«Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro;» (Gálatas 6:4)
Nos es fácil en nuestra vida espiritual caer en la trampa de servir a los hombres. Podemos hacer o dejar de hacer para recibir elogios de otros o para no defraudar a los demás. No hay nada malo en sí en agradar a otros o no defraudar. No queresmos fallar a los que confían en nosotros y queremos ser personas coherentes, dignas de confianza. Pero aquí, la BIblia nos anima a poner nuestra meta más alta. No busquemos agradar sencillamente a los hombres sino busquemos glorificar a Dios. Debemos probar o examinar nuestra propia vida para medir lo que hacemos. Esto hace dos cosas. 1. Nos obligará a reconocer que si hay algo en nosotros que es de valor, es gracias a la obra de Dios por medio de su Espíritu que mora en nosotros. 2. Nos libera de intentar agradar a los hombres, buscando un sentido de valor en la aprobación de otros.
Nuestra meta debe ser siempre agradar a Dios. Si así vivimos, habrá momentos en que sentiremos la aprobación de otros cristianos, pero incluso si no es así, no cambiará lo que estamos haciendo. Hemos de encontrar nuestro sentido de valor en Dios, no en los que nos rodean. (David Bell)