«De la manera que Jehová ha estado con mi señor el rey, así esté con Salomón, y haga mayor su trono que el trono de mi señor el rey David.» (1 Reyes 1:37)
Nadie se habría atrevido decir estas palabras a un rey como Saúl, un hombre obsesionado con el poder y sospechoso de cualquier persona con liderazgo. Pero David era diferente. No tenía ningún problema escuchar ese deseo de Benaía, hijo de Joiada que lo que más deseaba era ver prosperar el reinado del hijo de David. Aquí hay algo más profundo que la humildad del rey. Igual que había hecho con Abraham casi un milenio antes, Dios había prometido que un hijo de David iba a reinar en su trono eternamente. Esa esperanza mesiánica es lo que le permite a David gozarse en ese deseo para la mayor gloria del trono de su hijo. Y realmente es en este contexto mesiánico que el sacerdote Benaía pronunció esta bendición. Es el mismo espíritu de Juan el Bautista cuando reconoció que él tenía que menguar para que el Cristo fuese el enfoque central. Es importante que nosotros también mantengamos esta misma perspectiva humilde. Nos es fácil llegar a pensar que somos importantes, que todo se trata de nosotros. Pero lo que más debemos desear es que Dios engrandezca a Cristo en nuestras vidas.
Mantengamos hoy ante nosotros este enfoque de la preeminencia de Cristo. No estamos aquí para nosotros mismos, para nuestra fama o para nuestro placer. Tenemos un enfoque superior: magnificar a Cristo como nuestro Rey. (David Bell)