«Madrugó luego Samuel para ir a encontrar a Saúl por la mañana; y fue dado aviso a Samuel, diciendo: Saúl ha venido a Carmel, y he aquí se levantó un monumento, y dio la vuelta, y pasó adelante y descendió a Gilgal.» (1 Samuel 15:12)
Dios envió a Saúl con una misión pero Saúl decidió obedecer el mandamiento de Dios según su parecer. Esta desobediencia era la última gota que colmó el vaso del juicio de Dios contra su reinado. Pero lo interesante aquí es notar que la mañana siguiente cuando Samuel busca a Saúl, no lo encuentra porque estaba levantado un monumento a sí mismo. Había desobedecido a Dios, pero ve a sí mismo digno de ser recordado. El orgullo de Saúl le cegó, no permitiéndole reconocer su desobediencia. Estaba tan lleno de sí mismo que creía que merecía el reconocimiento del pueblo. Por eso vemos a Saúl completamente sorprendido cuando Samuel le anuncia que Dios le ha desechado por su falta de obediencia.
Podemos nosotros también caer en la misma trampa. Podemos tener la percepción tan torcida que podemos sentir orgullo por aquello que Dios ve como vergüenza. Por eso necesitamos que Dios abra nuestros ojos espirituales y que nos guarde de segur nuestro propio camino. Por eso oramos «mas líbranos del mal». (David Bell)