«Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora,» (Hechos 9:11)
Ananías había escuchado las historias desde la iglesia en Jerusalén y Judea del celo perseguidor de este Saulo de Tarsis (9:13). Había recibido incluso advertencias de sus planes de extender esta persecución hasta Damasco, con la autorización de arrestar a todos los que invocaban el nombre de Jesús (9:14). Pero vino Dios a Ananías con otro mensaje: he aquí, él ora. Dios no dice que Cristo le había aparecido a Saulo en el camino, cegándole con su gloria. Lo primero que Dios dice es sencillamente que Saulo estaba orando. Esta frase me llama la atención porque Saulo, como fariseo, había orado toda su vida. Pero esta oración era diferente de todas las demás oraciones que había hecho en su vida. Ya no oraba para intentar impresionar a Dios y a los demás. Su corazón ahora estaba roto ante el Dios que había estado persiguiendo. Dios quería que Ananías intuyera que algo grande había ocurrido en la vida de Saulo, porque por primera vez Dios había escuchado sus oraciones. La oración de Saulo aquí es la marca que identifica el cambio que había ocurrido en su vida. Este versículo me hace pensar sobre la forma en que yo oro. En el fervor, la sinceridad y la frecuencia de nuestras oraciones, debe notarse el cambio que Dios ha hecho en nuestros corazones.
Apartemos tiempo en esta mañana para orar de corazón a nuestro Dios. (David Bell)