13 – Caminando por fe hacia lo eterno (Parte II)
2 Corintios 5:1-10
“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.”
1.Siempre hay que tener presente que este cuerpo que tenemos algún día morirá, y que el deterioro por la edad y las enfermedades son una parte de las consecuencias del pecado. Pero Dios, el día que estemos en Su presencia, nos dará un nuevo cuerpo glorificado libre de maldad y corrupción de muerte (v. 1; Comp. 1 Co. 15:50-53; 1 Ts. 4:13-18).
2.El anhelo de Pablo es poder estar libre sobre todas las cosas del pecado que nos afecta y que mora en el cuerpo (Comp. Ro. 7:14-25), revestido de una “habitación celestial” en donde pueda habitar el alma y el espíritu del creyente por una eternidad. Había un deseo y una certeza de que nuestro actual cuerpo sería transformado o cambiado por uno nuevo, libre de mal y eterno (v. 2-4).
3.La certeza de Pablo sobre la resurrección estaba en la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente como “arras” o el depósito de garantía de las promesas de Dios (v. 5; Comp. 2 Co. 1:22; Ef. 1:13, 14). No solo que la presencia del Espíritu nos asegura lo dicho por Dios, sino que el mismo Espíritu actúa en nosotros recordándonos y confirmando esas promesas (Jn. 14:26).
4.Aunque la presencia de Dios es constante en nuestras vidas por ser Él un Dios Omnipresente, el apóstol miraba con deseo el poder estar ya en cuerpo, alma y espíritu ante el Señor. Aún no hemos llegado a Su presencia en sentido físico, como cuando podamos ir al cielo, aunque sí estamos ahora ante Su presencia. Pablo miraba “por fe” el día que se encuentre con Dios cara a cara, por así decirlo (v. 6, 7). Mientras estemos en cuerpo en esta vida, todavía no estamos completamente presentes ante Dios (v. 8).
5.Todo este pensamiento de estar ante Dios definitivamente y para siempre le llevaba a Pablo a mirar su comportamiento, sea que esté o no ya en Su presencia (v. 9). Él sabía que cuando llegue allá cada creyente pasará ante el “tribunal de Cristo” a comparecer por la manera cómo vivió cómo creyente (v. 10), y ese día nuestras obras en Cristo serán juzgadas y recompensadas si son halladas buenas, si no, “sufrirá pérdida” (1 Co. 3:11-15).
El Tribunal de Cristo es una realidad futura para el creyente, como real va a ser el infierno para el no creyente. La diferencia en el destino no lo marca la vida presente del comportamiento de cada uno, porque todos somos pecadores, sino la fe en la obra de Cristo, Quien nos libra de la condenación cuando pusimos nuestra esperanza en el perdón de Dios por medio de Su obra redentora (Ro. 8:1-3).
Pero el Tribunal de Cristo sí va a ser un juicio, no para condenación, sino para evaluación de nuestra vida como creyentes y de nuestro servicio al Señor.
Tener en mente que un día partiremos de este mundo, y que nuestro cuerpo mortal y pecaminoso será cambiado por uno eterno y puro, nos alienta mucho. Pero no olvidemos que hast