidar. Nos quedamos como un mar sentados
ahí platicando en la sala con las luces prendidas. Y
yo lo agradecí. Seguía como en shock. Doña Estela me
hizo un café en mi propia cafetera. Su esposo fue

(24:20):
y bajó por un manojo de flores que traía secas
de otro altar que tenían ellos abajo. Flores de cempasúchil
ya medio marchitas. Y me las puso ahí junto a
la taza y el plato. Como si eso sirviera de
algo esa misma noche. Yo no dije nada. Estaba callado.
Nada más escuchando Y antes de irse ella me dijo

(24:41):
Mañana sacas esa comida y limpias bien Y el próximo
año si lo vas a hacer Lo haces bien Si no,
no lo hagas Yo le dije que sí, y lo cumplí.
El siguiente día de muertos fui a ver a mi mamá,
ya cuando se pudo. Y desde ese año, cada vez
que pongo altar, siempre pongo las fotos. Las fotos es

(25:05):
lo primero. Mi papá al centro, mis abuelos a los lados,
y hasta mi tío que no conocí. Y flores. Aunque
sea una flor chiquita que compré afuera en el metro,
pero siempre pongo flores. Siempre. Nunca dejo el plato solo.
nunca más. Gracias por llegar hasta este punto del episodio,

(25:32):
si lo han hecho es momento de verificar que ya
estés suscrito, que seas miembro de la comunidad y que
jamás te pierdas de una nueva entrega de relatos de
la noche. Antes de continuar con la segunda mitad de
este especial de día de muertos, les recuerdo que mi
libro ya está disponible en Chile y en España. Estamos
muy muy contentos por eso, porque aunque son tiradas pequeñas,

(25:55):
son pocos ejemplares, es un gusto enorme que por allá
también puedan llevar a casa un pedacito de Relatos de
la Noche, un pedacito de México. Si ya lo encontraron,
síganme etiquetando por favor para compartirlo con toda la comunidad.
En la descripción les dejo los enlaces para que lo encuentren.
Aún hay en México, aunque me dicen ya casi no

(26:18):
quedan en librerías. Si lo encuentran, pues tuvieron suerte. Y
si no, también hay un enlace para los que quedan
en línea. Continuamos con este episodio especial. Y además de
abrazar a toda la gente mexicana por aquí y en
Estados Unidos que estén celebrando el Día de Muertos, les
invito a todos los que nos escuchan, sin importar su nacionalidad,

(26:41):
sus costumbres, A dedicarle hoy un ratito a recordar a
sus muertos. A entregarse a la nostalgia. A recordar lo bonito.
A mandarles un abrazo y un beso a donde quiera
que estén. A charlar con ellos si es necesario. Aunque
regularmente no lo hagan, hoy dénse la oportunidad de creer.

(27:03):
Siga escuchando relatos de la noche. Hola comunidad, mi nombre
es Fernanda F. Desde hace mucho tiempo he querido compartir
algunas historias con ustedes, porque no sé qué tiene mi familia,
pero hemos tenido bastantes encuentros con lo paranormal. Aunque esta

(27:26):
historia en específico no es nuestra. Decidí omitir los nombres
por si los verdaderos protagonistas del relato llegan a escucharla
algún día. Más adelante les compartiré los sucesos que nos
han pasado a nosotros, pero ojalá por ahora que disfruten
de esta historia. Hace unos 20 años, en una reunión de
Día de Muertos que tuvo mi hermano con su grupo

(27:48):
de clases de inglés, organizaron una fogata para contar historias.
Cada quien compartía sus experiencias, pero hubo una en particular,
una muchacha, que se mostró muy nerviosa al hablar. Estaba
junto a su hermano. Les dijo,« No sé si nos
vayan a creer». Pero lo contamos porque nos recomendaron que

(28:10):
no nos quedemos con esto dentro. Así empezó su historia.
Le ocurrió a toda la familia, a los padres y
a los dos hijos. Todo ocurrió en Zapotitlán, Tlahuac, un
pueblito que todavía conserva muchas costumbres. Una de ellas es
la Misa de Resurrección o Misa de Gallo, que se
hace en Semana Santa a medianoche, justo cuando se abre

(28:33):
la Gloria. La misa terminó como a la una de
la mañana. La familia llevaba consigo un frasco con agua
bendita que el padre les había dado. Se apresuraron a
regresar a casa. El trayecto no era largo. Debían pasar
por la calle del mercado, bajar unas cuadras y tomar
la avenida Tláhuac. No tardarían más de diez minutos. Pero

(28:55):
al incorporarse a la avenida, vieron a una niña caminando
sola por la orilla. Cabello lacio, largo, de vestidito blanco.
La mamá se preocupó al notar que a pocos metros
había una base de taxis con varios hombres y le
dijo a su esposo...— Oye, mira, la niña va solita.¿
No se le habrá salido a sus papás?— No lo sé,

(29:19):
pero va directo a la base— le respondió.— Hay que
llevarla a su casa mejor, si no, no voy a
estar tranquila. Ándale, date vuelta, mi amor. El papá se
dio la vuelta lo más rápido que pudo. Pasaron apenas
unos segundos y la niña ya estaba mucho más lejos.
La alcanzaron, se detuvieron frente a ella y la niña

(29:41):
dejó de caminar.« Mija, ya es muy tarde para que
andes sola.¿ Dónde vives?», preguntó la mamá. La niña con
la cabeza agachada alzó la mano y señaló hacia la
calle del mercado.« Ven, hija, súbete. Te llevamos nosotros», le dijo.
Desde que se acercaron, el perrito de la familia comenzó

(30:03):
a ladrar sin parar, muy desesperado, como si tuviera miedo
y a la vez estuviera listo para atacar. Los hijos
atrás abrieron la puerta para que la niña subiera. La
hija tuvo que sujetar al perro porque no dejaba de
intentar lanzarse hacia la niña. Durante el camino, la niña
no decía una sola palabra. Cuando le preguntaban hacia dónde,

(30:27):
solo levantaba la mano señalando, emitiendo un murmullo, como si
pidiera que siguieran adelante. Pasaron cinco minutos. La mamá seguía alterada,
nerviosa sobre todo por los ladridos del perro, y le dijo,«
A ver, vente, hija, porque este perro te va a morder.
No sé qué le pasa, él no es así». El

(30:49):
papá se orilló para que la niña pasara al asiento delantero.
La madre se recorrió para hacerle espacio y el perro
no se calmaba. Diez minutos después, cuando le preguntaron si
se acercaban ya a donde iba, la niña solo seguía
levantando el dedito, señalándose adelante, pero estaban a punto de

(31:10):
llegar al canal, una zona peligrosa, oscura, y ahí el
papá decidió detenerse.« Oye, hija,¿ falta mucho para llegar?». La
niña apenas movía la cabeza negando.« Es que ya no
podemos seguir adelante. Te vamos a tener que dejar aquí»,
le dijo él. La niña volvió a negar con la cabeza.

(31:33):
El perro ladraba con desesperación. Los hijos empezaron a sentirse
muy nerviosos. La mamá se giró para abrir la puerta
y la niña la volteó a ver. Ahí, cuando se
descubrió la cara, vio lo que describe como un rostro gris,
con los ojos negros sin brillo, la piel seca como

(31:56):
si estuviera muerta, como si llevaran consigo un cadáver. El
carro se llenó de gritos, el perro se lanzó contra
ella y la niña no se movía. La mamá tomó
el bote de agua bendita y lo roció hacia ella
y fue en ese momento cuando la niña riéndose se
salió del coche. Juan dio vuelta y aceleró. La niña

(32:17):
ya no estaba, ya no se veía por el retrovisor.
Solo se escuchaban muchos perros ladrándolo lejos. El trayecto de
regreso que normalmente tomaba diez minutos lo hicieron en cinco, llorando, gritando, rezando,
con los padres intentando calmar a los niños aunque ellos
mismos iban muertos de miedo como nunca antes. Cuando llegaron

(32:42):
a casa casi se bañaron con agua bendita, rezaron juntos
y durmieron todos en la misma cama, hasta el perro.
La familia pasó meses sin dormir bien, con el mismo
miedo en el rostro cuando recordaban lo que les pasó.
Tiempo después, cuando se atrevieron a compartir la historia, como

(33:02):
les recomendó un psicólogo que fueron a ver todos juntos,
un conocido les dijo que hace unos 30 años una niña
viajaba en combi con su abuelo. La bajaron en el
carril de alta velocidad. Al abrir la puerta saltó y
un camión la atropelló, muriendo al instante. Es un caso
muy conocido entre los vecinos viejos del lugar, porque muchos

(33:26):
pudieron verla, ahí en el camino, todas las horas que
tardaron en ir a recogerla, todas las horas que el
abuelo lloró junto a su cuerpo. La familia cree que
es la misma niña que vieron, la del camino. Aunque
poca gente la ha visto realmente, Muchos dicen que al

(33:46):
pasar cerca del deportivo donde la vieron, los columpios se
mueven solos, aunque no haya el más mínimo viento. Hola comunidad,
soy Paula Fabián. Llevo varios años escuchando el programa y

(34:07):
debo decir que soy muy fan del trabajo de Uriel.
Me gusta mucho la manera en la que le da
vida a nuestros relatos. La historia que voy a contar
me sucedió hace algunos años. Para ser exacta, todo inició
el 2 de noviembre de 2019. Me estaba listando para salir cuando
mi mamá me pidió que la acompañara al panteón a
visitar a nuestros familiares. Yo accedí, y la condición de

(34:31):
mi mamá fue que me tapara muy bien la cabeza,
pues acababa de bañarme y me dijo que me podía
entrar aire. Llegamos al panteón y en cuanto bajé del
carro me empezó a doler la cabeza. Era un dolor
horrible en las sienes. En cuanto se lo dije a
mi mamá me regañó, pues ya me había advertido que
me tapara bien. Me dio una mascada para cubrirme y

(34:53):
en cuanto lo hice el dolor desapareció. No tuve ninguna
otra molestia en todo el rato que estuvimos ahí. Y
ese día todo transcurrió normal, hasta la noche. Y es
que desde esa misma noche empecé a tener pesadillas. Debo
decir que desde que tengo memoria nunca he podido dormir
boca arriba, porque siempre sueño feo. Por eso mi posición

(35:17):
para dormir siempre ha sido de lado, en posición fetal.
La primera noche soñé que mi familia y a mí
nos asaltaban de forma violenta. Me desperté agitada y muy espantada,
pero no le di importancia. Me volví a dormir y
por la mañana se lo platiqué a mi mamá. La
segunda noche soñé que tenía un accidente automovilístico en el

(35:38):
que solo iba yo manejando. Cabe mencionar que yo no
tengo coche, ni siquiera manejo. La tercera noche fue una
de las peores. Estaba en un lugar oscuro y al
fondo había algo en el piso, como un bulto. A
mi izquierda había alguien, o algo, pero era grande, como

(35:58):
una sombra completamente negra. Me señaló hacia el bulto, como
si me pidiera que fuera a ver qué era, y
así lo hice. Me acerqué y vi que en el
piso había una mujer tirada, con el cabello cubriéndole la cara.
Me agaché para apartárselo y me di cuenta de que

(36:18):
era yo, yo misma con el rostro lleno de sangre.
Verme ahí tirada ha sido una de las peores sensaciones
que he tenido. Aunque sé que fue un sueño, se
sintió demasiado real. A la mañana siguiente se lo conté
a mi mamá. Me dijo que no le diera tanta importancia,
pero eso no me tranquilizó. Esa noche ya no quería dormir,

(36:43):
porque temía volver a soñar algo peor. Los sueños estaban
volviendo cada vez más intensos. Y la pesadilla de esa
noche fue la gota que derramó el vaso. Soñé que
estaba acostada en una cama de piedra. Era el atardecer
cuando tres mujeres se acercaron a mí. Venían de mi
lado izquierdo. Una de ellas se inclinó y con la

(37:05):
voz más dulce y tierna que he escuchado me habló.« Ven,
ven conmigo. Conmigo estarás bien». Esa voz, esa maldita voz,
aún la recuerdo a la perfección. Era una voz que
te daba calma, que te hacía sentir segura. La mujer

(37:29):
seguía hablándome de forma dulce cuando de pronto otra voz
me habló, pero esta vez del lado derecho.«¡ No te vayas!¡
No te vayas con ella!¡ Quédate conmigo!» Me gritaba desesperada.
Recuerdo perfectamente cómo me pedía que no me fuera. La
voz angelical seguía hablándome mientras me tomaba de la mano.

(37:51):
La otra me gritaba que no le hiciera caso. No
sé cómo reaccioné, pero quité mi mano de la de
aquella mujer y le grité que no estaba lista. Ella
se enfureció y junto con las otras dos se fueron
volando hacia arriba, hacia el cielo. Ya sé que pensarán
que mi sueño fue exagerado, muy loco, pero cuando desperté,

(38:13):
agitada y espantada, lo único que pensaba era que no
quería morirme. Esa mañana llorando le dije a mi mamá
que no me quería morir. Estaba completamente espantada. Ella me
dijo que me llevaría con una señora de esas que
curan espantos, pero que tendríamos que esperar al sábado. Llevaba

(38:34):
cinco noches con pesadillas, cinco noches sufriendo cuando debería estar descansando,
y esa noche, esa maldita noche fue la peor de
mi vida. Aún no sé si fue real o si
fue una pesadilla más. Voy a describir cómo era mi cuarto.
Era pequeño, solo que había una cama individual con unos 50

(38:55):
centímetros de espacio a los lados, muy largo como un rectángulo.
No tenía ventanas y era extremadamente oscuro. Estaba en la
parte baja de la casa donde antes había un patio.
Mi cámara de fierro alta y debajo guardaba una caja
de plástico con zapatos que ya no usaba. Eran entre
las 3.15 y las 3.40 de la madrugada. Durmí en posición fetal

(39:19):
cuando sentí el cuerpo muy pesado. Sentí que alguien estaba
encima de mí, y debajo de mi cama se oía
algo moviéndose. Alguien estaba empujando la caja que tenía allá
abajo de un lado a otro. Se escuchaban risas, risas
como de niños. Cuando pude notar que era lo que
estaba encima de mí, vi a una mujer de cabello

(39:42):
largo y negro, con los ojos completamente oscuros. Sonreía con
un aliento espantoso, mostrándome unos dientes podridos. Yo en mi
parálisis lloraba e intentaba gritar, pero no podía. Lo que
estaba encima de mí me agarraba la cara con esas
manos asquerosas, uñas largas y sucias. Me acariciaba mientras se burlaba.

(40:06):
Luego se llevó el dedo índice a la boca en
señal de que me callara. Fue lo único que pude escuchar,
mientras lo que estuviera debajo de la cama seguía moviendo
la caja. comunidad. Sé que esto no me lo van
a creer, pero es real. Recordarlo me hace volver a

(40:27):
sentir su mano sobre mi cara, su peso sobre mí.
Yo gritaba, pedía ayuda. Le gritaba a mi mamá, pero
su cuarto estaba en el segundo piso y yo dormía abajo.
Nadie me escuchó. Cuando por fin pude moverme sentí un
sueño muy pesado. No podía abrir los ojos y al
cerrarlos ella seguía ahí. Esa mujer seguía en mis sueños.

(40:51):
Pero al final pude dormir. A la mañana siguiente le
conté todo a mi mamá. Tal vez seguía sin creerme
pero yo le suplicaba que me ayudara. Ese día una
prima fue de visita a la casa. Cuando todos estábamos
en el comedor, ella se quedó en la sala tomándose fotos.

(41:11):
En una de ellas apareció algo que nos heló la sangre.
Claramente se veía una niña atrás de ella. No una silueta.
No una transparencia. Una niña. Una niña que nadie sabía
quién era o qué hacía ahí. No había ninguna niña
en ese entonces en la casa. Y solo así mi
mamá me creyó. Al día siguiente me llevó con la

(41:35):
señora que nos recomendaron. Cuando llegamos le conté todo. Desde
el día en que fuimos al panteón. Ella me dijo
que me había llevado algo, algo que no era nada bueno,
que era algo que me estaba robando la energía y
provocando pesadillas. Al ver la foto de mi prima, me
aseguró que había que sacar a ese ente de la casa,
que ya era demasiado fuerte, y que no descansaría hasta

(41:59):
llevarme con él. La señora me dio una serie de
baños con plantas y rezos, los cuales voy a escribir,
pero puedes omitir si así lo deseas, Uriel, para no
dar instrucciones que la gente pudiera seguir sin saber para
qué son. Solo así, poco a poco... Las primeras noches

(42:19):
todavía soñaba feo, incluso tuve una parálisis más, pero al
menos esa mujer, ese ente, ya no estaba. Me han
pasado más cosas paranormales después de ese episodio, pero ninguna
tan fuerte como aquella vez que sin querer me traje
algo del panteón el día de muertos. Muchas gracias por leerme.

(42:45):
Hola Uriel y comunidad de relatos de la noche. Hoy
te envío esta historia en memoria de mi gran compañera
de vida, mi perrita London, que falleció hace ya cinco meses.
Me encantaría inmortalizar esta historia y poder escucharla en tu
voz cada que la nostalgia me invada, además de que
creo que es perfecta para contarse en esta época del año.
Hoy que London ya no está aquí, puedo decirte que

(43:08):
en toda su vida jamás ladró por la noche. No
importaba que todos los perros de afuera estuvieran en tremenda plática,
una vez que ella se metía a la cama dormía.
Pero un 2 de noviembre eso fue distinto. Ocurrió en Oaxaca.
Debo decirte que amo el Día de Muertos, y con
tanta inspiración estando allá, decidí poner mi ofrenda, sin imaginar

(43:29):
lo que sucedería después. Y todo empezó con un sueño.
El lugar donde vivía cuando pasó esto era pequeño. El
cuarto tenía una ventana hecha de vidrio traslúcido, como esos
cubos que se usan en los tragaluces. Esa ventana daba
a la cocina, seguida de la cocina estaba el comedor,
y enseguida la sala. Ahí en la sala fue donde

(43:52):
puse la ofrenda. En el sueño yo estaba acostada y
despertaba porque se oían muchos ruidos, voces, como si afuera
de mi cuarto hubiera una fiesta, cosa que no podía hacer,
pero dadas las fechas se me cruzó por la mente
que quizás teníamos visitas del más allá. Me quedé en
la cama escuchando, pasaban los minutos entre voces y sombras

(44:14):
y aunque no sentía miedo sí estaba impresionada. Eso cambió
cuando alguien atravesó la puerta. Ya no era alguien con
forma humana. Era una sombra alargada, como si llevara una
túnica parada justo frente a la puerta, frente a mí,
como intrigada. En ese momento sí sentí miedo, pero seguí

(44:36):
quieta sin moverme, solo observando. De pronto la sombra empezó
a caminar hacia la cama. Recuerdo perfectamente que en el
sueño mi perrita estaba acostada a la altura de mis rodillas.
La sombra se detuvo a los pies de la cama
y seguía avanzando hacia nosotras. Cuando estaba a punto de
llegar hasta donde estaba London, por reflejo moví mi brazo

(44:58):
para jalarla, para apartarla de ella, y justo cuando mi
mano estaba por tocarla, me desperté de golpe. Mi perra
estaba ladrando furiosa, y lo más extraño es que todo
estaba igual que en mi sueño. La posición, mi brazo
sobre ella, y London mirando exactamente hacia donde, en el sueño,
se encontraba esa sombra. Estaba completamente erizada y ladraba furiosa,

(45:24):
como pocas veces la vi hacerlo. Me pidió bajarla de
la cama y salió corriendo como si persiguiera algo. Al
llegar a la cocina se detuvo en seco, como si
alguien la hubiera asustado, y desde ahí siguió ladrando hacia
la ofrenda. Yo me quedé parado a su lado, tratando
de entender lo que pasaba. Era como si mi sueño

(45:45):
se hubiera conectado con la realidad. Mi tía, a la
que todos llamamos la bruja porque algo tiene de eso...
Siempre dice que las ofrendas sí son portales para que
los espíritus entren, pero que uno no puede elegir quién llega.
Pueden venir los nuestros o pueden llegar otros, no tan buenos.

(46:07):
Después de esa experiencia, yo nunca volví a poner una
ofrenda en casa. Me daba miedo volver a vivir algo así.
Pero este año me animé y la volveré a poner,
con la esperanza y la añoranza de que, entre todos
los que regresen, también venga mi pequeña London, sin importar
lo que pueda pasar. Uriel, si puedes, mándale un saludo

(46:28):
a mi querida hermana que jamás se pierde tus relatos
igual que yo. Ella sabrá perfectamente quién es. Pronto te
enviaré más historias un poco más tenebrosas, pero quería compartirte
esta en esta fecha. Que tengan un lindo día de muertos.
Buenas noches.
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